Por Antonio Las Heras
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
Sartre caminaba las calles junto a jóvenes de izquierda que repartían panfletos. La policía los llevaba detenidos. Antes de una hora el mismo general Charles De Gaulle -entonces presidente de Francia- se comunicaba telefónicamente con la comisaría para ordenar la liberación del filósofo, expresando con énfasis: “¡Uno no pone preso a Voltaire!”
Así eran las cosas con este hombre que revolucionó la Filosofía del siglo XX y cuya obra continúa vigente y siempre en agitado debate. Como él lo habría deseado, dicho sea de paso.
Sartre nació el 21 de junio de 1905, en La Rochelle, localidad francesa sobre el Océano Atlántico. De adolescente se interesó por la Filosofía y toda su vida se dedicó a ello. En su temprana juventud conoció a Simone de Beauvoir -quien también sería notable filósofa, novelista y ensayista; además de pionera del feminismo- y fue entonces cuando sellaron el pacto de que ambos serían su respectivo “amor necesario” pudiendo tener todos los “amores contingentes” que decidieran; siempre y cuando se lo contaran todo, no escondieran, ni mintieran, ni se engañaran en nada. Así vivieron todas sus respectivas existencias.
Un párrafo aparte merece, llegado a este punto, advertir que la idea de “poliamor”, surgida en este siglo XXI, a través de los medios masivos de difusión y ofrecida como una gran novedad, ya se practicaba en la primera mitad del siglo XX. Al menos, Sartre y Simone, y unos cuantos de sus seguidores. Empero, este tipo de vínculo implicaba la exigencia de que cada uno comentara libremente al otro los vínculos que estaba manteniendo. Sin engaños. Sin mentiras. Sin tergiversaciones. Lealtad y honestidad.
Además de la lectura de sus libros, pude discernir mejor el pensamiento sartreano a través de las enseñanzas que me otorgó el escritor y ensayista Juan-Jacobo Bajarlía; sobre todo para entender bien qué es el “existencialismo”.
Sobre cómo era Sartre en la vida cotidiana, sus costumbres y actividades, tuve los comentarios del hidroescultor Gyula Kosice quien había compartido numerosas jornadas durante su prolongada estadía en París.
Entre esas impresiones íntimas que sólo pueden tenerse “estando al lado”, recuerdo a Kosice diciéndome: “Físicamente era feo, desagradable, pero alcanzaba con que comenzara a hablar para que -de inmediato- tuviera la atención de todos…Es más, no había mujer que no se enamorara de él”.
Demos ahora la palabra a Jean-Paul Sartre. Unos párrafos esenciales para conocer con mejor precisión su pensamiento y, en particular, el para qué de su vida.
“Pero existe una jerarquía y la jerarquía pone a la Filosofía en segundo lugar y a la Literatura en el primero. Deseo obtener la inmortalidad por la Literatura; la Filosofía es un medio para alcanzarla. Pero, para mí, la Filosofía no es un valor absoluto, porque las circunstancias cambiarán y llevarán consigo cambios filosóficos. Una filosofía no es valedera para el momento, no es algo que se escriba para los contemporáneos; especula con realidades intemporales, y forzosamente será superada por otras, porque habla de la eternidad. Habla de las cosas que sobrepasan con mucho nuestro punto de vista individual de hoy; la Literatura, por el contrario, hace el inventario del mundo presente, el mundo que descubrimos a través de las lecturas, de las conversaciones de las pasiones y de los viajes. La Filosofía va más lejos, considera, por ejemplo, que las pasiones de hoy son pasiones nuevas que no existían en la antigüedad; el amor…”
Sartre recibió el Premio Nobel de Literatura en 1964. Pero lo rechazó. Y la causa de tal decisión fue que, en toda su vida, siempre sostuvo que un intelectual debía rechazar todo reconocimiento y distinción pues la actividad entre la persona y la cultura debe desarrollarse de manera directa, sin pasar - ni utilizar, ni pertenecer - por las instituciones que el sistema imperante haya establecido.
Entendemos que la esencia de su filosofía reside en el concepto del ejercicio pleno de la libertad y en su sentido concomitante de la responsabilidad personal. Sartre expresa, en una entrevista pocos años antes de su muerte, que siempre estuvo convencido de que “El hombre se hace a sí mismo”.
Este punto es, a nuestro juicio, piedra basal del pensamiento sartreano pues disuelve todo fundamento a ideas como la de “destino”. No hay tal cosa, ni cifra prefijada. Cada persona, de acuerdo a las decisiones que toma tanto como las que no toma, va construyéndose.
Sartre consideraba que el humano está condenado a ser libre. En El existencialismo es un humanismo (1945) leemos: “El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Este es el primer principio del existencialismo”.
“La existencia precede la esencia”, es uno de sus postulados filosóficos. Es que el existencialismo sostiene la idea de que, antes que nada, el ser humano existe; no viene predeterminado, sino que es responsable de su existencia y como tal de sus acciones, de sus decisiones, de sus conductas. En este punto, nos permitimos una inferencia lógica. Entendemos que hay esencias que preceden a la existencia. Y este es el sitio donde mayor responsabilidad cabe a cada persona para la creación de sí mismo. Pues la condición humana permite -precisamente- que cada quien toma la decisión de si va a desplegar -o no- esas esencias que le han sido dadas al momento del nacimiento. Buen tema para interrogarse, debatir y reflexionar en este siglo XXI.
El 15 de abril de 1980, a los 74 años de edad, Sartre desencarnó en el hospital de Broussais tras una enfermedad pulmonar que había comenzado a afectarlo desde muchos meses antes.
El 20 de abril fue enterrado en el cementerio parisino de Montparnasse. Tuvo el acompañamiento de unas 20.000 personas. Inequívoca evidencia de quién era, para la gente, ese filósofo, escritor y persona comprometida con su tiempo y con la Humanidad. Cuando Simone salió del auto en el que siguió al coche fúnebre, emergió su figura esbelta con el cabello envuelto en su ya clásico pañuelo. Justo entonces, la multitud estalló en un espontáneo e inesperado aplauso que se mantuvo por minutos. La “ceremonia del adiós”, como el filósofo había denominado una década antes, quedaba completa. El cuerpo de Sartre sepultado. Su obra sigue viva hasta hoy y, sin dudas, extendiéndose hacia el futuro.
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Antonio Las Heras - Presidente de la Comisión del Libro de Filosofía, Historia y Ciencias Sociales de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores).