Daniel Antonio Corres vuelve a los escenarios tucumanos luego de haber llevado su arte flamenco a un destino tan poco previsible como Japón. Durante 2023, el bailaor estuvo del otro lado del mundo dando cursos y espectáculos que le permitieron fortalecer sus lazos con el género a partir de miradas distintas a las habituales.
Esta noche regresa ante su público local, en un tablao que tendrá lugar en El Círculo de la Prensa (Mendoza 240) desde las 21 con sus compañeras de danza Luz Mansilla y Claudia Casilla, junto a las invitadas especiales Cecilia Navarro y Lelia Leguizamón, y con la guitarra de Allier Díaz Ferrer y el cante de Lisandro Aramayo.
“Vamos a presentar algunos bailes grupales que trabajamos con Claudia y con Luz, y vamos a tener momentos solistas. Estamos preparando este show desde hace unas semanas, cuando regresé a Tucumán, y siempre es un placer poder estar en mi ciudad y hacer lo que amo”, adelanta para LA GACETA.
- ¿Cómo estás desarrollando tu flamenco?
- Últimamente vengo haciendo hincapié en el uso de la bata de cola y el mantón, que son dos elementos típicos del baile femenino, pero que me interesan mucho. Vengo de una cultura de la danza y de una familia histórica que ha crecido y trabajado en ella desde hace más de 60 años. He pasado por muchos estilos, ritmos latinos, ballet, danza contemporánea, flamenco, española... La verdad es que el uso de estos elementos y la complejidad que ellos requieren, así como las castañuelas por ejemplo, es algo que me entusiasma, me apasiona y me moviliza muchísimo. Tienen dificultades que me generan mucha curiosidad e intriga, y es algo en lo que vengo profundizando ya hace unos años.
- ¿Los estereotipos de género están definitivamente corridos en el flamenco actual?
- No están corridos totalmente; si bien esa idea ha venido creciendo y se han desplazado en los últimos años, todavía falta mucho camino por recorrer. Muchas personas me escriben diciendo que toda la vida quisieron hacer esto y no lo han podido hacer, hombres sobre todo, así como recibo mensajes de gente que cuestiona por qué un hombre lleva una falda o hago algo que no corresponde al género masculino sino que lo debería bailar una mujer. Falta crecer, hay que seguir trabajando para modificar eso, comprender que un elemento o una prenda no tienen género, no son exclusivos ni de hombres, de mujeres ni de nadie. Sigo ahí luchando, trabajando y ocupándome de derrumbar ciertos prejuicios, formas de pensar o de concebir el arte.
- ¿Es más difícil que en otras manifestaciones artísticas?
- En la danza contemporánea, el género está un poco más corrido, pero el simple hecho de un semidesnudo en hombres y en mujeres ya es todo un tema, es algo por lo que la gente puede decidir no ir a ver una obra o no programarla en un festival. Todavía hay barreras que podemos seguir superando.
- ¿Cómo fue la experiencia en Japón?
- Es el segundo país con más flamenco del mundo, después de España, por supuesto. Fue muy enriquecedora, me ayudó a crecer no solo profesionalmente sino también personalmente. Fue encontrarme en un país en donde salís a la calle y no podés leer un cartel, porque comprender o escribir japonés es muy difícil. Fue un desafío muy grande. Estuve trabajando, haciendo un intercambio cultural con una fundación que es una ONG que trabaja con diferentes docentes de diferentes danzas, todos de Latinoamérica. Es una escuela que ya tiene 26 años trabajando y van renovando su plantel cada seis meses o un año. Tuve la suerte de estar ahí un año y la verdad que lo pasé muy bien. Las alumnas son muy generosas, son muy curiosas también de las culturas ajenas. Además de muy trabajadora, es una sociedad muy disciplinada. Cuando comienzan algo y deciden que es ahí a donde quieren estudiar y hacerlo, lo hacen, se comprometen, siguen estudiándolo, se divierten con eso. Tenía alumnas que estaban en la escuela hacía más de 15 años y de 18 años, estudiando y trabajando ahí su arte. Algo que me encantaba es que el material que yo les pasaba, lo que se trabajaba en clase una semana, a la semana siguiente lo sabían, lo recordaban y entonces la tarea era seguir puliendo y agregando nuevo material. En ese sentido fue un placer estar con gente que está dispuesta a absorber todo lo que uno tiene para proponer y que están entregados a ese trabajo. Compartir con ellos es enriquecedor desde un montón de lugares, no solo desde el flamenco.
- Viajar sirve para conocerse...
- Los viajes son también un viaje más hacia adentro de uno, conocerse, ver cómo uno se desenvuelve, las herramientas que tiene para comunicarse con los demás, para dar a conocer su tierra, para saber quiénes somos... Es algo que me sorprende en cada viaje que hago y que me parece una experiencia alucinante y un privilegio poder hacerlo. De los japoneses tomo esa constancia y sobre todo el respeto a las personas que los rodean. Es maravilloso, me acuerdo que iba en mi bicicleta desde mi casa hasta la escuela y en hora pico, a las siete de la tarde, cuando salía todo el mundo de trabajar o se iba a hacer sus otras actividades, la calle estaba repleta de autos y no se escuchaba una sola bocina, un sonido, un grito. Como peatón, es algo que se agradece muchísimo. El orden que hay para movilizarse y el respeto que hay por la persona que está al lado, me parece alucinante. Me encanta la paciencia que tienen, podríamos aprender de eso para seguir mejorando la convivencia en una ciudad.
- ¿Cómo fue abordar una cultura tan distinta desde tu arte?
- La verdad que abordar mi propuesta artística y mi compromiso con la danza fue bastante fácil. La gente está muy abierta a recibir las iniciativas que uno tiene. De hecho, hacía mucho que no iban docentes con bata de cola, me sentí muy cómodo. Es gente muy curiosa. También a veces me preguntaba si eso era así y me era difícil recibir un feedback de cuando algo no les gustaba o les molestaba; nunca supe si hubo algo que les molestó. Nadie va a poner una cara de que se siente mal porque no le sale un movimiento o porque no le gusta. Se animan, se ponen ahí, lo hacen y se desafían a que eso les llegue. Es impresionante cómo se ponen en una situación fuera de su zona de confort, la afrontan, están ahí, no abandonan, preguntan, se involucran, se comprometen a continuar con eso que uno les está proponiendo.
- ¿De qué forma te llegó la convocatoria?
- La escuela tiene una persona encargada de seleccionar y de convocar a los docentes, ya sea por recomendaciones de otros o porque van buscando. Inmaculada Ortega es su madrina y a mí me recomendaron dos colegas que ya habían trabajado allí. Me hicieron una entrevista y me seleccionaron entre otros de docentes para viajar allá antes de la pandemia de covid. Iba a llegar justo en abril de 2020, tenía el visado listo, yo estaba en Sevilla en ese momento, iba a partir a Japón después de estar Noruega. Finalmente un mes antes se canceló todo y estuvimos esperando a que abran las fronteras. Volví a Tucumán y estuve con la dirección de “Ciudades invisibles, universos propios”, la obra que hice para el Teatro Nacional Cervantes junto con Luján Arroyo y Pamela Navarro, y estábamos trabajando a pleno para el estreno de “Norte flamenco”, con la compañía Flamenco Tucumán. Pude ir en febrero del año pasado.
- ¿Cuál fue tu primera impresión?
- Llegar a una cultura tan diferente es un shot de adrenalina impresionante. Conocer nuevas culturas es algo que enriquece muchísimo, pero implicó también dejar lo que uno va construyendo en una pausa o en un stand-by, tiene sus pros y sus contras. Uno deja algo pero gana otras cosas. Dejar las amistades, la familia tiene su costo, pero al mismo tiempo tiene pros muy buenos y muy gratificantes como el comprender la forma de vivir y de conectarse con las personas. Y al mismo tiempo el lujo de poder llevar lo que yo hago a otro país. He trabajado para poder vivir y viajar con la danza.
- ¿En qué se diferencia el público nipón del tucumano?
- Es un poco más frío, callado y reservado, aplaude en los lugares donde tiene que aplaudir, pero es muy agradecido y sabe dónde poner un buen ole. Se queda a esperarte a la salida de cada función para saludarte, te lleva regalos, un chocolate, abanico, flores o una carta. Muchas alumnas me han dibujado cosas hermosas y me las han regalado después de la función. También compartir con colegas ha sido muy bueno. Dí algunos talleres o clases privadas para otras docentes locales, es gente que está súper en movimiento, se perfecciona en todo el tiempo y de una calidad excepcional. Es una plaza muy competitiva. En la Argentina la gente es mucha más efusiva al final de cada cuadro pero todavía falta un poquitito de ir a ver más flamenco. Más allá de todo, el aplauso del público tucumano es siempre muy reconfortante.