Durante estos días de mayor variabilidad de lo acostumbrado en el precio del dólar revivió un cruce de opiniones sobre el presente (y futuro) de la divisa. ¿Hay o no atraso cambiario? El tipo de cambio es un precio más, dijo el gobierno y criticó a quienes advirtieron contra un atraso. Es de soberbios pretender saber el precio de equilibrio, amonestó. Tiene razón. Pero también está equivocado. El oficialismo se cubre del salto del IPC en diciembre aduciendo un realineamiento de precios relativos: había precios pisados por planes de los gobiernos anteriores y debían recuperar el terreno perdido. O sea, estaban atrasados. Mas si nadie conoce el equilibrio, ¿cómo sabía el gobierno qué pasaba con esos precios?
Una guía son las medidas que obstruyen el intercambio. Si las hay puede sospecharse que el precio observado no es de equilibrio, sobre todo cuando lo pone el gobierno. Pero así ocurre con el dólar. Hay cepo y diferentes cotizaciones: tarjeta, de exportación, CCL, MEP. Y dólar oficial. No se sabe cuál sería el de equilibrio si se eliminaran todas las distorsiones, pero probablemente el oficial no lo sea.
Otra alternativa es recordar que lo que no se refleja en precios lo hace en cantidades. No puede saberse si el oficial sería el que habría en un mercado competitivo, pero si el precio está en la lista y el bien no está en las góndolas el precio debería subir. Bien, ¿hay dólares cuando se los pide? No para todos. El BCRA usualmente compra, lo que aleja temores de faltantes, pero el exportador está obligado a vender. El resto puede adquirir cantidades limitadas o debe esperar para comprar o vender. Es decir, faltan dólares en góndola.
Puede ser por el precio o por temor del gobierno a la liberación del mercado. Aunque el precio oficial fuera de equilibrio el fin del cepo activaría una demanda inusual que provocaría un salto en la cotización, que luego se reacomodaría pero mientras tanto puede haber impacto en precios internos y estrés cambiario y financiero. La demanda adicional sería de las empresas que durante años no pudieron girar utilidades a sus matrices extranjeras. Algunas filiales locales compraron títulos públicos y se los pasaron. El giro de ganancias se concretará según el gobierno pague esa deuda, pero no todas aceptaron tal salida.
Sin embargo, la preocupación común es por la relación entre cotización e inflación y se habla de atraso cuando aquella sube menos que el IPC ya que existe la creencia de que el precio del dólar siempre aumenta y la explicación de que se ajusta a la diferencia entre la inflación internacional y la doméstica.
Entonces, si se piensa que está barato al compararse revaluación con inflación se demandará más. Hasta ahora eso no parecía preocupar mucho pero en estas dos semanas se sumaron variables, como la menor tasa de interés que pagan los plazos fijos. Eso ayuda a disminuir la tasa que los bancos cobran por los préstamos, pero si el plazo fijo rinde menos que la inflación y el dólar siempre fue un seguro contra las crisis tener la moneda estadounidense implica una pérdida de intereses mínima frente a tener cobertura. Entonces, se compra la póliza verde. Además, el temor a una crisis creció un poco ante los vaivenes de los proyectos oficiales en el Congreso. ¿Se demoran la Ley Bases y la reforma tributaria? Caen las acciones y los títulos públicos (sube el riesgo país) y aumenta la demanda por dólares.
Hay más. No sólo preocupa si subirá (más) o no el tipo de cambio sino sus efectos sobre el comercio exterior. Porque suele decirse que el atraso cambiario mina la competitividad. Pero no es tan directo. Un dólar “barato” implica importaciones baratas. Uno caro, que los exportadores cobren más pesos por cada dólar y eso alentaría al sector. Al contrario, el atraso cambiario desalentaría las exportaciones. Sin embargo, hay datos para disentir. Entre 1991 y 2001, década de convertibilidad y atraso cambiario, las cantidades importadas subieron 178 por ciento. Las exportadas, 135 por ciento. No cayeron, pese al dólar. Claro, influyeron también otros factores, como una mejora (mínima) en los términos del intercambio, apertura de nuevos mercados, ausencia de retenciones, desregulación de la economía, estabilidad de precios, ingreso de capitales... e importaciones baratas de bienes de capital que mejoraron la productividad real de la economía.
Es el punto clave. La competitividad cambiaria, devaluaciones mediante, no es competitividad. Los precios internos terminan subiendo tras el dólar y la neutralizan. Es más, vivir de un salto devaluatorio a otro ni siquiera genera efectos de corto plazo. Alivia al sector un tiempo y se vuelve a lo de antes. No hay inversiones luego de las devaluaciones. La productividad, y con ella la competitividad, se debe a las innovaciones. Y un camino es la importación de bienes de capital. Como hace 30 años, el dólar barato podría aprovecharse para eso. No es que atraso o adelanto cambiario no interesen sino que tipo de cambio real de corto plazo y de largo plazo son cosas distintas.
¿Cómo están hoy las cuentas? Entre noviembre 2023 y abril 2024 el IPC subió 107 por ciento y el dólar oficial 143 por ciento. El dólar real promedio de mayo 2024 fue 22 por ciento superior al de diciembre 2015. No parece mal. Claro, preocupa cuando se considera que en enero estaba 46 por ciento arriba de diciembre 2015 y el viernes pasado sólo uno por ciento mayor al 17 de diciembre de ese año tras revertir el atraso de los años K. Aunque por ahora la reducción de la inflación moderaría cualquier posible atraso y la mayor oferta por las exportaciones agrícolas hasta mediados de año no hace temer restricciones, el dólar sigue funcionando como refugio y continuará moviéndose por temores igual que por realidades. Pero lo mejor es alentar innovaciones más que devaluaciones.