El fútbol nunca fue simple. Menos desde la mirada de César Luis Menotti. La filosofía de “Flaco” obliga a salirse del molde. No caía en reduccionismos victoriosos ni en la importancia de los trofeos. No discutía la ambición de ganar. Era una obsesión por la que trabajaba todos los días. ¡Vaya que lo logró! Pero había medallas intangibles que también tenían peso dentro de su palmarés. Victorias implícitas en las que los valores morales se ponían en juego. Porque, desde la mirada del DT, se juega como se vive, y una vida buena lleva a un buen juego. Un mantra que lo llevó a crear una grieta que nunca pudo ser cerrada en el fútbol argentino pero que nos interpela de manera constante. ¿Vale todo por ganar? Para él, la respuesta es simple: no.
Cimentar la doctrina que defendió le llevó años de construcción. El campeonato Metropolitano de 1973 con Huracán fue la vidriera que a la postre lo depositó en la Selección. La carta magna de su fútbol incluía una serie de fundamentos inquebrantables: pelota al pie, pase rasante y pensar la intención de cada entrega. Un mix que derivó en un fútbol de alto vuelo que enamoró a los argentinos. Esa que forjó “nuestra” herencia. Un estilo que tuvo la mayor expresión en 1978 y que desató la euforia de un pueblo ahogado en penas. Pero lograrlo no fue para nada fácil.
Bohemio era un calificativo que encajaba con la personalidad de “Flaco”. El cigarro, las expresiones y los gestos compusieron una personalidad peculiar. De esas que atraen por la irreverencia que despliegan. Aquella propia de los genios incomprendidos. De las que escasean en el fútbol. Un claro ejemplo de sui generis.
Pero la mente del genio también estuvo expuesta a presiones, esas que hacen dudar de nuestro accionar. La mayor exposición de ello llegó en mayo de 1978. En la víspera a tocar el cielo con las manos. El anhelado trofeo que para los argentinos se convirtió en un sinónimo de felicidad. Esa sensación que sólo se pudo experimentar tres veces. Pero, en aquel momento, la vorágine de “Flaco” parecía marcarle que el fin de ciclo estaba cerca.
Dudas que invadían la cabeza del entrenador, que más de una vez prefirió guardar silencio sobre su futuro. “Tras el Mundial estoy casi convencido que el ciclo Menotti está terminado. No me quedan fuerzas para seguir luchando contra un medio como el que luché, y solamente podría haber continuidad en el caso de una restructuración en el fútbol argentino”, declaraba el DT por aquellos días. “¿Seguirá Menotti?”, era la pregunta que dominaba la escena deportiva de aquellos días. Las conjeturas no faltaban y la Copa del Mundo se acercaba.
“No creo que deba seguir. Menotti hizo un proceso cuál se siente muy orgulloso y ya se siente exitoso. Interprétenme, sin pedanterías de por medio, me siento un exitoso porque en toda la historia del fútbol argentino jamás se trabajó con el respeto que nosotros tuvimos. Si no anduvimos como deseábamos, quizá es porque no fuimos capaces. Pero esto no invalida que el proceso fue positivo. Cada vez que la Selección salió a competir lo hizo con toda la infraestructura necesaria”, explicaba el DT sobre su posible salida.
El idealismo de Menotti no tenía límites. La cosmovisión futbolística de “Flaco” era inquebrantable. Pero esa postura no tapaba el realismo que rodeaba al mundo del fútbol. “No siempre el éxito es índice de capacidad. Pero desgraciadamente el éxito es muy importante cuando no hay una infraestructura preparada para soportar un mal resultado”, enfatizaba.
Las declaraciones fueron un cimbronazo para los fanáticos. No así para la Selección. El líder no tenía claro su futuro pero si el objetivo del presente. Es cierto, Menotti reconocía el valor de la victoria. Sobre todo era fundamental para lograr un mayor convencimiento sobre el proceso.
La localía era un factor que incrementaba las expectativas. La primera vez que el país recibía un evento de estas características era la ocasión ideal para contrarrestar el poderío brasileño. Sí; porque mientras Brasil se erigía como el rey del fútbol mundial, y Uruguay había levantado la Jules Rimet en dos ocasiones y Argentina quedó reducida a lo que fue al final del Mundial de 1930.
Los traspiés y los fracasos hacían que la Copa del Mundo sea una obsesión y el equipo de Menotti no falló. Brilló, mostró un fútbol de alto vuelo y logró alzar aquel trofeo que tanto se buscaba.
El éxito no cambió el pensamiento de “Flaco”. El proyecto llegaba a buen puerto pero no era lo único importante. O por lo menos así lo hizo notar en uno de sus puntos de vista que escribió para LA GACETA el 24 de julio de 1978. “Cuando se toma un seleccionado, cuando se acepta dirigir un grupo de hombres cabe hacerse una primera reflexión: no todo es fácil”, explicaba. Menotti dejaba en claro que existían una serie de principios para llevar a cabo la profesión. “De una persona inteligente se puede hacer un jugador de fuerza, de un jugador de fuerza difícilmente se pueda lograr un brote de inteligencia”, era el mantra que mantenía el DT. Claro, el estilo era innegociable y se debía pensar hasta el más mínimo detalle con la pelota en los pies.
“Los hombres, según mi criterio, no se ocultan la verdad. No se mienten entre sí, no se traicionan y cumple con la palabra empeñada”, puntualizaba. Para expandir el concepto tomó como referencia a Américo Gallego. “Él sabe que su tarea no es ópticamente importante para el que está en la tribuna, pero sabe que si Menotti lo puso en esa función, él la va cumplir. No va a fallar”, expresaba. “Con uno que no entienda el sentido colectivo del juego, de la amistad y del objetivo común, ganar, todo puede venirse abajo”, insistía, mientras dejaba en claro que buscaba que todos sean “stars” pero sin perder la humildad.
“Habilidosos e inteligentes”, fue el título elegido para un comentario que el DT publicó el 4 de agosto de ese mismo año. El texto se centró explicar el motivo por el que alineó a Mario Kempes junto con Leopoldo Luque en el ataque de la Selección. “Con ellos triunfó un concepto que sostengo: sólo se triunfa permanentemente con habilidad e inteligencia”, especificaba. “Ningún ‘tronco’ que corriera mucho nos ganó nunca”, puntualizaba.
“No hago hincapié inútilmente en este tema. Creo que se destruyeron 25 años de charlatanería y estupidez”, expresaba sobre la conquista en el Mundial de 1978. “La satisfacción no fue ganar el campeonato, eso ya fue la cúspide. La satisfacción fue demostrar que nuestra manera de jugar es competitiva”, agregaba sobre aquella filosofía que fomentó desde el primer día que comenzó el rol como técnico.
A posteriori de la conquista, la continuidad seguía en duda. Pero el fogueo de las juveniles fue el siguiente objetivo. La aparición de Diego Armando Maradona ilusionaba el futuro y así abocó todos sus esfuerzos a concretar un equipo competitivo. Esta fue la causa por la que organizó varios amistosos a lo largo del país. Uno de ellos fue en Tucumán en el duelo entre la Selección sub-20 y Cosmos de Nueva York. “Todavía no tenemos la sincronización que deseamos porque el equipo ha sido corto, pero cuento con un grupo de jóvenes conscientes de su responsabilidad y con condiciones”, reconocía en la previa al duelo que finalizó 2-1 en favor de sus dirigidos. La preocupación sobre su continuidad seguía en vilo y los rumores sobre su salida se acrecentaban. “Tengo contrato con AFA hasta el 31 de diciembre y lo cumpliré. Después vamos a ver qué pasa. De River no recibí ningún ofrecimiento”, indicaba.
Sin embargo, el panorama se aclaró un mes más tarde. Menotti se hizo cargo de la preparación del plantel juvenil para disputar la clasificación al Mundial juvenil de Japón 1979, que luego terminó conquistando. El plan era el mismo que utilizó con la Mayor. Constaba de entrenamientos semanales en una concentración constante. Sólo permitía salir a los jugadores los fines de semana para disputar partidos con sus equipos correspondientes. Una norma que ni el mismo Maradona pudo saltar.
Todo ello deja en claro que ganar era una las prioridades de Menotti, pero no era la única ni la más importante. El proceso se posicionaba como de sus prioridades. Método que no sólo abarcaba aspectos futbolísticos, sino que hizo del deporte una forma de vida con un sistema de valores inamovible. Sí; un legado que trascendió las canchas y que va a seguir vigente con el paso de los años porque su fallecimiento no apagará la llama del fútbol al que tanto defendió y tanto quiso.