La misa de hoy: sembrar, sembrar a Dios

La misa de hoy: sembrar, sembrar a Dios

Presbítero Marcelo Barrionuevo.

16 Junio 2024

¿Cuál fue el mensaje principal de Jesús, su gran pasión, la causa por la que vivió, luchó y murió? El reino de Dios. Para darlo a conocer, se valió, entre otros recursos, de las parábolas, sencillos relatos plásticos que conectaban con la vida de sus gentes. Fue así, con ingeniosa sabiduría, como pudo comunicarse de forma sencilla y atractiva con todos haciéndoles partícipes de la novedosa propuesta que traía consigo. Sus palabras no sólo atraían y despertaban la curiosidad de los oyentes sino que hacían reflexionar y acababan cuestionando sus vidas.

El evangelio de hoy nos trae a la memoria dos de esas parábolas que vienen a completar la del sembrador: el grano de trigo que germina por sí solo y el grano de mostaza transformado sorprendentemente en un árbol frondoso. El tema de ambas es el mismo, el reino de Dios, pero visto desde prismas diferentes: mientras que la primera fija su atención en la semilla como tal, la segunda se detiene en el proceso evolutivo de la misma hasta su maduración y culminación en el fruto.

El Señor eligió a unos pocos hombres para instaurar su reinado en el mundo. Era la mayoría de ellos humildes pescadores con escasa cultura, llenos de defectos y sin medios materiales: eligió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes. Somos nosotros también ese grano de mostaza en relación a la tarea que nos encomienda el Señor en medio del mundo

Los obstáculos del ambiente no nos deben desanimar, aunque veamos en nuestra sociedad signos semejantes, o iguales, a los del tiempo de San Pablo. El Señor cuenta con nosotros para transformar el lugar donde se desenvuelve nuestro vivir cotidiano. No dejemos de llevar a cabo aquello que está en nuestra mano, aunque nos parezca poca cosa -tan poca cosa como unos insignificantes granos de mostaza-, porque el Señor mismo hará crecer nuestro empeño, y la oración y el sacrificio que hayamos puesto dará sus frutos.

Quizá ese “poco” que sí está a nuestro alcance puede ser aconsejar a la vecina o al compañero de Facultad un buen libro que hemos leído; ser amable con el cliente, con el pasajero, con el subordinado; comentar un buen artículo del periódico; prestar esos pequeños servicios que entraña toda convivencia; rezar por el amigo enfermo (o por el hijo del amigo), pedir que recen por nosotros, facilitar la Confesión... y, siempre, una vida ejemplar y sonriente. Toda vida puede y debe ser apostolado discreto y sencillo, pero audaz.

Y esto será posible, como quiere el Señor, si nos mantenemos bien unidos a Él, si procuramos huir seriamente del aburguesamiento, de la tibieza, de la desgana: “Este tiempo que nos ha tocado vivir requiere de modo especialísimo que sintamos seriamente el deber de mantenernos siempre vibrantes y encendidos. Pero lo lograremos, únicamente, si luchamos. Sólo el que se esfuerza con tenacidad se hace idóneo para este servicio de paz ‑de la paz de Cristo- que hemos de prestar al mundo”.

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