La Conmebol abrió el juego y la Copa América de 1993 recibió dos invitados de la Concacaf: México y Estados Unidos. Así se inició un proceso de crecimiento, con idas y vueltas a lo largo del tiempo. Aquel torneo se disputó en Ecuador, con mucha humedad y calor -una queja permanente de los jugadores-, y allí desembarcó la Selección dispuesta a defender el título que había conquistado dos años antes en Chile. Alfio Basile llevó un plantel muy parecido, con algunos interesantes refuerzos: Néstor Gorosito, el “Beto” Acosta y, en especial, un elegante volante central llamado Fernando Redondo. El que seguía fuera del radar era Diego Maradona, pero muy pronto, y en otras circunstancias, volvería a lucir la albiceleste.
Al contrario de lo sucedido en 1991 en Chile, lo que le faltó a la Selección en Guayaquil -ciudad en la que disputó todos los partidos- fue brillo. Que Sergio Goycochea y su excelente estrella en las definiciones por penales hayan sido determinantes habla de lo compleja que resultó la marcha argentina. El otro puntal del equipo fue Gabriel Batistuta, sobre todo porque emergió cuando más se lo necesitaba. El tándem Redondo-Diego Simeone en la media cancha proporcionó algunos destellos de juego asociado... Y no mucho más. Lo cierto es que en varios compromisos fue más lo sufrido que lo disfrutado. Afortunadamente, lo mejor apareció en la final contra los mexicanos.
La primera muestra de este panorama se evidenció en el grupo clasificatorio, ya que Argentina quedó segunda por diferencia de gol al cabo de una victoria (1-0 sobre Bolivia) y dos empates 1-1 (con México y con Colombia). Esto obligó al cruce con Brasil en cuartos, duelo que terminó 1-1 (gol de Leo Rodríguez) y propició el retorno de Goycochea a los mágicos momentos del Mundial de Italia. Atajó el tiro de Boiadeiro y Argentina avanzó a semifinales, donde nuevamente se topó con los colombianos. Fue 0-0, otra vez a los penales y otra vez las manos de “Goyco”, esta vez para frustrar a Aristizábal. En ambas definiciones el penal decisivo lo convirtió Jorge Borelli, reemplazante del lesionado Sergio Vázquez.
La final se selló por 2-1 con dos furibundos remates de Batistuta, uno de ellos aprovechando una inolvidable avivada de Simeone al realizar un lateral. Lo que nadie sospechaba en ese instante de felicidad es que Argentina debería esperar nada menos que 28 años para volver a ser campeón.