Los “Sacachispas” o los “Fulvencitos” ya eran suficientes para intentar mostrar destrezas en las canchas. Por ahí llegar a los Adidas con tiras amarillas era un ascenso en la carrera futbolística. Muchos otros nos parábamos delante de las vidrieras y pasábamos horas (literalmente y sin exageraciones) mirando unos botines especiales. Eran negros y los atravesaba una franja blanca que se ensanchaba de atrás hacia adelante. Tenía 13 tapones y uno estaba atravesado en la mitad de la planta del pie. Soñábamos calzarlos. Imaginábamos gambetas, pases, caños, goles con sólo mirarlos. Se llamaban “César Luis Menotti”. Eran unos botines Puma que había diseñado el Director Técnico de la Selección Nacional de fútbol que hacía unos meses había salido campeón mundial de fútbol.
Menotti no era un par de botines. Era un mundo. “Me formaron los libros, los potreros, los boliches, la calle”. Esa era una de sus frases. Era capaz de entender la lógica que se desparramaba en una cancha de fútbol y la relación que eso tenía con la vida de cada uno de los jugadores. “El fútbol es un modo de vida”, sentenciaba.
Los que no lo querían, decían que el “Flaco” era un versero. Es que para él el fútbol era todo. Prendía un cigarrillo y soltaba su vozarrón sin importarle la hora ni el lugar. Mezclaba Nietzsche con Puskas o con Cruyff y en sus elucubraciones hasta tenía sentido. Podía justificar por qué Maradona no debía jugar el Mundial 78 -y lo sacó sin contemplaciones- o explicar porqué un patadón de Diego en el último partido contra Brasil en el Mundial de España tenía razones.
Menotti, era DT y lo queríamos como a los ídolos. Nos sorprendía con sus ideas y con su historia. Defendía aquello de que era más importante jugar bien que ganar. Entonces podía celebrar un caño o una gambeta y no festejar un gol. Solía repetir que si en las divisiones inferiores se prepara a los jugadores para ganar el campeonato lo único que se va a conseguir son malos jugadores.
Confiaba en los hombres. Los sentía sus amigos aunque los tratara de usted y a algunos llegaba a sentirlos como hijos. Su niño mimado siempre fue René Housemann, aquel siete (wing derecho de entonces) que admiraron los alemanes en 1974 y que después en el mundial de Argentina una mañana se le escapó de la concentración porque tenía que jugar una final en la villa miseria en la que vivía.
Menotti fumaba hasta en los entretiempos. Era el 5 de Rosario Central, de Racing o de Boca, pero su ansiedad necesitaba de un cigarrillo para enfrentar al rival. César como le decían sus jugadores, era distinto, diferente a todos los que le antecedieron. Fue el primero en hacer fichas de jugadores en la AFA. Fue DT, jugador y dirigente a la vez.
Era un loco y como todo loco se adelantó al tiempo. Alguna vez sugirió que el fútbol sería como el básquet y con el tiempo Guardiola terminó haciendo mover la pelota hasta encontrar el hueco como si fuera Michael Jordan. También hablaba de la pequeñas sociedades del fútbol. Decía que en la cancha se armaban esos duetos que después se convertían en la esencia de los equipos. Él citaba a Pedernera y Labruna, pero después Messi y Suárez le darían la razón o Maradona y Ramón Díaz en el juvenil campeón de 1979 en Japón. “El mejor equipo que dirigí“, según el propio César.
Menotti era pasión, era fútbol, tenía olor a cigarrillo y un libro bajo el brazo. Toleraba que sus jugadores dejaran de correr pero nunca que dejaran de pensar. Defendía que a la pelota había que acariciarla por eso definía al gol como “un pase a la red”. Insistía hasta el cansancio que el “fútbol era un hecho cultural”. Admiraba a Pelé y evitó pelear con Bilardo. Sin embargo cuando se sintió acosado por esa rivalidad llegó a decir que “el fútbol era tan generoso que evitó que Bilardo se dedicara definitivamente a la Medicina”. Menotti tenía barrio y tango, si era de Piazzolla, mejor.
Hoy, el “Flaco” le dijo adiós al fútbol, que era su vida. En su despedida nos hizo volver a soñar como cuando nos imaginábamos pateando un tiro libre o tirando un caño con los botines que nos miraban desde la vidriera.