“La tolerancia llegará a tal nivel que a las personas inteligentes se les prohibirá pensar para no ofender a los idiotas”.
Esta sentencia, despiadada y políticamente incorrecta, fue erróneamente atribuida a Dostoievski, tanto en redes sociales como en sitios de dudosa confianza. No existe evidencia de que el genial escritor ruso haya sido el autor de esta frase. Como fuera, alguien la dijo o la escribió.
En la era de la cancelación, donde para pensar o hablar con libertad antes hay que pedir permiso a la “policía del pensamiento”, de cada lado de la grieta, los debates pierden profundidad, honestidad y erudición.
La descontrolada democratización de la palabra que posibilitaron las nuevas tecnologías, los foros, las redes, los chats, más que una democracia donde prime la libertad respetuosa, la no violencia, el orden, la sabiduría y las reputaciones, se ha convertido en una bulliciosa anarquía que nivela para abajo y ratifica aquel presagio de Discépolo: “Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor”.
Y en este caos violento donde el saber y la tolerancia no encuentran lugar, los dirigentes políticos son los máximos responsables, por su peso específico en la sociedad, por su autoridad, porque son los que toman las principales decisiones -o dejan de tomarlas- y además porque fomentan y financian la confrontación, la agresividad, la mediocridad y la discusión deshonesta. La clase política y sus distintos cómplices económicos y mediáticos son los máximos productores de noticias falsas, “fake news”.
Sin falsa humildad, consideramos que esta es la causa fundacional de la tragedia argentina, que desde hace décadas acumula pobreza, semianalfabetismo, corrupción y decadencia en general, mientras pierde perspectivas, certezas, transparencia, riqueza y generación de oportunidades.
Violencia verbal, violencia social
Se han demolido los principales pilares de la república, que son las instituciones y las políticas de Estado. En su lugar se han sustituido por políticas partidarias, sesgadas, interesadas, expulsivas y de corto plazo.
Las “formas” de discusión que propone el presidente Javier Milei son agresivas, groseras y chabacanas, más allá de que tenga o no razón en su planteo de fondo. De allí para abajo es de esperar que el derrame de este arquetipo sobre capas inferiores profundice el deterioro discursivo y la confrontación.
Es el mismo modus operandi que impuso el kirchnerismo, fabricando enemigos, o exagerándolos, para sostener una épica muy floja de papeles, incluso apelando a enfrentamientos del siglo pasado, de un mundo que ya no existe, aunque cierto romanticismo guevarista siga agazapado en las “trincheras vietnamitas”. Hoy Vietnam es una potencia capitalista mundial, algo de lo que, no obstante, la pseudoizquierda argentina aún no se ha percatado.
“A (Luis) Caputo en la plaza lo tienen que matar”, proponía el cartel de una chica en la pasada marcha universitaria de plaza Independencia, fotografiado por LA GACETA. Esa es la “revolución del amor” que dice embanderar el kirchnerismo, pese a que 23 millones de pobres todavía no se han enterado.
A propósito, hoy reaparecerá Cristina Fernández en la localidad bonaerense de Quilmes, esa que se inunda cada vez que llueve y te matan por unas zapatillas, en la inauguración de otro espacio “Néstor Kirchner” -¿ya serán 1.000?-, donde con desvergonzada demagogia aprovechará el envión de la multitudinaria marcha universitaria en contra del gobierno nacional.
Como es su costumbre, Cristina seguramente escalará el nivel de violencia “mileísta”, subida a su arrogante pedestal, edificado con dineros públicos y una brutal emisión monetaria.
Carencias municipales
Este idéntico contexto nacional carente de políticas de Estado acordadas a largo plazo, con objetivos superiores a la mezquindad partidista, se replica a menor escala en la capital tucumana, la quinta ciudad más importante del país, demográficamente, pese a que desde hace décadas ha dejado de ser la quinta más desarrollada.
Borrón y cuenta nueva parece ser la única política de Estado que se sostiene en el tiempo. Ni siquiera el logotipo de la ciudad logra mantenerse a medida que cambian las gestiones municipales. Si no se consigue convenir un simple logo, una marca que represente a los tucumanos a lo largo del tiempo y del espacio comunicacional, demasiado sería pedir que se pactaran objetivos estructurales, comunes a todos, a largo plazo.
El lunes entrará en vigencia el comienzo del denominado Programa Integral de Movilidad Urbana (PIMU), con la implementación de una primera etapa de carriles exclusivos para colectivos urbanos e interurbanos, en 32 cuadras céntricas.
Se informó que luego de esta prueba inicial, de resultar positiva, se seguirá avanzando hacia otras calles y avenidas, algunas de las cuales ya se están acondicionando.
Con diferentes modalidades, el sistema de carriles exclusivos para el transporte público rige exitosamente en numerosas ciudades argentinas y del mundo. En otras no ha funcionado y tuvieron que eliminarse, como en Salta.
No sólo para colectivos
En Rosario, por ejemplo, los carriles exclusivos son utilizados por ómnibus, taxis, transportes escolares en horario de trabajo, ambulancias, patrulleros y otros vehículos de emergencia. Ha dado muy buenos resultados.
Sin embargo, ¿por qué en Rosario funcionó y en Salta no?
Es que no se ha puesto el carro delante del caballo, como suele decirse, que es lo que hicieron los salteños.
Rosario es un gran ejemplo a observar respecto de sus políticas de Estado a largo plazo en materia urbanística.
Con algunas actualizaciones coyunturales, propias de los avances tecnológicos, demográficos, tendencias de vida, nuevos conocimientos, la pandemia, etcétera, el “Plan Urbano Rosario” lleva 25 años desde que se comenzó a bosquejar, con acuerdos políticos transversales, y 17 años desde su implementación, en 2007. Se mantuvo a lo largo de diez gestiones municipales y cinco intendentes distintos, entre socialistas y radicales, con el acompañamiento del peronismo y de otros partidos.
No se hizo de un día para el otro, fue un paso a paso, y no tiene fecha de caducidad, ya que está vivo como toda ciudad y se mantiene con los años. Ya trazaron objetivos 2030 y 2040.
Objetivos metropolitanos
El plan urbanístico rosarino incluyó grandes acuerdos estratégicos, que implicó un reordenamiento territorial integral, que contempló a municipios vecinos que integran el Gran Rosario, la recuperación de su costanera, una descentralización administrativa, objetivos ambientales y de mejoras sustanciales en la calidad de vida de los vecinos, además de fuertes modificaciones en el tránsito y en su sistema de transporte público, entre otros cambios radicales.
Ni siquiera los graves problemas que ocasiona el narcotráfico han detenido los cambios.
De este modo, los rosarinos comenzaron a mejorar progresivamente el tránsito de la ciudad, a partir de la descentralización pública, a revalorizar zonas y barrios postergados, a desalentar el ingreso de vehículos particulares a zonas neurálgicas, y a mayores y más efectivos controles y sanciones y, a la par, diversificaron la oferta de transporte, mejorando la peatonalización del centro, crearon ciclovías que se extienden año tras año y hoy es una de las más extensas de Argentina; también cuentan con trolebuses eléctricos, más silenciosos, no contaminantes y con desplazamiento más acotado por carriles (una de las tres ciudades con este transporte junto con Córdoba y Mendoza, que tienen planes urbanísticos similares) y luego crearon los carriles exclusivos para los vehículos antes mencionados, no sólo para ómnibus.
En Salta, en cambio, se quedaron a medio camino, y por eso fracasaron los carriles. Si bien avanzaron en retirar gran parte de la administración pública del centro, con lo que mejoraron el tránsito y se potenció el turismo urbano, les faltaron políticas de Estado integrales de largo plazo. Buenas intenciones no siempre significan buenas decisiones.
Hiperconcentrados
No es una novedad decir que el tránsito de la capital y del Gran Tucumán en general es uno de los más caóticos del país, con un microcentro que concentra al 80% de la administración pública nacional, provincial y municipal, incluyendo en los tres casos a los tres poderes del Estado, además de otras decenas de dependencias públicas.
Este era uno de los objetivos del trunco Centro Cívico en Los Nogales, anunciado 100 veces por Juan Manzur, y por cuyo diseño se gastaron dos millones de dólares, pero harto insuficiente para oxigenar a un centro estallado de oficinas públicas. Hubiera sido, al menos, un comienzo.
Los carriles exclusivos, que expulsarán más aún al ciclista, podrían mejorar el servicio de colectivos, pero flaco favor le harán al caos del tránsito. El municipio explicó que con esto también se buscará desalentar la circulación de autos y motos particulares por estas arterias. En ese caso, los resultados no serán inmediatos. Los cambios culturales son los más lentos y dificultosos y es lo que se vio en Salta.
Y en Tucumán la falta de educación cívica es un problema serio. Un estudio privado publicado por LA GACETA (05/03/2024) mostró que los tucumanos lideran el ranking nacional de ciudadanos más “maleducados”.
Tampoco se observa que los controles al cumplimiento de las normas de tránsito hayan mejorado. Ni de higiene, ni de vandalismo, ni de mal uso de la vía pública…
El municipio no puede siquiera hacer cumplir una de las reglas más básicas, que es la de los ruidos molestos, cuando miles de motos con escape libre aturden a la ciudad las 24 horas. Ni hablar de los cruces de semáforos en rojo, la circulación a contramano, los excesos de velocidad y el no uso de cascos, entre muchas otras transgresiones.
Y no se termina de comprender el objetivo de las tachas divisorias (honguitos) en el pavimento, cuando taxis y particulares deberán pisarlas todo el tiempo para el ascenso y descenso de pasajeros y de carga. Su tiempo de vida será breve, con lo que se generará otro gasto recurrente.
En definitiva, no sólo la capital sino todo el Gran Tucumán necesita un plan urbano metropolitano integral, como se pudo hacer en otras ciudades, respetado a lo largo del tiempo, con políticas de Estado sostenidas, que trasciendan a las administraciones.
No se necesitan los millones de dólares de los anuncios manzuristas, jamás cumplidos, para descentralizar la ciudad y revalorizar otros sectores postergados, con oficinas y más comercio. Con la venta o el alquiler de costosísimos inmuebles céntricos de los tres poderes, el Estado puede alquilar o comprar propiedades en zonas que necesitan desarrollarse. Simple, barato y rápido.
Con políticas partidarias como ejes de gobierno, enfrentadas, agresivas y deshonestas, al resultado ya lo conocemos: el derrumbe urbano y social seguirá siendo inexorable.