La valija de Jacob
19 Mayo 2024

Por Enrique Ahumada

Para LA GACETA - BROOKLYN (Nueva York)

Escucha por primera vez Verano porteño. Siente que algo cambia dentro suyo. Y para siempre. Ya no es lo mismo cruzar la 9 de julio a las tres de la tarde en pleno diciembre. Piazzolla le pone poesía al sofocante paisaje urbano. Cuando lo escucha revive ese agobio, esa densidad.

Piazzolla también le pone música a su tristeza. La saudade de los portugueses, la morriña de los gallegos. La milonga del ángel camina con él por las desangeladas calles angelinas. Antes de partir de Buenos Aires se asegura de incluir la música de Astor en el equipaje de mano. Es parte de lo que no está dispuesto a perder. No sabe en qué manos pueden terminar sus valijas despachadas.

En Jacob y el Otro, Onetti narra la llegada a Santa María de un gigante boxeador dipsómano con los puños agotados. Un inmigrante germano a quien la vida lo va abandonando de a poco. Sin embargo, hay algo que Jacob no está dispuesto a abandonar: una vieja valija negra. Nadie si no él la puede tocar. Es la marca del expatriado. Contiene aquello que fue. Y le sirve para recordar quién es.

Máxima Zorreguieta desposa al heredero del trono de Holanda. Apuesta a ganarse el corazón de sus futuros súbitos -y de sus invitados- abriendo el suyo. Elige un idioma que plebeyos y no plebeyos pueden entender: la música. La de Buenos Aires. ¿Qué mejor que emocionarlos con Adiós Nonino? ¿Qué mejor que un bandoneonista invitado a tocar en vivo en la ceremonia nupcial? Esa música es la valija de Máxima. Le recuerda quién es.

Litto Nebbia sentencia: “Los argentinos descendemos de los barcos”. Él discrepa parcialmente con Nebbia. En todo caso, la europea es una estirpe que de pura no tiene nada. Argentina es un país básicamente mestizo. Y también víctima de sus propias paradojas. Los descendientes de los inmigrantes de ayer son los emigrantes de hoy. Ellos bajaban de los barcos, nosotros subimos a los aviones, piensa. Las valijas vienen y van.

Litto no habla macanas: la carga migratoria y su impacto en el lenguaje, la música y la cultura en general es significativa. Nadie en el mundo de habla hispana frasea o entona como un argentino. El cantito nos delata, piensa él. Esa es nuestra valija imperdible. Somos todo eso, nos demos cuenta o no. “Vos no engañás a nadie”, le dice Ana, su amiga oriental. “Vos, más porteño no podés ser”.

Borges tiene una escucha interesada. Cultor de un estilo very British recurre a la ironía, cuando no al sarcasmo, para deslizar sus desdenes más punzantes. “Los argentinos son italianos que hablan español”, se lo escucha decir. Léase, “A mí no me confundan con esa gente. No soy ni hablo como ellos”.

A pesar de todo a él le sirve esa frase. Es como un espejo donde mirarse. Él es parte de esa gente con la que Borges se esfuerza en tomar distancia. Ese ninguneo le sirve para entender lo que siente en Nápoles: una extraña familiaridad. Caminando en medio del caos piensa “Ah, de acá es de donde venimos. De esto estamos hechos”. Se le ilumina la cabeza y da vuelta la frase del Maestro “Los napolitanos son argentinos que hablan italiano”. Luigi, su anfitrión, lo homenajea con una pastasciutta fatta in casa. Como la que preparaba su abuela. Escucha su ocurrencia y sonríe halagado.

Con la vuelta de la democracia uno de sus amigos vuelve de Madrid a Buenos Aires. Más loco que lo que se fue. En un momento de lucidez le dice “Viviendo afuera uno ve las cosas de otra manera. Uno se ve a sí mismo de otra manera”. Años después ya en Los Angeles la frase le resuena. Comienza a tener sentido para él. Migrar le hace ver las cosas de un modo distinto. De dónde viene, de qué está hecho y, sobre todo, quién es.

Mirarse en el espejo de su país adoptivo le permite tomar distancia con el afuera, y acortarla con el adentro. Mi cabeza es como caleidoscopio, piensa. Gira sobre sí mismo y va sintiendo cosas distintas. El tango es una de ellas. Como le dice su amigo Enrique “¨Cuando llegué a España escuchaba un tango y lloraba”. Con el tiempo a él y a su amigo se les van secando las lágrimas. Pero el tango sigue recordándoles quiénes son. Como la valija de Jacob.

Le queda una asignatura pendiente. Los gringos le preguntan cómo es que siendo argentino no baila tango. Busca adentro suyo y no encuentra una respuesta satisfactoria. “Ya te llegará el momento”, dice su amiga Mónica. “¿Y cómo voy a saber”?, “Vos solito te vas a dar cuenta”. “Dicen que el tango te espera”, le susurra Omar.

© LA GACETA

Enrique Ahumada - Ensayista, poeta, narrador. Director creativo y estratega publicitario.  Autor de Trapitos al sol y Breakfast at Balthazar.

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