El pasado que vuelve
El pasado que vuelve

“El que controla el pasado -decía el slogan del Partido-, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado”.

(George Orwell, en su novela distópica “1984”)

La inauguración de la Feria del Libro en Tucumán es una de las mejores noticias de este año, durante el que no abundan las buenas nuevas. En el contexto de esta romería literaria, dentro de la cual llueve cultura -literalmente-, la presentación de “Padre Mugica”, el libro del periodista Ceferino Reato, es una ventana por la cual el país se asoma a las múltiples dimensiones del tiempo.

El cura, integrante del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), fue asesinado a la salida de una iglesia en Villa Luro, en mayo de 1974. De modo que la primera dimensión del tiempo a la que nos acerca esta investigación es el pasado. Reato traza el perfil de Mugica sin fanatismos. Su carisma y sus contradicciones están expuestas por igual. Hijo de una familia adinerada, dejó sus estudios de Derecho para tomar los hábitos. Pero en lugar de una carrera eclesial, su opción fue por los pobres de la “villa miseria” de Retiro (hoy, “Villa 31”), consustanciado con el Concilio Varicano II.

Sin embargo, la “mala educación de la utopía” durante los 60 y los 70, para decirlo en los términos de la autocrítica del papa Francisco, lo llevó a él, y muchos otros curas, a considerar válida la lucha armada para enfrentar la larga dictadura de la llamada “Revolución Argentina”, entre 1966 y 1973. Mugica abogó por una revolución socialista. Y se convirtió al peronismo con la fe de los conversos. Cuando Juan Domingo Perón volvió, asumió que el justicialismo era el “socialismo argentino”. Así que llamó a los jóvenes de la izquierda peronista a deponer las armas: había vuelto la democracia.

Muchos de esos jóvenes habían sido sus pupilos en colegios e instituciones católicas. Pero (retrata Reato), Montoneros, cuya “presentación” fue el asesinato del ex presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu (derrocó a Perón en 1955 y en 1956 ordenó los fusilamientos en la localidad de Pedro León Suárez) no luchaban por el regreso de Perón como fin último, sino por la revolución socialista de la que Mugica tanto les había hablado. Así que consideraron que él los había traicionado.

Aún con sus inconsistencias (de “gorila” que celebró la caída de Perón a defensor a ultranza del “Pocho”; trabajaba en la “villa”, pero vivía con sus padres en un acomodado barrio porteño), murió como un sacerdote: lo ametrallaron en la puerta de un templo, luego de haber celebrado misa.

Precisamente, “Padre Mugica” reconstruye la década de 1970 como un tiempo en que la vida de las personas no tenía mucho valor. Uno de los principales valores de esta obra consiste en que no es un libro que sólo se apoye en la “memoria” de los testigos, sino que, fundamentalmente, se sostiene en la “historia” de la investigación documentada. A partir de ello, es interpelado el papel de la Iglesia católica en la violencia de aquellos tiempos. Y no sólo por el hecho de que muchos de los llamados “extremistas” de los 70 habían sido aleccionados en ámbitos eclesiales respecto de armarse contra la injusticia. El asesinato de Aramburu merece, de parte del MSTM, no un repudio contundente, sino un sofisma: no era cristiano considerar la vida de una persona menos importante que la de otros (por Aramburu), ni tampoco más valiosa que la de otros seres humanos (en referencia a los fusilados por Aramburu). La vida de las personas, entonces, no era sagrada para las personas.

También queda expuesto el papel del periodismo en la violencia setentista. Aquel no era un periodismo militante, dice Reato, sino un “periodismo armado”.

Y, por supuesto, el papel incontrastable del peronismo en la violencia de entonces. Mugica es víctima de la violencia desatada dentro del peronismo por la extrema izquierda y la extrema derecha. “¿Quién mató al primer cura villero? Los usos políticos de un asesinato que conmovió a la Argentina”, es el subtítulo del libro, que desnuda una doble impunidad. La primera consiste en que no se sepa quiénes fueron los responsables verdaderos del crimen. En democracia, el juez Norberto Oyarbide sentenció que había sido la Triple A. Pero la organización paraestatal a cargo de José López Rega (fue secretario privado de Perón y de su viuda, María Estela “Isabelita” Martínez) sólo aparece en el expediente una década después del asesinato. ¿Cómo? Con la confesión de un preso, que tres meses después admitió que lo había inventado todo. Un segundo testigo es un ex militar que estuvo preso durante años por robos agravados. Además, había sido descalificado por un juez de la democracia como un “delirante” proclive a la mentira. El tercer testigo fue un ayudante de Mugica, que durante 30 años sostuvo que no había visto quien ultimó al cura, pero que durante el kirchnerismo sostuvo que fue por miedo. Declaró entonces que el asesino había sido custodio de López Rega. El supuesto matador había muerto dos años antes de la declaración ante Oyarbide y había sido, sobre todo, custodio de Perón. A Mugica, por cierto, lo matan cuando Perón ejercía su tercera Presidencia. Pero, por esas maravillas insondables de la jurisprudencia nacional, el juez Oyarbide exculpó a Perón y responsabilizó a su viuda, hasta el punto de pedir su extradición.

Los extremos del peronismo

Durante el kirchnerismo (y aquí la segunda impunidad), la izquierda del peronismo “se encontró” con un fallo que dijo que al primer cura villero lo había matado la derecha del peronismo, que era derecha, a fin de cuentas. En rigor, Reato da cuenta de la pelea entre Mugica y López Rega, que termina con la renuncia del cura como asesor ad honorem del Ministerio de Bienestar Social. Y también documenta, con la causa judicial, que durante años se apuntó a la izquierda peronista como autora del crimen. Eran tiempos en que los extremos del peronismo no ponían ideas sobre mesa, sino cadáveres. Como el del ex titular de la CGT, José Ignacio Rucci, liquidado por Montoneros. O el del diputado de la izquierda peronista Rodolfo Ortega Peña, ultimado por la Triple A.

Con todos esos elementos, el libro “Padre Mugica” se enfoca en la dimensión del tiempo presente. Huelga decir que el contexto histórico es distinto. Ya llevamos 40 años de democracia. No estamos recién salidos de una dictadura. Ni hay “extremismos” armados para una revolución socialista, o para una cruzada anticomunista. Sin embargo, la violencia y el odio vertebran los discursos de la política. Para el Presidente, Javier Milei, los diputados que aprobaron una nueva fórmula para la movilidad jubilatoria son la “casta inmunda” que atenta contra el equilibrio fiscal como “un nido de ratas”. Para la ex presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, el Gobierno actual somete al pueblo argentino a un “sacrificio inútil” en el altar de las metas económicas “ficticias”, cuando no mendaces.

En el debate de la cosa pública, en definitiva, un sector no considera que el otro se equivoca. Directamente, se denuncia al adversario de buscar la destrucción de la Argentina. El futuro, la última dimensión a la cual nos asoma el libro de Reato, se proyecta así de muchas maneras posibles, aunque ninguna de ellas parece auspiciosa.

La novela de 2024, ajena a utopías y distopías, se está escribiendo. Y expone que quien no toma nota del pasado está condenado a un presente inalterable. Y eso sólo deriva en futuros angustiantes. Con un agravante anotado en “Padre Mugica”: aquí, hasta el mismísimo pasado se torna impredecible.

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