El Pacto debería replantear sus objetivos

El Pacto debería replantear sus objetivos

El malogrado Pacto de Mayo estuvo mal concebido. Petulante, Javier Milei lo presentó como una última oportunidad para que “la vieja política” mostrara que ya no es “casta”. Un contrato de adhesión condicionado a otra prueba de arrepentimiento, la Ley Bases. Sin embargo, aunque Milei ganó la presidencia su partido tiene poco peso en el Congreso y cada uno de los gobernadores, diputados y senadores igualmente se legitima en el voto popular. Y en democracia los pactos se conversan, no se imponen. No quiere decir que el contenido sea malo. Como muchas cosas con Milei, hay un problema de método. Pero mostrar la utilidad de un pacto necesita un rodeo previo.

Hace años el politólogo Ian Bremmer planteó la figura de la “curva J” para sintetizar los problemas del tránsito de una sociedad cerrada a otra abierta. Para Bremmer las variables relevantes eran la estabilidad del régimen en el eje vertical y la apertura de la sociedad (económica, política, social) en el horizontal. Con el cierre los gobernantes ganan estabilidad pues controlan todo. No hay oposición. Sin embargo, la vigencia del régimen es forzada y la opresión tiene un límite. En cambio, en una sociedad abierta un gobernante en particular puede no ser estable pero el régimen sí pues permite una vida dinámica, en desarrollo, moderna, que vale la pena sostener. Así, el grado de estabilidad de las autocracias sería menor que el de las democracias republicanas.

El problema es ir de una a otra. Cuando comienza el cambio de régimen el sistema se debilita. Por ejemplo, para un autócrata liberar el sector privado significa perder el control de las variables y al mismo tiempo los principales beneficiarios del statu quo (los agentes del aparato estatal y las oligarquías empresarias o sindicales) impugnan el nuevo rumbo y al gobernante. Eso mina la autoridad y surge la inestabilidad. El paso de la estabilidad de la autocracia a la estabilidad de la democracia no es una línea ascendente sino que tiene primero un tramo descendente para recién, a medida que la apertura se consolida, crecer. De allí la imagen de la “J”.

Un ejemplo fue el gobierno de Mijaíl Gorbachov en la Unión Soviética. Para modernizar su país lanzó las políticas de glasnost y perestroika que implicaban aflojar viejas restricciones políticas y económicas. El régimen perdió tanta estabilidad que no sólo desapareció sino que también lo hizo el país. La URSS nunca superó el tramo descendente de la J. Bremmer recibió críticas de sesgos al seleccionar los casos, pero la idea básica suena correcta: intentar cambios esenciales, de régimen, puede generar respuestas que finalmente los impidan o incluso lleven a situaciones impensadas.

Algo así puede especularse de la economía (y la sociedad) argentina y el insano intervencionismo estatal preponderante desde hace 80 años. Sobre él se montó una práctica política populista basada en sectores prebendarios, clientelismo y cooptación del Estado. Para tener una idea del grado de interferencia gubernamental en la vida ciudadana, cuánto fueron erosionados la libertad y el derecho de propiedad privada, puede leerse “La república corporativa”, de Jorge Bustamante, una recopilación de las regulaciones deletéreas vigentes hasta 1988 y renacidas desde 2003. Aunque tal vez baste con recordar cuando la compra de dólares requería permiso de la AFIP. Contra todo sentido de responsabilidad democrática y transparencia pública, “más secreto que la fórmula de Coca-Cola” llegó a decir un funcionario sobre el criterio de autorización. Esto es, los ciudadanos no tenían idea de cuáles conductas propias podían permitirle y cuáles no disponer de su patrimonio.

Tal sistema genera beneficios para algunos sectores y estabilidad política mientras se gobierne favoreciéndolos, pero redistribuye riqueza, no la crea. Y al costo del estancamiento, déficits fiscales permanentes, deuda pública, inflación y pobreza crecientes y pérdida de calidad educativa, solidaridad y sociabilidad.

Mientras, el mundo muestra que una economía menos regulada, con seriedad fiscal y monetaria, más abierta e integrada al mundo, respetuosa de la iniciativa privada, con más transparencia pública y menos ambiciones hegemónicas produce resultados contrarios a los de Argentina.

¿Cómo pasar de un régimen a otro? No es gratis. Misiones y sus policías y docentes son un ejemplo. El federalismo no es girar mucho dinero a las provincias sino respetar sus responsabilidades. Cuesta abandonar el vivir del gobierno central y ser su subordinado para valerse por uno mismo y ser autónomo. Así con muchos otros casos, siendo evidente el del sindicalismo cuya burocracia no quiere renunciar a reglas anacrónicas mientras contribuye a la informalidad y creciente pobreza de los trabajadores. Y por supuesto, para defender el statu quo intenta desestabilizar al gobierno.

Sí, para pactos ya está la Constitución y algunos puntos eran aparentemente innecesarios. ¿Por qué poner el respeto al derecho de propiedad privada, por ejemplo? ¿No es obvio? Pues no tanto. Fijación de precios, apropiación de depósitos, alteración de contratos, cupos de producción, exportación o importación son algunos repetidos ejemplos de violaciones a tal derecho.

Además, en el Pacto de Mayo había propuestas (como el equilibrio fiscal) que evitarían caer en la tentación de otras irresponsabilidades. Puntos muy generales y acertados cuya realización requería medidas concretas. Así, podía ser un instrumento para emprender el tramo ascendente de la J. Pero se debió explicitar el soporte a la ruta de cambio. No sólo mostrarla sino aclarar la distribución y alivio de costos hasta que hubiera frutos. Cuando ello ocurriera, la estabilidad llegaría gracias a los resultados mismos.

Es un problema clásico. Los costos suelen ser presentes y los sufren personas concretas, los beneficios potenciales y para sujetos indeterminados. No sólo los “vividores” sufren; también quienes tienen planes de vida y costos hundidos de buena fe basados inevitablemente en el régimen decadente. Es el tramo peligroso de la J y pensando en él debió discutirse el acuerdo. El Pacto De Cuando Sea todavía es posible, pero servirá si se hace con seriedad, humildad y claridad en sus objetivos.

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