Para muchos el Hotel Mutiny es sinónimo de excesos, violencia y decadencia, para otros es una parte fascinante de la historia de Miami, lugar en donde jugará mañana la "scaloneta". Se encuentra en la zona cercana al centro de Miami, y a primera vista parece una construcción más entre muchas otras. No obstante, cuando el narcotráfico florecía en Florida el Mutiny se convirtió en el epicentro de esta actividad ilícita.
Inaugurado en 1969, el hotel y su exclusivo club captaron la atención de celebridades del deporte, el cine, la música y la política, entre varios podemos citar a Jacqueline Onassis, los músicos de Led Zeppelin y jugadores de los Dolphins. Sin embargo, también atrajeron a narcotraficantes y varios agentes encubiertos. Burton Goldberg, creador y administrador del Mutiny, ideó un lugar donde cualquier fantasía pueda ser posible. Al darse cuenta de que muchos de sus clientes eran nuevos ricos provenientes de Colombia, Venezuela, Cuba y otros países de Centroamérica, Goldberg diseñó un ambiente que seducía al “macho latino”.
El lugar se distinguía por su atmósfera glamorosa y festiva. Sus coloridas instalaciones ofrecían una diversión sin fin, atrayendo a todos aquellos que buscaban un poco de esa vida de lujo y desenfreno.
Una placa en el hotel recuerda: “Si las paredes pudieran hablar, las nuestras contarían una historia épica”. Y efectivamente, esas paredes han sido testigos de innumerables historias: la mesa 14, ocupada cada noche por narcotraficantes para cerrar negocios, las prostitutas que escondían armas de sus clientes cuando la policía llegaba, los enfrentamientos entre capos del narcotráfico en los pasillos, y la noche en que una bañera se llenó de champagne.
El acceso al club requería una membresía que costaba 75 dólares y consistía en una tarjeta metálica con el símbolo de un pirata guiñando un ojo. Este era el pase a un mundo de los excesos. En las noches de fiesta se vendía más botellas de Dom Pérignon que en cualquier otro establecimiento del planeta, según había declarado el distribuidor de champagne en los medios del lugar. Las fiestas eran extravagantes, con mujeres bailando en cascadas burbujeantes sobre mesas repletas de copas.
En las noches las jornadas maratónicas incluían orgías y drogas, a menudo sin pudor, en las mesas del bar o en alguna de las 130 habitaciones decoradas temáticamente.
El escritor y periodista Roben Farzad, autor del libro “Hotel Scarface: Where Cocaine Cowboys Partied and Plotted to Control Miami”, describe al Mutiny como un “paraíso en medio del infierno”.
Sicarios y mercenarios buscados internacionalmente se divertían en el hotel, escondiendo armas en los almohadones, y cajas de dinero en efectivo y cocaína en sus habitaciones. Las balas volaron en varias ocasiones, se atraparon matones, se colaron refugiados, y muchos policías fueron sobornados.
Años de gloria
Goldberg contrató a las codiciadas “chicas Mutiny”, mujeres envidiadas por su belleza y acceso al dinero y a los magnates de la época. La película Scarface, dirigida por Brian de Palma y protagonizada por Al Pacino, recrea brillantemente esta atmósfera. El ficticio Club Babylon que aparece en el filme está inspirado y filmado en el Mutiny.
El esplendor del Mutiny terminó a mediados de los años ochenta, luego del asesinato de Margarita, una de las chicas Mutiny. La violencia en Miami alcanzó niveles sin precedentes. Las autoridades intensificaron la presión, y junto a otros factores, como las peleas frecuentes entre narcos, el hotel fue perdiendo su clientela.
El Mutiny encarna la grandeza y decadencia del mundo de la cocaína en el sur de Florida, atrayendo a traficantes, modelos, hombres de negocios, políticos y superestrellas.
La Aduana, la DEA, el FBI y otras instituciones federales se desplegaron contra el narcotráfico en Miami. La revista Time, en su edición del 23 de noviembre de 1981, cuestionó en su portada: “¿Paraíso perdido?”. En 1984, Goldberg vendió el hotel por 17 millones de dólares, y el edificio estuvo abandonado hasta mediados de los noventa, cuando una cadena hotelera lo restauró y reabrió con un propósito totalmente distinto al original.
Hoy en día, el Mutiny funciona como hotel-condominio, donde se pueden alquilar departamentos a corto plazo. Aunque ya no es el centro de atención de antaño, y el escándalo ha abandonado sus instalaciones, el lugar conserva su atractivo.
Su historia es un testimonio de cómo el lujo y el crimen se entrelazaron en Miami durante los años setenta y ochenta. Aunque el hotel ha cambiado, su legado perdura, recordándonos un tiempo en que el Mutiny fue el escenario principal de una de las épocas más turbulentas de la ciudad.