Alberto Alabí
Escritor y lingüista - Para LA GACETA
Geografía política de Tucumán de los ochenta, o semblanza cultural del Tucumán de fines de los setenta, o explicación del miedo de las familias norteñas. La muerte del Chat GPT también le anda bien. Pero se llama “Los últimos”, y esto le va mucho mejor. Lo digo porque Alejandro Carrizo escribe desde las gigantes destrucciones del norte con fondeadero en Tucumán. Para decirlo con lenguaje ferroviario, hay en la novela un convoy de furgones de cola, porque es una provincia ferroviaria, pero también azucarera y también pintora y teatrera, muy teatrera.
Hoy aquel esplendor yace casi en ruinas. No hay dolor ni queja por lo perdido, aunque todo lleva esa melancolía de lo que queda al fondo, lo de más atrás; lo último. Y los héroes aquí no son valientes, ni siquiera corajudos; arriba del escenario sí actúan como héroes, pero francamente no lo son; es que, claro, son actores, todos: actantes, lectores y escritor, todos actuamos de algo dice Alejandro.
Me gusta mucho esta innovación de Carrizo. Los que escucharon a Kloner lo entienden bien. Los milennials ni siquiera comprarán la novela ni la leerán tampoco de prestado. Carrizo bien lo sabe, pero no se preocupa. Sabe que las letras extensas de la novela impresa también están perdidas ya.
Decía que no hay ni antihéroes ni villanos. Todos los personajes se solazan en lo que han perdido y aceptan felizmente su destino tremendo. Aquí está uno de los encantos de la novela. Nos gustan por esa condición tan naturalmente submundana; de modo que nada de sus tragedias mínimas nos llevan a la compasión. Nos hace disfrutar del bajofondo tucumano y hasta el monstruo, Coso o Familiar -que actúa en la novela como interlocutor central- nos resulta encantador.
Es extraña la forma de dibujar a su gente literaria. Algunos actantes reales están más desarrollados, pero otros solo perfilados. Paco, el Loro, Linares, Armando de Oliva y otros aparecen por resonancia. Creo que esta es la mayor virtud de la escritura de Carrizo; porque el lector siente las vibraciones del Loro Quiroga o de las estrellas periodísticas de LA GACETA: Elsinger, Hynes O’Connor, flotando como fantasmas innominados. Sin que estén, están todos, los viejos, como el de Cartas a mi Ñaña pero también el Bebe Álvarez, Rojas Paz y Casacci. Los tangueros Lelo, Correa, pero también Palito y La Bomba. Nunca se los nombra, pero ahí están.
Por eso declaro que esta es una novela de puras resonancias. Es hermoso ver a todos los personajes con amenaza de sufrimiento, pero felices de saborear su desgracia. Todos son últimos en esta innovación literaria de Alejandro Carrizo. Los últimos revolucionarios, los últimos actores de radioteatro, los últimos tarjadores de los ingenios, las últimas prostitutas, los últimos borrachines, los tangueros y los bohemios del Bajo; no hay redención para estos últimos que no serán, ni quieren ser, los primeros.
Carrizo usa una maniobra estética que encanta. El actor principal, que es un tipo frente a un espejo, charla con un monstruo bien conocido en los ingenios. Pero es un confidente muy bonachón este Familiar. Entra en discusiones estéticas y estilísticas con el dueño del rostro de carne y hueso que está de este lado del espejo y se muestran absolutamente amigables.
Cuando leemos cualquier fragmento del texto, nuestros labios están siempre al borde de una sonrisa. Nada hay en Carrizo que no tenga una referencia irónica, sarcástica o humorística. Pero al final, un dolor; siempre un melancólico dolor. Y este pesar es una especie de suave colina desde donde el escritor nos hace mirar un mundo que ha partido, junto a los padres, a los maestros, a los amigos y a los amores. Ese es el cuño de esta hermosa novela.
Con impecable estrategia suponemos que nos cuenta de su vida; en la superficie es claramente eso, pero adentro está toda la movida artística del Tucumán de los casi ochenta y toda la tensión de la vida en épocas de la dictadura. El silencio o el vacío textual ocupan un rango similar al del texto. Silencio o vacío son fosos inestables y situaciones difíciles de soportar. Pero a nosotros nos divierten sus textos porque se divierte escribiendo como si estuviera jugando él mismo adentro del relato.
A propósito de ello y lejos de lo que pudiera parecer, el controlador estético de los escritores no es el goce o el juego sino el miedo. Pues esto no es así en absoluto para este gran escritor. Carrizo no le tiene miedo a nada. Pasen y vean las valerosas historias que trae este libro, que es un homenaje a todo el arte del NOA.
Para los tucumanos
La presentación de “Los últimos” se realizó en la sala Paco Urondo de la librería El Griego, con la participación del profesor Daniel Yepez junto al autor. Alejandro Carrizo es novelista, poeta y dramaturgo, nacido en la localidad jujeña de Ledesma en 1959.