Con frecuencia las personas comienzan una relación de pareja presas de un verdadero “complejo de Pigmalión”. Es decir, con la vocación y el afán de cambiar al otro, de emprender su educación y remodelación, para adaptarlo a un ideal deseado.
El clásico ejemplo es el profesor Henry Higgins, de “Pigmalión”, la famosa obra de George Bernard Shaw -y su adaptación musical más conocida, “Mi Bella Dama”, tanto en cine como en teatro-. Experto en fonética, Higgins acaba enamorándose de su creación, Eliza Doolitle: una chica del arrabal convertida, después de ser su alumna, en una dama (tan maravillosamente interpretada en la pantalla grande por Audrey Hepburn).
Este complejo toma su nombre de la mitología griega: Pigmalión, rey de Chipre, buscaba en vano a la mujer perfecta, por lo que comenzó a esculpir una figura en marfil según su ideal. Debía reflejar la belleza femenina, armonía, nobleza, ternura y sensibilidad. Al terminarla, era tan perfecta que se enamoró de ella. Entonces invocó a los dioses, que accedieron a darle vida, y la llamó Galatea.
El terapeuta de parejas sudafricano Arnold A. Lazarus afirmaba que este empeño se corresponde con una creencia errónea: “Debes transformar a tu pareja en alguien mejor”. Sin duda una actitud que no conduce sino a frustraciones mutuas. “La arrogancia de quienes insisten en que su perspectiva del mundo es la única correcta es sólo excedida por los que están decididos a imponérsela a los demás”.
Por otra parte, la idea de que las personas tenemos derecho a “rehacer” a quien amamos, se asocia a otra falacia: “las cosas van a mejorar después de que nos casemos” (o nos vayamos a vivir juntos). Lo cierto es que lo que andaba mal antes, tiende a empeorar después, cuando las exigencias al vínculo son mayores.
Fantasías de rescate
En esta línea, sostiene Lazarus, figuran también las fantasías de rescate, lo que él llama el “síndrome de Dick Diver”, por el libro “Tierna es la noche”, de F. Scott Fitzgerald, donde el psiquiatra Dick Diver se enamora de su paciente Nicole, se casa con ella y luego es él quien se convierte en una ruina mental y física (los psiquiatras y psicólogos/as tenemos fama de ser especialmente propensos a esta fantasía).
Sin duda las parejas basadas en las fantasías salvadoras de una o ambas partes son siempre complicadas. O porque no soportan la tensión de reajuste de una situación de igualdad. O porque el salvador o la salvadora resulta mucho más carente emocionalmente que el “rescatado”. Y así, quienes salvan pueden llegar a sentirse merecedores de una gratitud eterna, mientras que los “salvados” empiezan a acumular bronca por tener que vivir agradecidos.
La moraleja, insiste Lazarus, es unirse sobre los fundamentos de la compatibilidad, donde los intereses, actitudes y sentimientos compartidos puedan necesitar ajustes menores, pero no grandes cambios.
“Y deje la salvación para los guardavidas, bomberos y equipos médicos de emergencia”, afirma.