Las estúpidas buenas intenciones
Las estúpidas buenas intenciones

Un refrán popular sostiene que el camino al infierno está repleto de buenas intenciones. Esta frase tiene varias versiones, pero según San Francisco de Sales, un santo francés del siglo XVII, justamente patrón de los periodistas que ayer celebraron su día, la consigna original, ya en desuso, decía: “El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”, y se la atribuyó a San Bernardo de Claraval, otro santo francés, pero del siglo XII.

Lo que significa es que de nada sirven los buenos propósitos si no van acompañados de obras o del conocimiento necesario, ya que la historia está plagada de gente con buenas intenciones que causó un sinnúmero de desastres.

A fines de los 80 conocí Monte Hermoso, uno de los balnearios más australes de la provincia de Buenos Aires. Pese a su ubicación, posee una de las aguas más tibias del mar argentino. El lugar sería perfecto, si no fuera por la cantidad de medusas que habitan esa playa y lo doloroso que puede ser su contacto.

Conversando con un pescador le pregunté si había tantas medusas porque el agua era más cálida y me respondió que en parte sí y en parte no. Se sabe que las medusas prefieren los climas tropicales pero no es una condición directa para su presencia. Entonces, el pescador me contó que a fines de los 70, un almirante apostado en el puerto de Bahía Blanca, que solía ir seguido a Monte Hermoso como muchos bahienses, una tarde sentado frente al mar, con ya demasiados whiskys encima, decidió que iba a terminar con el flagelo de las medusas. En esa época -aclaró el pescador- había el 10% de medusas que ahora. El almirante mandó un barco a eliminar los bancos de medusas con cargas de profundidad, que en general se utilizan para atacar submarinos. El hombre recordó que las explosiones se vieron frente a la playa durante varias horas.

Lo que el almirante ignoraba es que uno de los medios de reproducción de las medusas es asexual y se llama fisionomía, en donde una medusa adulta se divide en dos o más partes, cada una de las cuales puede regenerar su propio cuerpo completo. Esto significa que una medusa puede separarse en dos o más partes, cada una de las cuales se convierte en una medusa completamente nueva.

Por eso hay tantas medusas ahora, por culpa de un ignorante beodo que en el fondo tuvo buenas intenciones.

El sapo de caña

Esto me recuerda a otro control biológico fallido provocado por el hombre. El Escarabajo de mayo o Escarabajo de la caña fue a principios del siglo pasado un grave problema para los agricultores de las cañas de azúcar de América Central. Las larvas de los escarabajos se alimentaban de las raíces de las cañas y provocaban grandes pérdidas en las cosechas.

Los cañeros esparcieron grandes cantidades de Rhinella marina, también llamado sapo de caña, para que se comieran las larvas. El operativo fue exitoso y en 1935 los cañeros australianos introdujeron este sapo en su país para que hiciera lo mismo. Esta vez no funcionó porque las larvas en Australia estaban a mayor altura en la caña y los sapos no podían alcanzarlas. Hoy el Rhinella marina es una plaga en Australia y está causando estragos, ya que no tiene depredadores por el poderoso veneno que tiene en su piel y porque las hembras ponen hasta 30.000 huevos por tanda. En algunos sectores de ese país hoy la flora y la fauna están jaqueadas por este sapo.

Otra genial idea, o buenas intenciones, tuvieron en Tierra del Fuego en 1946. Esto lo contó un funcionario fueguino hace unos años, cuando me relató que trajeron castores de Canadá para desarrollar la industria peletera. La piel del castor en América del Norte es muy preciada y pensaron que con un clima similar aquí pasaría lo mismo. Pero sin depredadores naturales, como los osos y los lobos en Canadá, y una cantidad ilimitada de recursos disponibles, el castor comenzó a reproducirse de forma exponencial, como buen roedor, y su impacto fue muy perjudicial no sólo para Tierra del Fuego sino que se sigue expandiendo por la Patagonia y ya ingresaron a Chile. Altera el curso de los ríos, provoca inundaciones en zonas pobladas o sembradas y el corte de valiosas especies de árboles. Para colmo, las nuevas generaciones de castores argentinos mutaron el pelaje, es mucho más duro y áspero que el canadiense, y no sirve para la industria peletera.

El asunto se les fue tanto de las manos que en una época el gobierno pagaba un dólar por castor cazado, pero no alcanzó para detener la plaga. Hoy el 95% de las cuencas hídricas de Tierra del Fuego están colonizadas por castores y se estima que estos roedores semiacuáticos causan pérdidas por 70 millones de dólares anuales.

Entre chinos y palomas

También con buenas intenciones, en 1982 los chinos impusieron un límite de natalidad, de un máximo de un hijo por pareja, para evitar una superpoblación excesiva en ese país. Unos 30 años después descubrieron que la pirámide se había invertido y que la población estaba envejeciendo demasiado, lo que empezaba a complicar la economía con cada vez más ancianos mientras se reduce año tras año la cantidad de trabajadores activos. En 2015 China le puso fin a la política del hijo único, pero pasarán muchos años hasta que la tendencia vuelva a revertirse.

Los resultados de las intervenciones humanas en la biología o el medio ambiente son de los más difíciles de pronosticar, ya que entran en juego incontables combinaciones, y aunque se cuente con suficientes datos previos, el llamado “efecto mariposa” es inmensurable.

A veces un simple hecho sin importancia aparente genera grandes consecuencias, como cuando el español Benito Costoya, quien vino a la Argentina en 1896 junto con sus padres, trajo algunas palomas de España.

Falleció Costoya antes de saber que era el causante de una nueva plaga nacional, consideración que tiene la paloma en Argentina desde 1964.

Al haber grandes cantidades en las ciudades, porque la paloma doméstica no vive en el campo, contaminan con sus heces todos lugares donde habitan, que pueden contagiar enfermedades si se respira ese polvo suspendido, y al ser muy ácidas también aceleran el deterioro de algunos materiales de la construcción.

Muy buenos muchachos

Las buenas intenciones promovidas con poco conocimiento o sin obras concretas que las respalden abundan en todas las actividades y sociedades a lo largo de la historia. Por eso decimos que el camino al infierno está pavimentado de ellas.

Uno de los ámbitos donde más abundan es en la política y es lógico porque el político antes que nada es imagen y esa imagen debe ser lo más buena posible. Para que lo voten, ningún político diría que hará todo mal, que robará lo más que pueda o que intentará trabajar lo menos posible.

Con honestidad o con hipocresía, los políticos son un enjambre de buenas intenciones. La historia nos demuestra que hay mucho más de hipocresía que de honestidad, de campaña electoral que de concreciones reales, de relato que de resultados.

No sólo las promesas de campaña que no se cumplen, sino las leyes concretas que se sancionaron, con “muy buenas intenciones”, nacionales, provinciales y municipales.

Durante el gobierno de Cristina Fernández se hizo una “limpieza” de normas que se habían sancionado entre 1853 y 2011, durante 158 años. Más de 200 juristas trabajaron para reducir 32.204 leyes y decretos a un digesto de sólo 3.134, menos del 10%. Estaba plagado de normas ridículas, caducas, inaplicables o que fracasaron. En Argentina las mujeres no podían expender bebidas alcohólicas, es decir que todos los bares con mozas estaban en la ilegalidad, tampoco operar varias herramientas o manejar vehículos con material inflamable. Otra ley declaraba “libres de derechos de importación a las planchas destinadas para la numeración de las puertas y de las calles de las ciudades de la República”. Y así, una lista interminable de ridiculeces.

En Tucumán y en el municipio capital también se trabaja para intentar “limpiar” leyes y ordenanzas en desuso o inaplicables.

Seguro tuvo una buena intención quién dispuso para dueños y paseadores la obligatoriedad de recoger las heces de los perros en la calle. Una ordenanza sin sentido si no se castiga a los infractores y con menos sentido aún si no hay personal para controlar.

Existen disposiciones que a simple vista parecen estúpidas, como que en Singapur está prohibido masticar y fabricar chicles, para evitar que luego ensucien la vía pública, y también arrojar colillas de cigarrillos en la calle. Estas aparentes nimiedades adquieren otra magnitud cuando nos enteramos de que la ciudad/país Singapur es uno de los más limpios del mundo, con más de 70.000 empleados dedicados a la limpieza, al control y a la sanción, y que cuentan con fortísimas multas aún para las más pequeñas transgresiones. Ahí cobra otro sentido prohibir los chicles.

Si en Tucumán no se sanciona a la horda de conductores que cruzan en rojo, menos se hará con quienes manejan viendo o escuchando el celular o no respetan la prioridad de peatones y ciclistas en los giros o en parques y plazas.

La ruta al infierno está pavimentada con leyes con buenas intenciones que no se cumplen. Y muchas, en realidad, parecen haber sido elaboradas sólo para anunciarlas, ser políticamente correctas o mostrar que se trabaja.

La nómina es enorme, pero citamos un sólo ejemplo de reciente debate.

La capital quiere que se prohíba a los hipermercados, supermercados, quioscos, almacenes, comercios de ventas de bebidas y alimentos y comercios en general a ofrecer al público, para expendio o embalaje, bolsas plásticas.

Suena bonito y loable. Pero qué sentido tiene prohibir las bolsas plásticas, si todo lo que irá en el interior de una bolsa reciclable tendrá plástico: gaseosas, paquetes de fideos, salchichas o galletas, envases de leches y yogures, bandejas de fiambres y comida, productos de higiene y limpieza, etcétera. El 90% de lo que va adentro de una bolsa cuando salimos de un supermercado lleva plástico. Con una botella plástica de un litro se pueden fabricar 100 bolsas.

La intención es buena pero insensata y poco efectiva, si antes no se obliga a cambiar desde su origen el tipo de envase de los productos que llegan al hogar. Es como prohibirle fumar a un manifestante mientras quema cubiertas.

La provincia y los municipios están atestados de normas que carecen de sentido común, sin órganos de aplicación efectivos, sin recursos para que se cumplan y sin voluntad punitiva. Son sólo buenas intenciones que sabemos a dónde conducen, según los santos franceses.

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