El caso Asunta conmocionó a España en 2013 y hace muy poco llegó a Netflix para hacer lo propio con los espectadores de todo el mundo. Además de la polémica que despertó en Europa en ese momento, también lo hizo su serie con el tratamiento que hicieron los realizadores.
Asunta, una pequeña niña china es adoptada por una familia de españoles. La niña es criada en un ambiente cálido, una casa que proporciona un hogar seguro, al menos por un tiempo, y un día a día atiborrado de privilegios, o eso era lo que parecía.
Alfonso Basterra y Rosario Porto, los padres, parecían brindarle todo lo que necesitaba hasta que sucedió lo peor: la repentina muerte de Asunta. El juez se convenció de que se había tratado de un filicidio e hizo todo (lo bueno y lo malo) para probarlo.
Asunta: el caso tiene un veredicto que parece no haber llegado a Netflix
Y sin entrar en spoilers, la historia real, la que sucedió en Santiago de Compostela el 21 de diciembre de 2013 tiene su final, uno bastante conciso que parece no alcanzar los tiempos de la franquicia de entretenimiento más grande del mundo. Netflix lleva la crónica desafortunada e injusta de Asunta a las pantallas, pero con sus ajustes y reversiones que caracterizan a la ficción y al relato, lo que parece no haber sido una decisión satisfactoria para los medios españoles.
“El caso Asunta” trata de revertir ese convencimiento de los espectadores. No hay certeza en el relato, los finales no son del todo concluyentes y los medios españoles no están demasiado de acuerdo con el tratamiento que se les da a esos padres en la serie. El caso en lo que por convención conocemos como realidad, se resuelve y el juicio final tiene su veredicto.
Pero en la serie de Netflix los veredictos no son finales, mucho menos persuasivos. Existe constantemente una nebulosa, un viento turbio que enrarece las conclusiones, que no nos da certeza de los argumentos que vemos. La duda se implanta como una premisa subyacente. No hay claridad sobre el caso y al finalizar la historia, sabemos lo que pasó, pero no estamos nada seguros.
La prensa hispana no parece convencida del tratamiento que se le da a los padres
"Esta serie está basada en hechos reales. No obstante, algunos personajes y escenas han sido ficcionados por motivos creativos y para preservar la intimidad de sus intervinientes. Las tramas judiciales y policiales han sido ficcionadas con el fin de adecuarse al ritmo narrativo de la serie", destaca una advertencia al final de cada episodio.
Esa es la esencia de la ficción. Las reversiones y las licencias creativas están permitidas en los verosímiles que tanto maravillan a las audiencias donde más comunes y apegados a la cotidianidad están los personajes, más atrapante resulta la propuesta. Pero esto aparentemente no convence a la prensa hispana, que parece no considerar a la miniserie como un ejercicio creativo que no tiene por fin dilucidar un caso o sustituir el funcionamiento de la justicia.
La inestabilidad y la duda son esencias de la serie, al igual que componen la vida real. Las instituciones como la familia, el periodismo o la Justicia son aquellos desestabilizantes que hacen a las intrigas y los pocos convencimientos. Por ello es que la miniserie tampoco lo hace. No dicta certezas ni hay verdades implantadas, pero sí señala toda clase de oscuridades y redondea la mayoría de inconsistencias posibles.