Stefan Zweig: saber narrar la Historia

Stefan Zweig: saber narrar la Historia

Stefan Zweig: saber narrar la Historia
12 Mayo 2024

Por Martín Mazzucco Cánepa

Para LA GACETA - TUCUMÁN

En algún momento del siglo XX, Stefan Zweig fue el escritor más popular de Europa, lo que en aquellos años significaba ser el escritor más popular del mundo entero. Hablamos de una época en la que el corazón europeo aún pervivía en las tierras danubianas, tan bien caracterizadas años después por Claudio Magris.

Zweig fue, además, el ejemplar típico de una especie común en la actualidad: el hijo de familia rica que viaja alrededor del mundo. La gran diferencia con sus símiles contemporáneos tal vez radica en que sus travesías estaban precedidas de una cultura tan basta como de una curiosidad genuina. El placer que halló en el mundo que le tocó -o eligió- vivir lo acabó devorando, tanto que prefirió morir antes que verlo desaparecer ante el avance de la Alemania de Hitler, a quien creyó seguro triunfador en la Segunda Guerra Mundial.

Zweig escribió y publicó en abundancia. La lista de sus obras agota al lector apresurado, y sirve como signo de una vocación literaria absoluta. Entre todos sus títulos, el más reconocido y reeditado es Momentos Estelares de la Humanidad, una elección de 14 episodios que, como si fueran hitos en el avance de la Historia a través de los siglos, persuaden al lector sobre la verdad de una premisa que el autor sostiene con convencimiento de catecúmeno: a la Historia la forman las grandes narraciones. Si para Thomas Carlyle la Historia se edifica a través de las acciones de los héroes -hombres tan singulares en su grandeza que requieren una categoría especial para ser diferenciados del resto-, Zweig descubre la figura del cronista que narra lo que el héroe realiza y que, gracias al milagro de la poesía, introduce en la memoria de la civilización un acontecimiento. Sin esa narración tal o cual suceso sería una circunstancia más o menos importante en la vida de un puñado de protagonistas, y los libros no guardarían espacio para celebrarlos o describirlos.

En esta obra, Zweig, con tanta arbitrariedad como buen tino, opta por relatos que seleccionó a lo largo de más de una década, intentando abarcar tiempos y espacios disímiles. Resulta inevitable al finalizar el libro, evaluar qué capítulo preferimos por encima de los demás. En todos, aún en los más breves, Zweig exhibe un estilo que explica su popularidad, genera envidia en más de un guionista contemporáneo y justifica la creencia de muchos que lo imaginaron ganando el Nobel si no hubiese decidido beber del fatídico vaso aquella noche de febrero, en Petrópolis. Sirva de ejemplo el episodio “Aquel minuto en Waterloo”. Como lo hablamos con AC -amigo con quien frecuentamos los libros y el cine-, la narración secuestra al lector desde las primeras oraciones y construye una trama repleta de tensiones y ansiedad alrededor de una de las batallas más conocidas por Occidente. “Napoleón” -el film de Ridley Scott- no logró, en casi tres horas, lo que la pluma de Zweig alcanza en unos pocos párrafos.

Stefan Zweig murió sin saber que podría haber sido protagonista de una de las narraciones de Momentos Estelares de la Humanidad. De todos modos, nos basta con que haya sido quien las dejara escritas para siempre. Al fin y al cabo, como lo creyó hasta el final, la Historia depende más de los poetas que de los protagonistas.

© LA GACETA

Martín Mazzucco Cánepa - Abogado y ensayista.

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