En la madrugada del 6 de junio de 1944, la historia del mundo pendía de un hilo mientras los cielos sobre Normandíase iluminaban con el resplandor de la guerra. Bajo la sombra de la oscuridad, 20.000 paracaidistas aliados descendieron sobre territorio enemigo, marcando el comienzo de una de las operaciones militares más monumentales de la historia: el Día D. Mientras tanto, el general Dwight Eisenhower se preparaba para enfrentar lo peor, con un discurso de "mea culpa" ante las más que probable posibilidad de que la mayor operación de invasión por mar de la historia –con la movilización de 175.000 soldados, 50.000 vehículos, más de 5.000 buques y 15.000 aviones en apenas 24 horas– hubiera acabado en desastre.
Preparativos y un mar de dudas
Dos años de meticulosos preparativos precedieron a este momento crítico. Dos años de secretismo, planificación y esfuerzo colectivo, donde hombres y mujeres de diversas profesiones se unieron en una causa común: derrotar al régimen nazi. Desde obreros industriales hasta espías y líderes militares, todos desempeñaron un papel vital en la construcción de esta operación sin precedentes.
Churchill, Roosevelt y otros estrategas militares se enfrentaron a la difícil pregunta: ¿era el desembarco en Normandía la mejor estrategia para poner fin al dominio nazi en Europa? Las dudas persistentes plagaron las discusiones, amenazando con socavar la confianza en una operación que exigía una precisión milimétrica y un compromiso total.
Churchill, conocido por su instinto estratégico agudo, mantenía reservas sobre la efectividad del desembarco. Durante meses, expresó preocupaciones sobre la viabilidad y las posibles repercusiones de la operación. Incluso cuando la decisión de proceder con el Día D fue tomada, las dudas de Churchill persistieron, llevándolo a abogar por alternativas militares que finalmente fueron descartadas en favor de la invasión de Normandía.
Roosevelt, por su parte, también enfrentó sus propias reticencias y presiones internas. Aunque reconocía la importancia estratégica del desembarco, tuvo que superar obstáculos políticos y militares para respaldar plenamente la operación. Las preocupaciones sobre las pérdidas humanas y la incertidumbre sobre el éxito del Día D rondaban en la Casa Blanca, provocando noches de insomnio y debates acalorados sobre el futuro de la guerra.
Mientras tanto, los comandantes militares aliados, encabezados por el general Eisenhower, enfrentaban el desafío de convertir la planificación teórica en una acción concreta. La coordinación de una fuerza de invasión tan masiva requería una precisión sin precedentes y una ejecución impecable. Cualquier error de cálculo o fallo en la coordinación podría haber resultado en un desastre de proporciones épicas.
La invasión y el final
Los aliados no dejaron nada al azar. A través de tácticas ingeniosas y engañosas, confundieron al mando alemán y mantuvieron en secreto los detalles de la operación. Desde falsas informaciones hasta señales codificadas, todo se desplegó para garantizar el éxito del desembarco. Incluso la transmisión de un verso de Paul Verlaine por la BBC sirvió como señal para dar inicio a la operación.
El 6 de junio, las tropas aliadas desembarcaron en cinco playas, enfrentándose a un feroz contraataque enemigo. Aunque las bajas fueron significativas, el avance aliado fue implacable. La liberación de Europa estaba en marcha. Si el Día D hubiera fallado, las consecuencias habrían sido inconmensurables.
Durante el Día D se produjeron más de 11.000 bajas, de las cuales 2.500 fueron muertos. Un cifra inferior a la esperada, pero lo suficientemente grave y con progresos tan acotados, que el Alto Mando aliado llegó a creer que estaban perdiendo la batalla. Pero se equivocaban. El avance en los meses siguientes fue imparable. Europa comenzaba a soñar con la liberación.
Si el desembarco hubiera fracasado, los trenes y cámaras de gas nazis habrían quedado disponibles para la deportación, internamiento y asesinato de un último contingente de judíos europeos que estaban en lista de espera. El número: más de un millón.