Crónicas del Viejo Tucumán: Doña Tomasa, el ideal de una justicia distributiva
Por José María Posse
Abogado, escritor, historiador.
En 1845, el matrimonio conformado por doña Tomasa Posse y su marido (y primo hermano), don Wenceslao Posse, fundaron una hacienda azucarera en Cruz Alta a la que bautizaron “Esperanza”. Con el tiempo se convirtieron en pioneros de la maquinización de la fábrica y en lo laboral, al innovar en el trato debido a sus trabajadores.
Doña Tomasa tenía como lema: “Devolver a la sociedad el bien que de ella se recibe”. En ello se encontraba para ellos la verdadera filantropía, que consistía en mucho más que subsidiar la necesidad inmediata, brindando las herramientas para el desarrollo integral del individuo. De esta manera se conseguía una solución certera al endémico problema de la pobreza en la provincia. Para ello se ocuparon de la formación de los asalariados de la fábrica y sus familias.
Los niños de los trabajadores del ingenio Esperanza (antes de la sanción de la Ley 1.420, del año 1884, por la cual durante el primer gobierno de Julio A. Roca se implementó la educación común, gratuita y obligatoria), recibían educación solventada por la fábrica. Ello se materializó con la construcción de una moderna escuela que dependía del ingenio. Se preveía también la salida laboral de los alumnos; en las aulas se enseñaban oficios diversos, entre otros telegrafistas los varones, modistas las mujeres. Los adultos no quedaron exentos de esta formación, ya que tenían la posibilidad de asistir a clases nocturnas para completar su educación. Como corolario, se otorgaban becas para todo aquel que aspirara a cursar estudios superiores, inclusive en otras provincias.
La larga amistad de la familia Posse con Domingo Sarmiento tuvo mucho que ver en la filosofía volcada por doña Tomasa en educación. Tucumán por esos años comenzó a descollar en el concierto nacional, no solo como un faro industrial y económico, sino también educativo y cultural.
El esparcimiento, como parte de la formación, se realizaba mediante tres disciplinas deportivas. En la escuela existía un gran natatorio donde a los alumnos se les impartía clases de natación desde muy niños. También el incipiente deporte del fútbol, cuya historia se remonta a los ingenieros ferroviarios ingleses que implantaron el juego. Por entonces se comenzaba difundir en la provincia y generaba gran entusiasmo en la población. Además los estudiantes adquirían un básico entrenamiento militar, con el objetivo de crear una rutina deportiva de ejercitación física. “Mente sana en cuerpo sano”.
Los empleados recibían atención médica gratuita. Los tratamientos y remedios se proveían desde un dispensario, abastecido íntegramente por la fábrica, sin costo alguno. Las viviendas de los obreros eran espaciosas, de buena construcción y tenían las comodidades de cualquier edificación de la ciudad. Doña Tomasa, con una gran visión de futuro, protegió a sus empleados de los avatares de la vejez e invalidez, dejó establecido que las casas que habitaban los asalariados (y que pertenecían al ingenio) debían quedar en propiedad para ellos y su descendencia en usufructo imperecedero.
Utopía
Para el final de la zafra, doña Tomasa organizaba una gran comida campestre en la que participaban todos los trabajadores, tanto del surco, como de la fábrica; los técnicos, los ingenieros, los directores y los hijos y nietos de la propietaria. Allí se premiaba y distinguía el esfuerzo de los trabajadores destacados, y cada familia recibía su pago mensual (además de las remuneraciones por rendimiento y productividad). En efecto, se otorgaban premios especiales a los mejores trabajadores del período, por desempeño. Se les daba además una participación en las ganancias.
El doctor Juan Bialet Massé, médico y abogado socialista, que había emigrado de España al ser sospechoso de haber participado en atentados anarquistas, fue testigo de una de aquellas reuniones. En su célebre “Informe sobre el estado de las clases obreras” en 1904, que dio origen a la Ley Nacional de Trabajo, escribió destacando de manera especial el ingenio de doña Tomasa Posse. Luego de confesar su prevención y expresar su crítica negativa acerca de las condiciones de vida de los obreros azucareros en Tucumán, se maravilla de las condiciones de salubridad, limpieza y espacio de la fábrica. Manifiesta: “…nada podría pedirse por el socialista más exigente. Tal es el ingenio Esperanza en Cruz Alta, de propiedad de la señora Tomasa Posse de Posse. Es el primer ingenio del renacimiento de la industria azucarera en Tucumán; fue fundado en 1845 por el señor Wenceslao Posse, esposo de la por cien títulos venerada propietaria actual, que cada año recibe a sus operarios, agrupados en su mesa, el testimonio de su gratitud que sus bondades merecen”.
En la fábrica de doña Tomasa, está prevista la seguridad integral y protección del trabajador. Bialet Massé destaca la seguridad tanto de las instalaciones edilicias como de las máquinas. Detalla la protección física al operario en sus guarda volantes y guarda engranajes, barandillas, escaleras con pasamano, etcétera. Todo lo que podía pedirse, de lo mejor.
Subraya, además, la existencia de un grupo de edificios para talleres, amplio, completo, con todas las medidas higiénicas necesarias. En esos edificios, se formaba y elevaba la especialización del trabajador, lo que lo capacitaba para la realización de la tarea asignada. Así se evitaban los accidentes laborales.
Bialet Massé informaba: “No hay proveeduría, en el establecimiento hay tres casas de negocio (que no pertenecían a la fábrica), pero el obrero compra donde mejor le parece”. Como el pago, a diferencia de otras fabricas se realizaba en dinero en efectivo, el asalariado podía comprar donde mejor le convenía. En razón de ello, el intercambio económico no estaba condicionado en beneficio del dueño del ingenio. Con ello se eliminaba el antiguo sistema de ficha o vale de canje.
Continúa el autor citado: “El jornal es justo y la retribución es la mejor que se paga en los ingenios (para disgusto de muchos industriales de la época, acostumbrados a sistemas radicalmente opuestos). Hay descanso dominical y jornadas limitadas y rotativas para otorgar el descanso del trabajador”.
El cronista manifiestaba además: la casa tiene médico y botiquín que asiste a los obreros y “en caso de accidentes del trabajo se presta toda la asistencia y se da el jornal. Si el individuo queda inútil, se le da una pensión, sin perjuicio de que se le dé una colocación compatible con su estado”. Lo cual implica una rehabilitación de los incapacitados. “Lo mismo sucede con los ancianos, al que cumple los 60 años de edad, habiendo servido en la casa más de 15 años, se le da jubilación, sin perjuicio de que se le dé colocación compatible con sus fuerzas. Única casa en la República que hace esto”, destacaba. En tiempos cuando no existían leyes laborales que regularan los derechos del trabajador, estas normativas constituían una innovación extraordinaria. Con ello se aseguraba la pensión y el retiro del operario. “La gente está contenta, ni una queja le oí”, agregaba el español.
Terminaba su informe diciendo: “Basta al observador experimentado el primer golpe de vista para ver que allí hay orden, justicia y bienestar; el solo saludo del obrero al director indica que allí hay algo de subordinación filial, que no existe donde no lo engendra el buen trato”.
Concluía el estudioso: “He tenido un grato descanso, entre tantos de no ver sino miserias”.
El estudio de Bialet Massé, contradice la leyenda negra de la industria azucarera en el caso del Ingenio Esperanza de Tucumán.
Vida espartana
Al igual que su marido, doña Tomasa Posse vivía alejada de lujos y banalidades. Su casa era espaciosa, y tenía los adelantos de época, pero no la suntuosidad del millonario. Eran sobrios en grado sumo y no frecuentaban la vida social, salvo para funciones teatrales o fiestas familiares. Su vida transcurría principalmente en el Ingenio, en el trabajo fecundo que allí se desarrollaba.
Don Wenceslao falleció el 3 de Enero de 1900, y fue llorado por toda la industria tucumana; su mujer determinada como era, decidió seguir con el legado hasta el final. Con su marido, donaron el dinero para la creación de muchas escuelas en Tucumán y en Buenos Aires, donde don Wenceslao vivió algunos años.
Tiempo después, una de las escuelas donadas en la parroquia de San Miguel (en calle Suipacha 118), pasó a llamarse Wenceslao Posse. Algo similar ocurrió con la escuela del Ingenio, que aún en la actualidad lo recuerda.
La incansable doña Tomasa se ocupó hasta avanzada edad del bienestar de “su gente”; fue palmariamente una mujer precursora, con un sentido social avanzado para su época. Entendía que dando dignidad y derechos a sus empleados, el trabajo era fecundo y los resultados favorecían tanto a los asalariados, como a los industriales.
En el invierno de la vida
Gustaba, ya viuda, de pasar las temporadas veraniegas en su casa de Alto de las Salinas. Allí, rodeada de sus hijas y nietas, disfrutaba de la sencilla vida del campo.
En el ingenio cuidaba con esmero de un importante jardín, detrás de la casa de la administración, donde hizo plantar una enorme variedad de árboles, plantas y flores, algunas de ellas de variedades exóticas.
Sarmiento, en una visita al ingenio, le regaló un espléndido San Antonio, el único árbol que aún se conserva de aquellos “jardines como montes floridos”, que retrataron los cronistas, como el periodista porteño Manuel Bernárdez.
En 1907, doña Tomasa reorganizó la fábrica bajo la figura societaria que se llamó “Compañía Azucarera Wenceslao Posse”, y entregó las acciones correspondientes a sus hijos y nuevos socios.
Un cáncer de pecho la atacó en sus últimos años. Fue tratada por especialistas de Buenos Aires que ya trabajaban con los Rayos X que había desarrollado el matrimonio Curie en Francia. Su tiempo vivencial se acababa. Nacida a pocos años del nacimiento de la patria, fue testigo de la transformación de Tucumán, desde la humilde aldea poscolonial a la pujante ciudad industrial en la que se había convertido. De las carretas tiradas por bueyes a los automóviles que surcaban las calles adoquinadas; incluso llegó a ver el primer avión que sobrevoló la ciudad.
Era de carácter serio, a veces taciturno, fruto de las muertes prematuras de sus hijos; una mujer atenta que ayudaba permanentemente a su prójimo, con la premisa excluyente del anonimato, condición indispensable entre los verdaderos benefactores. No buscaba en ello perpetuar su nombre y satisfacer su vanidad, lo cual se evidencia en el desconocimiento de su nombre para las generaciones actuales.
Su legado, al decir de su nieto y biógrafo Pedro Lautaro Posse, fue “el transmitir la máxima de que no existe la dignidad propia sino se es capaz de asegurar la dignidad del prójimo”. Su adelantada filosofía laboral, años más tarde fue plasmada en normativas constitucionales y legales.
Todo ello fue resistido en su época por algunos industriales, que debieron cambiar parámetros ante la presión gremial incipiente, quienes tomaron al ingenio Esperanza como un modelo a seguir. Al decir del referido biógrafo: “la base del éxito económico del Ingenio Esperanza, y su proyección en la posteridad se basaron en que industriales y trabajadores, forman parte del mismo carro, que debe tirar hacia delante; el avance social demócrata y el crecimiento económico, eran dos caras indisolubles de la misma moneda”.
Con resignación cristiana, fue ejemplo para sus descendientes en sus días finales, dando muestras de amor filial a su familia y a todas las personas que acudieron a visitarla en su lecho final. El 2 de marzo de 1916, falleció en su casa de calle Laprida segunda cuadra. Fue enterrada junto a su marido en el monumento del Cementerio del Oeste, que aún se conserva como parte del patrimonio histórico y cultural de la provincia.
El diario LA GACETA del 3 de marzo de 1916 informaba: “A la avanzada edad de 94 años, falleció ayer en esta capital la Sra. Tomasa Posse de Posse, (viuda de don Wenceslao Posse), dama estrechamente vinculada a la sociedad tucumana, que la contó siempre entre sus hijas predilectas. Muere después de sufrir las alternativas de una larga enfermedad, y cuando todos los recursos de la ciencia estaban ya agotados en la tarea salvadora. Entre las virtudes salientes de la extinta resalta, con perfil inconfundible, su consagración a todo lo que importaba un adelanto para las instituciones industriales, sociales y de beneficencia. Este suceso doloroso enluta a la sociedad tucumana entera”.
En el aviso fúnebre participan sus hijos sobrevivientes: Lelia, Hortensia, Carmen, Justino, Ángel y Vicente, con lo cual debemos tener en cuenta que ella debió enterrar a 10 de sus hijos. Una verdadera multitud de operarios del Ingenio Esperanza fue a despedirla. Fueron ellos los que cargaron el féretro a pulso hasta su lugar de descanso junto a su compañero de toda la vida. Años más tarde, los restos de ambos fueron colocados en una urna tallada, en cuya tapa, dos ángeles enfrentados con las alas extendidas, se inclinan ante la presencia del Señor.