El 27 de junio de 2022 la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) anunció quiénes eran las convocadas para concentrarse en el seleccionado español de cara a la Eurocopa de Inglaterra. El 22 de septiembre del mismo año, llegaron 15 mails a la casilla de correo de la RFEF. En ellos, un mensaje de 15 jugadoras que pedían no ser convocadas al seleccionado; la mayoría de ellas eran bajas muy sensibles ya que se trataba de las estrellas que tenía el conjunto español.
“No se llega de un día para otro a la situación que estamos viviendo. Es evidente que es la consecuencia de un cúmulo de acontecimientos, comportamientos, decisiones, intentos fallidos y desgastes por intentar que la voz de la jugadora sea escuchada”, planteaban “las 15” (el nombre con que la prensa bautizó a las 15 futbolistas) en ese momento.
Antes del último mundial de fútbol femenino, el seleccionado de Canadá se plantó y tras la dimisión de Nick Bontis (ex presidente de Asociación Canadiense de Fútbol), la federación tuvo que anunciar un principio de acuerdo para la equiparación económica y de financiación de la selección femenina con respecto a la masculina.
El año pasado, para poder asistir al mundial de Australia, las jugadoras del seleccionado jamaiquino recurrieron a las redes sociales para protestar por lo que consideran un apoyo desigual de parte de la federación de su país. Ante la falta de respuestas tuvieron que llevar adelante campañas de crowdfunding para cubrir gastos básicos como transporte y alojamiento durante el torneo.
Un año después, en Argentina nos encontramos con un problema similar. Esta semana tres jugadoras de la selección albiceleste, a modo de protesta por las condiciones inadecuadas y la falta de respeto profesional hacia ellas, renunciaron a ser convocadas por AFA.
Entre las jugadoras se encuentran Lorena Benítez, Julieta Cruz y Laurina Oliveros, las tres futbolistas de Boca, quienes anunciaron su renuncia debido a la falta de condiciones adecuadas y el trato recibido por parte de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). Las quejas principales giran en torno a la precariedad de las instalaciones, la falta de planificación seria en los entrenamientos y la disparidad de trato en comparación con la selección masculina.
Las jugadoras expresaron que, además de las malas condiciones, había una falta de diálogo y consideración por parte del cuerpo técnico y la dirigencia. Según Benítez, “Dejo a mis hijos, mi club (Boca), mi trabajo, para ir a un lugar (AFA) donde no nos valoran como deportistas y no nos pueden dar lo básico”.
Una de las figuras históricas de la albiceleste, Estefania Banini, expresó su apoyo hacia sus compañeras. “No podemos seguir aceptando un trato que no valora nuestro esfuerzo y dedicación. Las condiciones en las que entrenamos y jugamos no son dignas de una selección nacional”.
Existe un mito en el deporte que sugiere que representar al país es un deber que debe cumplirse sin importar las circunstancias. Sin embargo, esta visión ignora que para muchas jugadoras, el fútbol es también su profesión. La pasión y el amor por el deporte no pueden justificar condiciones de trabajo inadecuadas y la falta de reconocimiento profesional. En palabras de Oliveros: “con el corazón partido y mil ilusiones que se esfuman de a poco”.
Este nuevo capítulo en el fútbol vuelve a poner en el centro de la discusión las diferencias abismales que existen entre el fútbol femenino y masculino. Mientras la selección masculina disfruta de instalaciones de primer nivel, salarios altos y una organización profesional, las mujeres deben pelear por lo básico. Esta desigualdad no solo se manifiesta en términos de infraestructura y apoyo, sino también en el respeto y el valor otorgado a su esfuerzo.