La misa de hoy: Acción de gracia por la Eucaristía

La misa de hoy: Acción de gracia por la Eucaristía

02 Junio 2024

La Iglesia hoy da las gracias por la Eucaristía (desde la enseñanza de S Juan Pablo II). Da las gracias por el Santísimo Sacramento de la nueva y eterna Alianza igual que los hijos y las hijas de Sión y del Jerusalén han agradecido el don de la Antigua Alianza.

La Iglesia da las gracias por la Eucaristía, el don más grande otorgado por Dios en Cristo, mediante la cruz y la resurrección: mediante el misterio pascual.

La Iglesia da las gracias por el don del Jueves Santo, por el don de la última Cena. Da las gracias por “el pan que partimos”, por “la copa de bendición que bendecimos” (cf. 1 Cor 10,16-17). Realmente este pan es “comunión con el Cuerpo de Cristo” (cf. ib.).

La Iglesia da gracias, pues, por el sacramento que incesantemente, sea en los días de fiesta, sea en otros días, nos da a Cristo, como Él ha querido darse a Sí mismo a los Apóstoles y a todos aquellos que, siguiendo su testimonio, han acogido la Palabra de vida.

La Iglesia da gracias por Cristo convertido en “el pan vivo”. Quien “come de este pan, vivirá para siempre” (cf. Jn 6,51). La Iglesia da gracias por el Alimento y la Bebida de la vida divina, de la vida eterna. En esto está la plenitud de la vida para el hombre: la plenitud de la vida humana en Dios.

“Si no coméis la Carne del Hijo del hombre y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,53-54). Ésta es la peregrinación humana a través de la vida temporal marcada por la necesidad de morir, para alcanzar hasta los últimos destinos del hombre en Dios, el mundo invisible, más real que el visible.

Precisamente por esto, la fiesta anual de la Eucaristía que la Iglesia celebra hoy contiene en su liturgia tantas referencias a la peregrinación del pueblo de la Antigua Alianza en el desierto.

Moisés dice a su pueblo: “No sea que te olvides del Señor tu Dios que te sacó del Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto... que sacó agua para tí de una roca de pedernal, que te alimentó en el desierto con un maná” (Dt 8,14-16).

“Acuérdate del camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer... para ponerte a prueba y conocer tus intenciones... para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios” (Dt 8,2-3).

Sus palabras van dirigidas a Israel, al pueblo de la Antigua Alianza. Si, no obstante, la liturgia de la solemnidad de hoy nos las refiere, esto significa que estas palabras se dirigen también a nosotros, al pueblo de la Nueva Alianza, a la Iglesia.

“No olvidéis...” ...Dios está cerca de los que le buscan con sincero corazón. Él sigue a todo hombre que sufre interiormente en el contexto de la indiferencia... Continuad buscando a Dios, aunque no lo hayáis encontrado. Sólo en Él es posible descubrir la respuesta exhaustiva a todos los interrogantes últimos de la existencia: sólo de Él deriva la inspiración profunda que ha animado la cultura de la que vivís.

A quienes ya creen recomiendo: No sofoquéis la esperanza que viene de Cristo; no olvidéis que la vida tiene una prospectiva abierta a la inmortalidad y, precisamente por estar destinada a lo eterno, jamás puede destruirse, por nadie y bajo ninguna razón: la vida que cada uno posee, la del que va a nacer, la del que crece, la del que envejece, la del que está próximo a morir.

En este “no olvides” se contiene algo penetrante.

No olvides. El mundo no es para ninguno de nosotros “una morada eterna”. No se puede vivir en él como si fuese para nosotros “todo”, como si Dios no existiese; como si Él mismo no fuese nuestro fin, como si su reino no fuese el último destino y la vocación definitiva del hombre. No se puede existir sobre esta tierra como si ella no fuese para nosotros sólo un tiempo y un lugar de peregrinación.

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