Luego de ganar su partido de primera ronda del Challenger de Lawn Tennis por 6-3 y 6-3, contra su compatriota Tomás Farjat, Andrea Collarini deja la cancha central y se acerca a un grupito reducido de gente. Alza a un bebé y lo besa en la cabeza para luego tenerlo cargado.
Mientras tanto, una joven filma la escena. El bebé que tiene en sus manos es su hijo Benicio y quien lo graba es Delfina, su pareja; un equipo de lujo que acompaña al zurdo nacido en Nueva York por cuestiones circunstanciales, pero que representa a Argentina en donde vive desde los tres años.
“Ellos llegaron cuando iba 3-1 abajo en el primer set. Lo miré (a su hijo), sonreí y gané 6-3”, le dice Collarini a LA GACETA. “No digo que haya sido por eso”, aclara, pero va más a fondo en la cuestión. “No hay nada más importante que su salud. Sé que el partido que estoy jugando no es lo más importante del mundo y eso le quita mucho dramatismo al tenis”, subraya.
El 6 de diciembre del año pasado fue el día en el que nació Benicio y también el día en que la vida de Collarini cambió por completo. Ahora no viaja a los torneos sólo con Delfina, sino que los acompaña su hijo. Y eso, claro, conlleva a que la vida de tenista y de padre deban convivir día a día. “Con ‘Delfi’ pensamos todo un poco más. Cuando él está durmiendo no lo despertamos; nos vamos adaptando a él. También hacemos que se adapte a nuestra vida, pero no le queremos cambiar tanto la rutina”, cuenta. “Recién me voy acostumbrando a varias cosas”.
La idea de Collarini es que su mujer y su hijo lo acompañen en la mayoría de los viajes. “Intento viajar con ellos lo máximo posible porque mi bebé tiene cuatro meses, cada dos días aprende algo nuevo y no quiero perderme nada. Además, prefiero priorizar algo con ellos que estar solo y extrañarlos. Es un lujo irme a dormir con mi familia todas las noches”, remarca. Claro, es algo a lo que la mayoría de los tenistas no está acostumbrado.
Y en pos de cumplir esa máxima, que cada vez haya más torneos es una gran noticia para Collarini, que celebra que se sumen nuevas provincias. “Es buenísimo para mí. Buenísimo para el tenis argentino y para los chicos que van a ser jugadores el día de mañana. Es un incentivo muy grande. Cuanto más torneos haya en el país, más oportunidades tienen los jugadores”, destaca.
Con 32 años, Collarini sabe lo que debe atravesar un tenista junior; una etapa que en su caso fue fantástica: llegó a ser 5° del ranking mundial y jugó una final de Roland Garros, lo que le permitió pelotear con leyendas como Rafael Nadal y Roger Federer en el marco del US Open 2010, el que fue su último torneo como junior.
Mucho se esperaba de él y ya con otra mirada cuenta por qué no pudo insertarse en la elite del tenis profesional. “Pensaba que iba a ser más fácil. En ese momento tenía contrato con Nike y con Yonex y ellos me pagaban. Entonces era una ‘estrellita’ y nadie se bancaba las derrotas”, recuerda Collarini. “Fue muy larga la transición al profesionalismo. No pude hacerlo rápido porque cada derrota dolía mucho y en vez de transformarlo en algo positivo, era todo negativo”, completa Andrea.
“Ojalá lo hubiese hecho antes, pero lo aprendí en ese momento. Empecé con muy poca plata a los 24, 25 años, y fue un cambio importante en mi carrera y en mi vida”, consigna.
Pero el pasado ya no se puede cambiarse. Por eso, ahora su principal objetivo es reflejar su buen momento personal en los resultados deportivos, que en los últimos meses no están siendo los mejores. “Perdí bastante ranking (está 312°, supo llegar a ser 177°). En este momento, no entro a la qualy de los Grand Slam, cosa que tenísticamente es una contra porque los venía jugando hace varios años. Sin embargo en mi vida, fuera de lo tenístico, estoy en mi mejor momento”, advierte. “Espero que en algún momento se puedan dar la mano mi vida personal y mi vida deportiva. Eso me permitiría recuperar mi mejor momento tenístico”, concluye antes de dejar el club rumbo a la Casa Histórica, un lugar que se mostraba ansioso por conocer. Acompañado, claro, de Delfina y Benicio, los pilares fundamentales de su vida.