A cien años de la muerte de Kafka: un fenómeno interminable
Mañana se cumple un siglo del fallecimiento del autor de El castillo. En este número recuperamos un artículo de Rodolfo Modern, uno de los mayores especialistas argentinos en su obra, complementado con distintas miradas sobre el escritor que pidió que se quemaran sus escritos. Escritos que cambiaron para siempre a la literatura.
Por Rodolfo Modern
Para LA GACETA - BUENOS AIRES
Un ensayo de un escritor del ámbito alemán tituló un trabajo acerca del autor de “La construcción” como Kafka interminable. Tenía razón, nada absolutamente definitivo puede afirmarse de su obra. Se extiende, proyecta sus tentáculos hacia un horizonte ilimitado. Su meta final (si es que la tiene) consiste en no tenerla. En esto, y no sólo en esto, se diferencia de la mayoría de los grandes autores de su siglo y de otros tiempos.
Plasmó un mundo sin contorno cierto y, en la medida del inacabable material acumulado hasta el presente, resulta sumamente problemático aseverar algo que no deje, por lo menos, un cabo suelto.
Entre sus sueños no cumplidos figuraba el de convertirse en “freier Schriftsteller” (escritor profesional), pero tampoco hay que tomar al pie de la letra sus dichos en el sentido de que su trabajo de abogado en una compañía de seguros con sede central en Italia lo haya tenido absolutamente esclavizado.
Contaba con las tardes y, sobre todo, las noches, a su disposición, y se jubiló por razones de salud, la esperada tuberculosis, que llegó con puntualidad en 1922, lo que significa quince años de yugo en total, con un sueldo decoroso, que la inflación devoró. El exageraba al respecto, mas no le faltaban razones. También exageraba en lo relativo a su relación con el padre, un fallido sustituto del Padre Yahvé, quien, con su escasa cultura y una sensibilidad ubicada en las antípodas de las del único hijo varón, hizo más por Franz, a pesar de los choques, de lo que la tradición ha querido recoger. De todos modos, el vínculo hizo desgraciadas a las dos partes, y además de la remanida y no despachada carta al progenitor, en “La condena” y en “La metamorfosis”, material es lo que sobra al respecto.
Los tres compromisos matrimoniales, dos con la misma novia, no hablan precisamente de un equilibrio emocional aunque sí de una escrupulosidad exacerbada, ni tampoco de una imaginación expuesta ante lo inevitable, que no excluía la posesión de una las mentalidades más penetrantes de su tiempo, pero no situada dentro de los parámetros de un pensamiento lógico. La paradoja y las piruetas mentales del Talmud son sus instrumentos predilectos. Y no cabe negar que si no hubiera sido por el accidente llamado Hitler, como por la tuberculosis que él mismo autogeneró, el creador de El proceso hubiera podido llegar a una edad relativamente avanzada.
Pero entonces no habría sido quien fue. Pero asimismo, en un terreno hipotético, por supuesto, la posteridad fue privada de un tipo de literatura cuyo alcance ni vislumbramos.
Tampoco es históricamente cierto que a Kafka no le haya interesado verse publicado. Su correspondencia con editores de nombradía, como Rowohlt, S. Fischer, Kurt Wolff acreditan lo contrario. Con narraciones como “La metamorfosis” y “En la colonia penitenciaria” se había hecho de cierto prestigio en círculos afectos al cultivo de una literatura sutil y refinada, a lo que contribuían la excepcional claridad y la transparencia de su prosa alemana, la que, por otra parte, consideraba un compuesto postizo teniendo en cuenta sus orígenes raciales, y que cada palabra, cada imagen, contuviera un sentido metafórico aparte del real, lo que constituye una de sus mayores proezas poéticas. Más aun, todo su opus puede juzgarse como una metáfora continua de final abierto. Pero la utilizó lo mismo teniendo en cuenta tanto las posibilidades de su mayor difusión, como también su familiaridad con lo mejor de la literatura alemana de su época.
Las tres novelas que compuso, se sabe, no le satisficieron, y es mérito exclusivo de su amigo Max Brod que haya desatendido sus instrucciones para que la posteridad tenga la oportunidad de tomar contacto asimismo con América y El castillo. Con lo que, al término de la década del 20, se produjo una revolución literaria, tímidamente en el territorio del idioma alemán al comienzo, y, a partir de Camus, desde el meridiano francés hacia el mundo. A mediados del 30 irrumpió en el panorama de nuestra literatura, y fueron los grandes nombres de entonces los que lo dieron a conocer: Mallea, Martínez Estrada, Borges.
Pero el fenómeno Kafka es único. Téngase en cuenta que en la década del 20 quienes ahora son considerados gigantes dominaban el panorama literario occidental, desde España y Portugal hasta la Unión Soviética. Los poetas españoles de la generación del 27, Gide, Claudel, Giraudoux, Proust, Pirandello, Pessoa, J. Joyce, T.S. Eliot, Virginia Woolf, Hemingway, Faulkner, Scott Fitzgerald et alia figuran en esa panoplia privilegiada. Y, desde el costado alemán, la enumeración comprende a poetas y a novelistas del calibre de Rilke, Hofmannsthal, Brecht, Benn, Thomas Mann, Hesse, Robert Musil, etcétera. Dentro de esa pléyade, el mundo erigido por Kafka, doloroso, torturado, clarividente, sadomasoquista, aparentemente realista, onírico, visionario, grotesco, humorístico y dotado de una autenticidad superior se destaca como un Everest entre picos de alturas escalofriantes. Lo que Kafka pergeñó posee contornos únicos y una hondura expresiva y conceptual que ahora no puede superarse en un universo que, a través del detalle, apunta a lo esencial, a una esfera de lo humano que se toca con otras regiones donde lo inefable impera, y que sólo Kafka alcanzó a tratar según su modo peculiar, imbuido por un impulso hacia Lo Verdadero, para llegar al núcleo de eso Indestructible capaz de resistir los embates del destino a fin de lograr la configuración de una humanidad desprendida de lo espurio y que permitiera la anhelada armonía. El dijo varias veces que sólo vivía para la literatura, que él era literatura, pero la afirmación es errónea. Su literatura excede esta afirmación.
Y la realización de ese impulso, que también es en Kafka amor y entrega a una obra literaria de otro nivel, no ha cesado como ejemplo en sus consecuencias. Sólo que después de su aparición singular, que hasta su apariencia física pone de manifiesto, no ha aparecido al presente otra personalidad que se le aproxime. ¿Surgirá, brota la pregunta obligada, en un futuro inmediato o no, una figura similar?
(c) LA GACETA
Rodolfo Modern - Fue profesor titular de Literatura alemana y director del Instituto de Literatura alemana de la UBA, doctor en Letras y en Derecho, miembro de la Academia Nacional de Letras, autor de Acerca de Franz Kafka, colaborador fundacional de LA GACETA Literaria. Este artículo fue publicado originalmente en estas páginas en 2004.