De madera o en un cuadro, los protectores de la ciudad recuperan el antiguo brillo
A mediados de 2021, cuando la pandemia ya estaba aflojando, María Eugenia Fagalde se esmeraba con los últimos retoques sobre la Libertad. Había aceptado la misión de devolverle el brillo a la obra maestra de Lola Mora, en plena remodelación de la plaza Independencia. Hoy no trabaja trepada a los andamios; la placidez de su taller en Yerba Buena, luminoso y rodeado de verde, le proporciona otra clase de concentración, Pero la misión que afronta Fagalde no es menos desafiante: cuatro piezas del patrimonio tucumano, propias del Museo de Arte Sacro, se distribuyen en el espacio y ella va operando sobre cada una de ellas con la precisión y la paciencia que caracterizan el arte de la restauración.
Marcelo Lobo Viaña encabeza el Consejo de Administración del Museo y fue quien alertó sobre la importancia de estas intervenciones. Por un lado, la recuperación de las imágenes de San Simón y San Judas Tadeo, deterioradas al cabo de tantos años de exposición en la Catedral. Por el otro, la restauración del cuadro de San Miguel Arcángel pintado por Félix Revol en el siglo XIX. Y como extra, el arreglo de un antiquísimo arcón que también tiene una historia para contar.
El aporte económico del municipio capitalino, habilitado por el exintendente Germán Alfaro, permitió iniciar este trabajo que a Fagalde le lleva insumidos dos años y que está a punto de concluir. Así que pronto, con el beneplácito del Arzobispado, las piezas estarán listas para ser exhibidas en el Museo, ubicado en Congreso primera cuadra.
1) El cuadro
De Félix Revol y Perrier se sabe que era oriundo de Lyon y que llegó a Buenos Aires alrededor de 1843. Hizo buenas migas con el rosismo y anduvo repartiendo su talento artístico por Santa Fe y por Córdoba. Se movía amparado por el título de graduado en la Escuela Politécnica de París: además de pintor era ingeniero, y en Tucumán fue oficialmente reconocido como agrimensor.
A la provincia había arribado en 1851 contratado por Celedonio Gutiérrez. El gobernador le encomendó la decoración de la Catedral y Revol se empeñó en una serie de frescos que, con el paso del tiempo, fueron quedando ocultos. Pero también pintó un cuadro, el único con su firma que queda en Tucumán. Es el San Miguel, que no tan lejos de cumplir los 200 años, necesitaba con urgencia someterse a este plan de restauración.
Fagalde debió empezar por lo que no se ve, el anverso de la pintura, para lo que apeló a la técnica de reentelado libre. Era imprescindible para evitar el avance de la degradación de la tela. Ese proceso, completado centímetro a centímetro, le llevó seis meses. También debió ocuparse de restaurar y de tensar los bordes de la pintura.
Aquel San Miguel más oscuro, sometido al rigor del paso del tiempo en la Catedral, luce ahora más radiante. También se aprecian con nitidez varios detalles trazados por Revol y que se habían opacado a simple vista. El marco -dorado a la hoja- descansa apoyado en una pared del taller. Es cuestión de días para que el trabajo esté terminado.
2) Las imágenes
La devoción por el sagrado tándem San Simón-San Judas Tadeo estaba tan arraigada en la antigua San Miguel de Tucumán que a ellos se encomendaba el pueblo cuando las amenazas se cernían sobre Ibatín. Ya fueran sequías, inundaciones, temblores, tormentas o incursiones de los indios; a la dupla se le atribuía más de un milagro. Las imágenes reposaban en una ermita, a unas tres cuadras de la plaza, zona que de tan concurrida se volvió neurálgica en la vida de aquella villa colonial.
El 29 de septiembre de 1685 la capital se trasladó y los vicepatronos de la ciudad dejaron la ermita de Ibatín en procura de un nuevo destino. No hay datos acerca de cuándo se construyeron las imágenes -hechas en madera semiblanda, de característico arte cuzqueño- pero sí está claro que acumulan no menos de 350 años sobre la espalda. Por supuesto, esto se evidenciaba en la estructura de las piezas y por eso Fagalde se abocó a un estudio histórico-científico que incluyó el acopio de documentación y las consultas con colegas de otros países. Sin esa investigación, que duró un año, no estaba dispuesta a tocar las imágenes.
Cada estatua mide poco menos de un metro. Sobre el torso -tallado desde el tronco de un árbol- están ensamblados los brazos y la cabeza. Fagalde se abocó a la limpieza y la restauración, desde el pelo y la barba hasta los pies, que estaban atravesados por clavos. El paso a paso de la obra fue develando infinidad de particularidades. En su opinión, por ejemplo, los ojos de vidrio que lucen los santos no son originales; ella cree que en un principio estaban pintados. También mostró la mutilación que padecieron las bases y los pequeñisimos fragmentos policrómicos de los mantos, sometidos a lo largo de los siglos a diversas intervenciones. Y al final prendió la laptop para mostrar la galería de fotos y videos con los que fue registrando el trabajo. El antes y después es notorio.
Quedará, al momento de instalarlas en el Museo, devolverles a las imágenes las tradicionales coronas de plata y los atributos, que también están siendo restaurados. A una de las piezas le faltan los dedos de la mano derecha. Fagalde aclara que no corresponde reconstruirla; se mantendrá así, aunque con algún elemento que sugiera cómo lucía en la antigüedad.
3) El arcón
Ahora bien, ¿cómo viajaron San Simón y San Judas Tadeo de Ibatín al nuevo emplazamiento de la ciudad? En un arcón que Fagalde restauró con el decisivo aporte de Héctor Cornejo (“sin él ni hubiera sido posible”, subraya). Alejandra Nirich, también formó parte del equipo.
Los escarabajos de la madera habían hecho de las suyas -de hecho, queda guardada una varilla que demuestra cómo actúan-, por lo que fue necesario limpiar y pintar el arcón con mucho cuidado. Además se repararon los herrajes, que son los originales del siglo XVII (o posiblemente anteriores) y se agregaron molduras en la parte superior.
Fagalde, que es licenciada en Artes Plásticas y docente, se especializó en conservación del patrimonio histórico y en restauración con cursos completados en España y en Italia (dictados, entre otros, por Ulderico Santa Maria y Antonella Merzagora). Su recordada restauración de la Libertad se sumó a otras intervenciones en monumentos y estatuas de la ciudad. Por sus manos pasaron, entre otros, Belgrano, Alberdi, Yrigoyen, La Parábola y la Pirámide de Chacabuco. Claro que la tarea actual es muy diferente, merecedora de la misma responsabilidad, pero marcada por la antigüedad de las piezas y por el carácter sagrado que revisten. Por eso, como buena anfitriona, entre el café y las galletitas que convida en su taller, mira las obras casi terminadas con un brillo especial en los ojos.