Paul Auster, uno de los autores más destacados de esta década
El escritor norteamericano, fallecido el martes pasado, fue uno de los autores más destacados de las últimas décadas. En este número recogemos fragmentos de entrevistas publicadas en estas páginas, análisis de su obra y reseñas de sus libros.
Paul Auster: “La vida es simultáneamente trágica y cómica”*
“La vida es simultáneamente trágica y cómica, al mismo tiempo absurda y profundamente significativa. Más o menos conscientemente, traté de abarcar este doble aspecto en mis historias. Escribí novelas y guiones. Y siento que es la manera más honesta, el camino más auténtico para mirar el mundo, y cuando pienso en algunos de los escritores que más me gustan - Shakespeare, Cervantes, Dickens, Kafka, Beckett - todos ellos resultan ser maestros en la combinación de la luz con la oscuridad, de lo extraño con lo cotidiano. La vida interior de Martin Frost es una historia muy curiosa. Una historia sobre un hombre que escribe una historia sobre un hombre que escribe una historia - y la historia dentro de la historia, la película que vemos desde el momento en que Martin se despierta y encuentra a Claire durmiendo a su lado hasta el momento en que Martin deja de escribir y mira a través de la ventana, es tan salvaje y poco plausible, tan loca e impredecible, que sin ciertas dosis de humor, hubiese sido insoportablemente pesada… La escritura puede, ciertamente, ser peligrosa. Peligrosa para el lector - si es lo suficientemente poderosa para cambiar su concepción del mundo - y peligrosa para el escritor. Piensa en cuántos escritores fueron asesinados por Stalin: Osip Mandelstam, Isaac Babel entre otros. Piensa en la fatwa contra Salman Rushdie. En todos los escritores encarcelados en el mundo actualmente. ¿Pero puede la escritura matar? No, al menos literalmente. Un libro no es una ametralladora ni una silla eléctrica. Pero a veces pasan cosas extrañas que te hacen pensar. El caso del escritor francés Louis-René des Forets, por ejemplo. Oí hablar del tema por primera vez cuando vivía en París, a principios de los setenta, y me hechizó tanto que lo incorporé, años después, en una de mis novelas, La noche del oráculo. Des Forets era una promesa literaria de los años 50 que había publicado una novela y un libro de cuentos. Después escribió un poema narrativo en el que un chico se ahoga en el mar. No mucho después de la publicación del libro, su propio hijo se ahogó. Seguramente no hubo ninguna conexión racional entre la muerte imaginaria y la real, pero des Forets estaba tan conmovido por la experiencia que dejó de escribir por décadas”.
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*Entrevista de Celine Curiol, publicada en 2007.
Una escritura para organizar el caos del mundo*
Por Dolores Caviglia
Para LA GACETA - BUENOS AIRES
Paul Auster no se animó a decir que sí. Cuando el teléfono de su casa sonó y le preguntaron por la Agencia de Detectives Pinkerton, Paul no dudó y dijo que era número equivocado, aunque le hubiera gustado decir lo contrario. Cuando pasó por segunda vez, tuvo la misma reacción y al cortar se preguntó qué hubiese pasado si hubiese dicho que sí. Entonces, se puso a escribir Ciudad de cristal, para que allí el personaje no se quedara con las ganas.
Nació en New Jersey, Estados Unidos, en 1947.Empezó a leer libros cuando era muy chico gracias a la biblioteca enorme que tenía su tío, donde descubrió a Samuel Beckett, a Franz Kafka y a Cervantes. A los 12 años se animó a escribir por primera vez. Estudió literatura francesa, italiana e inglesa en la Universidad de Columbia y después se enlistó en un barco petrolero para viajar y ganar dinero. Más tarde se mudó a París para trabajar como cuidador de una finca y traducir muchos libros por muy poca plata. Cuando se cansó, regresó a Nueva York. Sus primeros libros los publicó a los 35 años y fueron Jugada de presión y La invención de la soledad.
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*Fragmento de una nota publicada en 2014.
El hombre que estaba en todas las cosas
Por Hernán Carbonel
Para LA GACETA - SALTO
Disculpen que comience por lo autorreferencial, pero toda lectura está atada a la propia experiencia. Llegué a Paul Auster tarde, en plena de crisis de 2001. Empecé, como se debía empezar, por La invención de la soledad. Me recuerdo leyéndolo, atónito, en los pasillos de la legislatura provincial, y preguntándome de donde había salido tamaña excepción. Seguí por donde había que seguir, esas joyas narrativas que son Leviatán (la tomé prestado de uno de mis grandes amigos de la vida, y no, no se la devolví ni se la pienso devolver) y Trilogía de Nueva York.
Esas novelas fueron la semilla de un extenso artículo que se publicó primero fragmentariamente en estas páginas, luego en el libro Sedimentos de la editorial tucumana La Papa, y que no hizo más que reflejar la compulsión lectora a la que me había arrastrado, durante años, la narrativa de Paul Auster.
En febrero de este año armé un taller de lectura con fragmentos de su obra: Fantasmas, El cuaderno rojo, ese texto tan emotivo y mágicamente construido como es “El cuento de Navidad de Auggie Wren” (el que está en la película Smoke, sí), el Diario de invierno (¿memorias en segunda persona?, también), la piedra basal de su obra que es el “Wakefield” de Hawthorne. La idea no me pertenece: se la robé a Pablo De Santis.
Sé que estas palabras se me van a quedar cortas, porque si bien el género necrológico comprende el de la crítica literaria, nunca llega a englobarlo en su totalidad, así que mejor quedémonos con sus grandes temas: el azar, las casualidades, las referencias internas a su obra, un libro como motor de otro libro, la escritura, los hombres y mujeres perdidos en los bosques de su existencia, el vagabundeo, la identidad, la noción del otro, el desdoblamiento, la imagen que nos devuelven los espejos, las pérdidas, la fuerza de lo cotidiano... y así podríamos seguir durante horas. De la página para acá, qué rol ocupa el narrador (y eso, queridos contertulios, es una clase de literatura hecha y derecha). ¿Cuántos pudieron escribir, con la sencillez con que él lo hacía, sobre cuestiones tan profundamente humanas?
Porque sucede que hoy, años después, al releer aquellas historias, comprobamos que siguen siendo tan maravillosas como la primera vez: la gema que las hacía brillar sigue intacta. Los de Auster son fantasmas que no se van, que no se han ido, que buscan reencontrarse en ese tiempo sin tiempo que los habitaban.
La última frase de su último libro refleja algo así: cuando el personaje llama a una puerta desconocida, herido tras un accidente automovilístico, comienza el último capítulo de su historia. Lo sabía, por eso lo hizo. Paul Auster escribió en Baumgartner el último capítulo de su historia.
Auster fue el señor vértigo, el intérprete de la música del azar, el que nos ató a un monstruo marino, el que nos ha hecho contar de manera regresiva, el que construyó un palacio en la luna lectora, el que nos ha dado libros colmados de ilusiones sin por eso negar que todo hombre vive en la oscuridad. Ahora que se nos ha vuelto invisible, mientras nuestro país vive en las últimas cosas, somos nosotros los que seguiremos viajando por su Scriptorium. Si, como él mismo decía, los personajes, una vez concluida la novela, continúan con su camino, podemos decir con él que, una vez concluido su camino, nosotros continuaremos con sus personajes.
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Perfil
Paul Auster nació en Newark, en 1947. Estudió literatura inglesa, alemana y francesa en la Universidad de Columbia. Dentro de su obra se destacan La invención de la soledad; La trilogía de Nueva York; Leviatán; Tombuctú; El libro de las ilusiones; El palacio de la Luna y Diario de invierno. Fue autor de los guiones de las películas Smoke, Blue in the Face, Lulu on the Bridge y La vida interior de Martin Frost. Entre otros premios, ganó el Médicis, el Independent Spirit Award, el Leteo y el Príncipe de Asturias de las Letras. Era miembro de la American Academy of Arts and Letters y Comandante de la Orden de las Artes y las Letras francesa. La llama inmortal de Stephen Crane fue publicado en 2021, y el año pasado Un país bañado en sangre. Baumgartner es su última novela. Su obra está traducida a más de 40 idiomas. Murió a los 77 años, a raíz de un cáncer de pulmón.
La música del azar
Por Daniel Dessein
Para LA GACETA - SANTIAGO DE CHILE
El martes por la noche comencé a leer Baumgartner, la novela de Auster que acaba de editarse en nuestro país. Cuenta la historia de un profesor de Filosofía en sus 70 que, entre otras cosas, procesa a lo largo de diez años la muerte de su esposa. En un pasaje, el narrador reproduce un diálogo del profesor viudo con su mujer fallecida, en la que a este le cuesta distinguir la frontera entre la realidad y el vuelo de su imaginación durante un sueño. Cerré el libro en la página 89 e intenté dormir sin éxito. Después de dar vueltas en la cama, en una escena propia de sus novelas, prendí el celular para leer los titulares de las últimas noticias y entonces supe que Auster había muerto.
Recordé el día en que lo conocí, durante la primera visita que hizo a Buenos Aires, en medio de la crisis de 2002, en una conferencia de prensa. Alguien le preguntó qué libro nos recomendaría en el contexto que atravesábamos y respondió que no podía imaginar que un argentino pudiera leer algo en esas circunstancias. En esos días estaba puliendo las últimas páginas de El libro de las ilusiones, novela que tiene como uno de sus principales personajes a Héctor Mann, un imaginario cómico argentino del cine mudo. Antes de viajar de regreso, comentaría con el director de cine Alejandro Chomski que las calles pobladas de cartoneros le recordaban a su novela apocalíptica El país de las últimas cosas y de ese cruce surgiría una película que se estrenó no hace mucho.
El insomnio no me abandonó en la noche del martes y me puse a diagramar este número. Recuperamos la voz del propio Auster -transcripta en estas páginas en distintas ocasiones-, los comentarios de sus libros a lo largo de las décadas y análisis post mortem que buscan establecer el lugar que debería ocupar o que ocupará finalmente en el mundo de las letras.
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