20 Mayo 2024
Dedos arrugados, cuando nos convertimos en nuestros ancestros.
Una interrogante que nos persigue desde chicos tiene una respuesta científica llamativa. Meterse al agua y no convertirnos en una pasa de uva pero que nuestros dedos se achicharren es un fenómeno extraño. Una adaptación de nuestros ancestros permanece hasta hoy en nuestras manos.
De pequeños pasábamos horas y horas en la pileta, divertidos entre lo liviano que nuestro cuerpo puede hacerse y las capacidades cercanas a las de volar que adoptamos cuando nos sumergimos en la masa líquida. Esos tiempos extensos iban acompañados de unos dedos arrugados, que podían parecerse a los de nuestros abuelos.
Encarnando el pasado: ¿cómo nuestros dedos arrugados nos llevan a nuestros antepasados?
Aunque parezca un poco extraño, las arruguitas de nuestros dedos son una respuesta de nuestro sistema nervioso que según estudios científicos, se deben a una adaptación científica que coincide con algunos fenómenos propios de la física. Un neumático puede agarrarse mejor del asfalto mojado si tiene ranuras, las llamadas bandas de rodadura, que permiten que el agua fluya en la superficie del neumático, mejorando el contacto entre este y el suelo.
Lo mismo sucede con nuestros dedos, según las investigaciones. Las arrugas en los mismos actúan como estas bandas de rozamiento o rodadura de los vehículos, canalizando el agua fuera de las yemas y mejorando la capacidad de agarre en las superficies mojadas.
La hipótesis de los científicos establece que este fenómeno habría permitido a nuestros ancestros caminar por zonas resbaladizas y sobre todo, como éramos cazadores y recolectores, esta adaptación nos servía para agarrar alimentos con mayor facilidad en entornos húmedos, como moluscos en zonas costeras.
¿Por qué se arrugan nuestros dedos cuando pasamos mucho tiempo bajo el agua?
Cuando permanecemos mucho tiempo bajo el agua, unos 10 minutos, el agua penetra nuestra piel, que en otras ocasiones donde tenemos menos tiempo de contacto con ella esto no sucede, gracias al sebo, que se encuentra en la capa más externa de la piel que hace que nuestra piel sea un poco a prueba de agua. Al pasar mucho tiempo sumergidos, el sebo se quita por unos momentos y nos transformamos un tanto en esponjas que absorben el agua.
Allí se envía una señal a nuestro cerebro, éste, a través del sistema nervioso autónomo, emite una orden: contraer los capilares subcutáneos y reducir el flujo sanguíneo en la zona. Esta contracción de los vasos sanguíneos es mayor en las capas profundas de la piel y menor en las capas más superficiales. Así, las capas de arriba quedan más gruesas y más anchas y las capas más profundas se afinan, y es esta combinación irregular la que genera esas arruguitas en la yema de los dedos.
Este proceso toma más de 10 minutos en llevarse a cabo, aunque la temperatura del agua puede variar este tiempo. Así también es reversible, y en ese mismo tiempo podemos volver a nuestros dedos habituales, luego de ese viaje en el tiempo en que nos convertimos en recolectores ancestrales por un momento.
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