“El vintage tiene el valor agregado de diferencial, de único. De poder vestir, no a la moda sino como me gusta y marcar un estilo. Entonces, a través de mi vestir puedo mandar un mensaje que no es el de pertenecer a las masas”, explica Rocío Luz, licenciada en Diseño de Indumentaria y Textil y ganadora de la beca de Universo MOLA (Moda Sostenible Latinoamericana).
La ropa de segunda mano abre nuevas posibilidades en los modos de consumo. Las ferias y tiendas vintage facilitan aquello que la moda rápida poco puede ofrecer: prendas singulares e irrepetibles. “Hay una selección curada de piezas únicas que las encontrás en ese momento y luego no están más. Cuando te enamorás de una prenda de segunda mano, es un amor único del momento. El fantasma de los consumidores de moda del second hand es el ‘¡cómo no me lo compré!’”, explica.
En estos tiempos se deja de atender al círculo acotado de las firmas que dictan las normas y se consolida un nicho que busca romper con lo establecido. “Salir de la estructura nos puede mostrar que hay otras formas de vestirse que no son las preestablecidas por la industria. Es bastante profundo el vestir distinto. El no quedarse con lo que me dicen que tengo que hacer, sino ir un poquito más allá y tal vez encontrarme a mí misma”, reflexiona.
“A veces el mismo mensaje aburre. Cuando encontramos una persona que trae una gota de aire fresco, uno se alegra de ver que hay gente que se anima a salir de la estructura”, aporta la especialista. Ahí está la moda circular, la ropa única e irrepetible que sirve al propósito y simboliza una herramienta para exteriorizar el deseo de desarmar o apartarse de las limitaciones de una moda hostil y exigente, que ya no puede resistirse a las decisiones de sus protagonistas: la gente común que viste esas prendas.