El 26 de agosto de 2007, José Jorge Alperovich tocó el cielo con las manos. El respaldo popular en las elecciones de aquel domingo fue contundente: el 76% de los electores le dieron otro aval para continuar al frente del Poder Ejecutivo de Tucumán, que ocupaba desde 2003. “Esto es el poder; el que te lo da la sociedad y el que se reivindica con acciones”, le dijo entonces a LA GACETA. Detrás de esa definición había una concepción propia de la naturaleza política: el poder es propio, no se lo comparte, ni siquiera con la esposa.
El “imperio de José” conquistaba el corazón peronista. El ex radical tuvo que saltar al Partido Justicialista para alcanzar su meta. Le prometió a Julio Miranda que él le garantizaba continuidad. Desde Ramón Ortega hasta estos días, el carisma fue la principal herramienta de seducción del entonces gobernador. Otros mandatarios no le llegaban a la gente como él. Alperovich supo construir una relación sólida con Néstor Kirchner, que fue quien lo protegió y hasta lo catapultó en el escenario nacional. Incluso, al tucumano se lo llegó a mencionar como posible integrante de una fórmula que sucediera al santacruceño. No se dio. Cristina Fernández de Kichner no tenía la misma impronta que Néstor. Ella desconfiaba del contador, que fue empresario, luego legislador y también senador antes de su desembarco en la Casa de Gobierno. Nunca se supo las verdaderas razones de la frialdad con la que la presidenta de la Nación trataba al gobernador tucumano. En cambio, sí había una relación más estrecha con Beatriz Rojkés, la esposa del mandatario provincial.
Gran parte del peronismo lo aclamaba. Fueron los mismos que el 29 de octubre le dieron la espalda y vivaron a Juan Manzur. En el peronismo hay una frase que define a ese partido de cuerpo entero: “cuando se te apaga el fuego, seguro que los muchachos se irán hacia donde haya humo y se sienta el aroma del asado”. Eso fue lo que pasó con Alperovich, incluso antes con Miranda y también después con Manzur.
Alperovich no se había imaginado ser gobernador. Llegó al peronismo con una carpeta llena de ajustes, pero todavía bajo su ropaje radical, convocado por Miranda. Al ex dirigente del gremio petrolero le atraía el trabajo que el también vendedor de autos venía realizando en la estratégica comisión de Hacienda de la Legislatura. Bajo las sombras, trabajó y cimentó su desembarco como ministro de Economía en la previa de una de las peores crisis socioeconómicas que vivió la Argentina, a principios de este siglo. Eso le ayudó en su camino hacia la gobernador, sobre la base de un aceitado aparato justicialista que le restó poder de fuego a la oposición.
Alperovich sí se imaginó una carrera presidencial. Apenas Néstor Kirchner anunció que no iría por la reelección, el tucumano se anotó en la grilla, pero pudo más la impronta de los pingüinos y por la ruptura de aquella lógica que el poder sí se comparte con la esposa. El tercer mandato como gobernador ya no tuvo la misma contención que en los anteriores. Tras 12 años ininterrumpidos en el poder, el ocaso se asomó en el horizonte del ex mandatario. En algún momento se pensó que Lomas del Tafí pudo haberse llamado Barrio Néstor Kirchner y hasta José Alperovich. Fue la obra más emblemática de más de una década de gestión.
La noche del 23 de agosto de 2015, Alperovich sintió esa sensación de vacío que también experimentaron sus antecesores. Mientras el ganador de la contienda electoral de ese domingo, Manzur, se dirigía a ocupar anticipadamente el principal despacho de la Casa de Gobierno, el saliente se ubicaba en una de las oficinas laterales, con un sabor agridulce. Había logrado colocar a su delfín en la gobernación, pero éste sacó pasaporte de emancipación política esa misma noche.
El 10 de diciembre de ese año asumió como senador y, desde el Congreso, intentó volver a la gobernación. Sin la estructura peronista, a Alperovich le fue difícil afrontar esa empresa electoral durante 2019. Manzur obtuvo la reelección con poco más del 51% de los votos. La radical Silvia Elías de Pérez logró el 20% de las adhesiones, mientras que el republicano Ricardo Bussi terminó tercero, con un 13,8% de los sufragios. Alperovich quedó en cuarta posición, con apoyo del 11,6% de los electores. El mediodía de ese domingo, ya sabía que la elección había sido pésima y que el escenario de triple empate era una ilusión óptica. Aquella noche, ni siquiera asomó por el bunker de la calle Martín Fierro de Yerba Buena, esa misma residencia en la que se alojaba hasta ahora esperando la sentencia del juez Juan María Ramos Padilla.
Alperovich fue el hombre todopoderoso de Tucumán. Pudo haber sido como Gildo Insfrán en Formosa o el matrimonio Zamora en Santiago del Estero. Terminó, sin embargo, solo. Refugiado en el cariño de sus hijos por aquella denuncia por abuso sexual en contra de una ex colaboradora. Él sigue convencido de que a esa causa la armaron políticamente sus enemigos. “¿Voy a arruinar mi vida a esta edad? Yo no abusé de ella. Lo que vivo no se lo deseo al peor enemigo. Yo sé que no hice nada”, expuso en Tribunales.
Y, ante los jueces que dictaron sentencia, ha resumido cómo termina esta etapa de su vida. “Hace cinco años que estoy sufriendo. Esto me cambió la vida. Estoy muerto en vida”, exclamó. Es la historia de un dirigente político que lo tuvo todo, que tocó el cielo con las manos, como se dijo al principio, y que ahora se enfrenta al momento más difícil de su vida, en el ocaso de su carrera.