Una saga de “próceres sin bayoneta” y obras que hicieron historia en Tucumán

Una saga de “próceres sin bayoneta” y obras que hicieron historia en Tucumán

Hace 400 años que dependemos del agua para vivir en la provincia, pero poco sabemos sobre ella. Por ejemplo, que durante largo tiempo fue un bien privado, o que la ciudad se abastecía desde el cerro. Aníbal Comba y Claudio Bravo lo cuentan todo en un libro.

Una saga de “próceres sin bayoneta” y obras que hicieron historia en Tucumán

“El agua es vida, el agua es desarrollo”, subraya Aníbal Comba, sumergido ya en el tema que lo apasiona. Pero cuatro décadas ligado al cuidado y a la administración de los recursos hídricos no le resultaron suficientes. Eligió agregarle a esa vida laboral en el sector público un legado y tomó la forma de libro: “400 años de historia del agua en Tucumán”. Acompañado por su colega Claudio Bravo pusieron manos a la obra y el resultado es un volumen que a lo largo de casi 300 páginas va documentando una saga escasamente conocida por el público. Hechos y protagonistas (próceres sin sable ni bayoneta, los define César Magnani en el prólogo), con César Cipolletti y Carlos Wauters a la cabeza, cuyos aportes fueron determinantes en aquel Tucumán que tomaba forma a principios del siglo XX.

El viaje que propone el libro se inicia en la época precolombina, sobrevuela el período colonial y profundiza lo sucedido en Tucumán a partir de fines del siglo XIX, cuando la provincia concreta la segunda legislación en materia de agua de América Latina.

El desarrollo posterior se muestra con abundancia de fotos, ilustraciones y fuentes documentales. Pero lo técnico del trabajo no le quita atractivo a la narración porque, a fin de cuentas, habla de quiénes somos. Así lo explicó Comba durante la entrevista con LA GACETA.

EN LA FERIA DEL LIBRO. La exposición de Comba, durante la presentación del libro en el Salón Azúcar. EN LA FERIA DEL LIBRO. La exposición de Comba, durante la presentación del libro en el Salón Azúcar. La Gaceta / foto de Diego Aráoz

 - ¿Cuándo y cómo nació la idea de este trabajo?

- Hace más de 15 años había elaborado un libro sobre las historias del agua, sólo que en este caso tuve la colaboración de Claudio Bravo, amigo y colega de toda la vida. Nos pusimos en la tarea y parece mentira, pero en menos de un mes lo teníamos listo. Entonces apareció Constanza Toro, de Libros Tucumán, que nos ayudó muchísimo en la edición y en la mejora de las imágenes, fue clave para concretarlo.

- ¿Por qué el interés en esta historia?

- Tengo 40 años en la administración pública, siempre en el mismo lugar. Primero fue el Departamento de Irrigación, después la Dirección de Irrigación, hoy es Dirección de Recursos Hídricos; para mí es mi casa. En ese ir y venir de la tarea diaria me encontraba con documentos muy antiguos. El Departamento General de Irrigación se crea en 1897; Tucumán fue la segunda provincia que tuvo una Ley de Aguas. Los mendocinos sacan pecho de que ellos hicieron la primera, ¿no? Bueno, creo que nosotros debemos sacar pecho y decir que tuvimos la segunda, que además fue redactada por el ingeniero italiano César Cipolletti. Fue Benjamín Aráoz el gobernador que lo trajo a Tucumán y Lucas Córdoba quien encargó la ley, porque hasta ese momento el agua era privada.

- ¿Cómo era la situación en ese momento?

- Durante la segunda mitad del siglo XIX se genera en Tucumán una industria pesada de impresionante rentabilidad. Llegaron a ser 30 los ingenios azucareros, era un motor de desarrollo tremendo, con capitales invertidos nacionales y del exterior. Y eso requería agua, muchísima agua, que no solamente era para las máquinas; también para el riego de la caña, que es la materia prima. Y eso competía con el agua para consumo humano de una capital que ya estaba llegando a los 300.000 habitantes. Era realmente una situación de crisis hídrica.

EDICIÓN. Contó con el apoyo editorial de Libros Tucumán. EDICIÓN. Contó con el apoyo editorial de Libros Tucumán.

- ¿Qué significa que el agua era privada?

- Que el agua era de quien la podía disponer. Es decir que ibas con tu gente, cavabas una acequia desde el río, la llevabas a tu finca o a tu industria y era tuya. Imaginate, había miles de acequias, zanjones, incluso cerca de la capital. Aparecían las quejas de las poblaciones, porque, claro, había barro, inundaciones, toda la problemática que generan los canales. Ya no daba para más la situación.

- ¿Cómo se afrontó el tema?

- Viene Cipolletti y trae el espíritu de la ley de Mendoza. Aquí se adaptó y duró más de 100 años. Lucas Córdoba tomó el tema como eje de su política de gobierno: desarrollar el agua y que pasara a ser de dominio público, administrada por el Estado. Quien quería utilizarla debía pedir un derecho de uso, inscribirse y pagar un canon. Me imagino la decisión política y la fuerza moral que deben haber tenido para lograr ese cambio, porque estaban peleando con grandes capitales industriales a los que les convenía seguir en la situación previa.

- ¿Qué sucedió entonces, ya durante el siglo XX?

- Una vez que se tomó esa decisión política cambiaron el panorama y el sistema. Aparecen las grandes personalidades, gente que se comprometió realmente a llevar esto adelante. El segundo superintendente de irrigación es un porteño, Carlos Wauters. Parece que fuera water (agua en inglés), ¿no? (risas) Era ingeniero civil, profesor en la UBA, un hombre brillante que no tiene su lugar en la historia de Tucumán.

- ¿El sistema funcionó de inmediato?

- Los industriales fueron los primeros que se anotaron, muchos cañeros también. Entre viejos papeles encontré un censo de usuarios de 1903, escrito a mano, con tinta china. El número de concesiones llegaba a 2.200. Se consignaba el departamento, el nombre de la empresa o del particular, la localidad, la magnitud del derecho de uso que pedía y para qué lo quería; y si había pagado o no. Ese libro está en un pequeño museo que tenemos en la Dirección de Recursos Hídricos.

- Claramente, se inicia otra etapa...

- Empiezan a aparecer las obras de infraestructura, porque había que abastecer a tantas industrias, a la materia prima y a la ciudad. No podía depender todo de cavar una zanja desde un río y conducir al agua hasta quién sabe cuántos kilómetros. Las primeras obras de captación importantes fueron las de Marapa y La Aguadita. Pasan algunos años y viene la gran sequía de 1936/37. Fue una hecatombe no sólo en Tucumán: se morían los animales, se complica la producción de azúcar... Un tema económico complicado. No había agua para regar. Entonces se inician las gestiones para que la Nación auxilie a las provincias construyendo obras de aprovechamiento de agua. Y ahí aparece la gran cantidad que le tocó a Tucumán, llegamos a tener más de 20 diques niveladores.

- ¿Y qué pasó con El Cadillal?

- El primer proyecto lo había hecho Wauters, pero después hubo 30 años de discusiones. Wauters se cansó de escribir libros para sostener su posición, hasta trajeron expertos en geotécnica de otras partes del mundo. Ernesto Padilla consiguió el financiamiento para hacer El Cadillal y Escaba a la vez; se iniciaron los trabajos pero sólo Escaba se termina, Debieron pasar otros 15 años hasta que Celestino Gelsi logró que Agua y Energía hiciera un proyecto nuevo y El Cadillal pudo inaugurarse.

- ¿Qué sucedía con la provisión de agua en la capital antes del Cadillal?

- A principios del siglo XX era paupérrima. La toma de agua estaba en Barrancas Coloradas, en el río Loro. Desde ahí se traía el agua. Era una acequia de tierra, 25 kilómetros hasta la ciudad, así que la mitad del agua se perdía en el camino. Mucha gente la sustraía, y además estaba el problema del asentamiento indígena en Barrancas Coloradas. Había que pelear con ellos cada vez que la toma se rompía por la creciente. Era todo muy precario, además imaginen la calidad del agua.

- ¿Cuál fue el siguiente paso?

- Eso se deja de lado cuando Cipolletti hace las captaciones en la sierra de San Javier con tuberías. Fue otra cosa, ya había agua de calidad y garantizada. Cipolletti había recorrido el cerro a lomo de burro y creía que para la población del momento el agua iba a alcanzar, pero que debían ir previendo que, si la población aumentaba, no iba a ser suficiente. Cosa que, efectivamente, ocurrió.

- ¿Cuál es la situación actual? Se habla del agotamiento del Cadillal...

- Como dice el ingeniero Bravo cuando le preguntan qué obras debe encarar Tucumán; antes de obras nuevas hay que pensar en remodelar o refuncionalizar Escaba y El Cadillal. Escaba funciona muy bien, pero tiene una pequeña restricción, porque cuando fue diseñado el vertedero había muy poca información y eso le dejó escasa capacidad para afrontar crecientes importantes, como sucedió en 2017, cuando el agua se vertió por encima. A ese tema hay que atacarlo. En el caso de El Cadillal tenemos el problema de las filtraciones, pero lo más grave es que ha perdido notoriamente la capacidad de regulación. Del volumen útil que tenía originalmente de 300 hectómetros cúbicos, hoy a lo mejor no llega a 140. Si resolviéramos la filtración y propusiéramos alguna alternativa de captación distinta a la de la balsa La Niña, podríamos volver a utilizar no digo los 300, pero 250 a lo mejor sí. Porque no sólo es agua para consumo humano, también hay para industria, riego, minería, usos recreativos.

- Suele decirse que los tucumanos olvidamos el río de tanto concentrarnos en el cerro. ¿Qué pensás sobre eso?

- No es que no se mire el río, me consta que hubo planes de desarrollo para incorporarlo a la ciudad. Ese cauce tan importante que es el Salí sigue teniendo que ver con el desarrollo de Tucumán. Pero la ciudad avanza y a veces se hace complicado ejecutar determinadas obras de infraestructura. Lo ves en otros países, en otras provincias. El río es la columna vertebral y la ciudad está amigada con él. Siempre menciono el caso de la Cañada, en Córdoba: cómo se ha incorporado un canal de desagüe a la ciudad, y son paseos muy lindos. Creo que la mirada hacia el oeste tiene que ver un poco con la belleza que tiene nuestro cerro. Pero fijate que hace más de 100 años el ingeniero Cipolletti hizo lo mismo. Él miró hacia el cerro y dijo: el agua para Tucumán está ahí. Fue, lo estudió y determinó esas captaciones.

- ¿Cómo se puede trabajar en el tema de la contaminación?

- Hasta la sanción de la nueva ley, en 2001, del tema prácticamente no se hablaba. La conciencia ambiental era distinta. Lo que se registró fue un cambio social. Formo parte del Comité de la Cuenca Salí-Dulce y hay una mirada mucho más integral. En 2010 los gobernadores de las cinco provincias de la cuenca acordaron cambiar la situación y me consta que desde la Secretaría de Medio Ambiente han hecho tareas ingentes para controlar la calidad del agua y detectar las situaciones anómalas. Desde 2012 cada fin de semana salen equipos a recorrer los ríos de la provincia, a tomar muestras de la calidad del agua, a hablar con los responsables y a corregir la situación. Evidentemente hubo una gran mejora de la calidad del agua de los ríos. Es una tarea sistemática y le corresponde al Estado.

Perfiles

Aníbal Comba es ingeniero en recursos hídricos y fue subdirector de Recursos Hídricos de la Provincia. Enseña en la UNT (en la cátedra de Hidrología de la carrera de Ingeniería Civil) y en la Unsta. Por su parte, Claudio Bravo es ingeniero civil (orientación hidráulica) y se desempeña como asesor de empresas y consultor de distintos organismos.

El trágico final del ingeniero Anzorena

En la zona céntrica de Yerba Buena una calle lleva el nombre “Anzorena”, pero ¿saben los tucumanos de quién se trata? Hay una historia detrás y empieza cuando el gobernador Lucas Córdoba le encargó a César Cipolletti la construcción del dique La Aguadita. “Pero como Cipolletti tenía muchos compromisos le trasladó la misión a un segundo que tenía en Mendoza, el ingeniero civil Eliseo Anzorena. Era jovencito, tenía 28 años, y aceptó el trabajo -cuenta  Comba-. Al mismo tiempo se desarrollaba el primer proyecto de presa de embalse en El Cadillal, así que se habían construido túneles de exploración. Los especialistas se metían, veían qué tipo de material había y sacaban muestras. Anzorena entró en uno de esos túneles que estaba mal mantenido, le cayó un ladrillo en la cabeza y lo mató”. El dique La Aguadita fue su legado.

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