La participación de Javier Milei en la cumbre de partidos de derecha Europa Viva 24 ha culminado en un conflicto diplomático. Uno más en la corta, pero berreta, política exterior del Gobierno libertario.
El mandatario argentino dio un discurso plagado de exabruptos, fiel a su estilo populista, que derivó en que el Gobierno de España le exija una retractación. A la vez, el presidente del gobierno de ese país, Pedro Sánchez, llamó a consulta “sine die” (léase, sin plazos) a su embajador en Buenos Aires. Es que el argentino calificó de “calaña” a su par ibérico. Y como si no bastara, trató de “corrupta” a su esposa, Begoña Gómez, a pesar de que sólo está siendo investigada y no ha recibido condena.
Las declaraciones de Milei fueron enmarcadas por una demonización del socialismo. “Abrirle la puerta al socialismo es abrirle la puerta a la muerte” y “Basta de socialismo, hambre y muerte”, fueron algunos de sus dichos. Con un corolario: “Nunca se olviden de que los malditos socialistas asesinaron a 150 millones de personas”, sentenció, sin mencionar fuentes ni períodos históricos.
Las posturas de Milei, y sus consecuencias, representan una reedición de lo más rancio de la prosapia kirchnerista. Cuando Néstor organizaba en la Argentina “contracumbres” hostiles contra los Estados Unidos; cuando Cristina prefería el alineamiento con Irán, China y Rusia antes que con las democracias liberales; o como cuando Alberto acudía a la Cumbre de las Américas en EEUU como vocero de las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Todos antepusieron ideologías personales sobre los intereses del país. Ahora, Milei profundiza esa línea, con un agravante en su caso: resulta violatoria de la que fuera acaso la primera doctrina en política exterior que acuñara la Argentina de la organización nacional, en el siglo XIX: alineamientos políticos con ningún país, negocios con todos. La acuñó Juan Bautista Alberdi, aquel que el Presidente de la Nación menciona mucho y honra poco.
Lo más inquietante del nuevo dislate diplomático, sin embargo, no se debe a que la crisis que ha estallado con España responda a la ortodoxia ideológica de nuestro gobernante. Por el contrario, en la exageración de sus posicionamientos sólo quedan expuestas las contradicciones de su prédica.
Milei y el busto de Menem
Milei viene de inaugurar un busto del ex presidente Carlos Menem en la Casa Rosada. El acto en sí no merece reproches: el riojano fue dos veces consagrado por mandato del pueblo. Pero luego lo declaró “el mejor presidente de la historia”, pese a que los casos de corrupción en los que estuvo procesado, condenado y hasta privado de libertad (sin sentencia definitiva) hilvanan un rosario sobre lo peor de la historia del despojo argentino. Esas causas, como se avisó aquí el viernes pasado, van desde la voladura de la ciudad de Río Tercero para ocultar un presunto tráfico de armas, hasta la tentativa de encubrimiento de los responsables del atentado a la AMIA. En contraste, Begoña Gómez está siendo investigada sólo por la posible tráfico de influencias. Teniendo en cuenta su reinvidicación al menemismo, la esposa de Pedro Sánchez merecería que Milei pida su beatificación.
Lamentablemente, las inconsistencias de nuestro Presidente no sólo se reducen al presente. También el pasado, al cual él mismo alude, desafía la coherencia de la palabra oficial. La pretensión de demonizar a todo el “socialismo” no resiste ninguna lógica. El comunismo (el socialismo revolucionario toma ese nombre a mediados del siglo XIX para diferenciarse del socialismo utópico, según el mismísimo Friedrich Engels, citado por Gianfranco Pasquino en su “Nuevo curso de ciencia política”), cuando fue llevado a la práctica por los bolcheviques, perpetró crímenes oprobiosos e injustificables. El totalitarismo consagrado por Stalin fue denunciado por su propio sucesor. “Bestia sedienta de sangre”, es como lo calificó Nikita Kruschev.
Nada tiene que ver ese “socialismo” con el de la socialdemocracia que ha gobernado Alemania o Francia en diferentes períodos tras la II Guerra Mundial, y que contribuyeron a forjar en esas potencias mundiales regímenes capitalistas como los que Milei elogia. Confundir esos “socialismos” con los de la URSS equivale a considerar que las “repúblicas democráticas” del bloque soviético (países que no eran parte de la Unión Soviética, pero eran satélites de Moscú) eran verdaderas democracias (llevaban el nombre) y, por tanto, tildar a todos los demócratas como dictadores.
En segundo lugar, la postura de Milei de asumirse una suerte de “vengador del pasado” no lo deja en la posición más cómoda, ni mucho menos en el escenario más propicio. ¿Rompemos relaciones con España por los crímenes perpetrados hace siglos por los conquistadores? Ni hablar de las “Guerras del Opio”, a mediados del siglo XIX, lideradas por el Imperio Británico contra el Imperio Chino. Los ingleses las emprendieron para defender sus intereses comerciales generados por el contrabando de opio. Es como si países productores de cocaína declarasen la guerra contra la Argentina para que se les permitiera comerciar su droga en este país y hasta convertirla en un medio de pago de mercancías. Y, para peor, que esos países ganaran ese conflicto... Los “tratados desiguales” les impusieron condiciones ominosas a los chinos. ¿El Gobierno nacional va a proponer que abandonemos el capitalismo en repudio a esas guerras de 1839 y 1842, porque abrirle las puertas al capitalismo es abrírselas a la guerra, las adicciones y la muerte?
¿Y el franquismo en España? La dictadura que inauguró el general Francisco Franco se extendió desde 1939 por cuatro décadas. No fue ni remotamente un régimen socialista, sino todo lo contrario. Los rasgos fascistas de esa autocracia corresponden, entre otros muchos y terribles, a su cerrado anticomunismo. El franquismo desplegó campos de concentración en España, como lo documentan profusamente numerosos libros de los últimos años. Según los autores que se consulte, por esos centros de sometimiento, torturas y muertes pasaron entre 400.000 y 1 millón de personas. En el auditorio de extrema derecha que ovacionó a Milei debe haber muchos simpatizantes de aquel espantoso pasado español que por poco y llega a la década de 1980. Es difícil saberlo, pero hay altas probabilidades de que más de uno se supiera de memoria el himno falangista “De cara al sol”.
¿Nunca debemos olvidar que la derecha fascista española mató miles de personas, en lo que es considerado un verdadero holocausto ideológico? ¿O los muertos que matan las dictaduras que no son socialistas están justificados en la curiosa concepción de la historia que tiene el Gobierno libertario? La pregunta no es gratuita, teniendo en cuenta que la actual administración argentina no condena los muertos de la última dictadura militar argentina, ni remotamente, con el ahínco con el que lamenta los muertos de las dictaduras socialistas.
En definitiva: a ningún ser humano se le puede negar el derecho a incurrir en contradicciones. Por caso, se puede hacer campaña permanente contra “la casta” y usar la aeronave oficial para viajar a España, aunque el periplo no incluya agenda de Estado en ese país. El problema es cuando esas inconsistencias arrastran Estados completos y los arrojan a conflictos diplomáticos. Porque viajar en avión presidencial hacia una política exterior berreta no resiste ninguna lógica posible.