Carlos Duguech
Analista internacional
La figura que sugiere el título resume un escenario que se va repitiendo con el mismo cortinado y en sucesivos actos. Es teatro mitad drama-mitad comedia. El diseño preferente de la política exterior argentina en este tiempo se está haciendo con trazos gruesos, demasiado gruesos en términos de mostrarnos al mundo con lo que somos y lo que queremos ser, de un solo golpe de timón. Ya definió el Presidente los vértices del triángulo de relaciones estrechas con los estados emblemáticos, tanto de occidente (EEUU) como de Medio Oriente (Israel). Y con la singularidad, se advierte naturalmente, de que en esa figura geométrica simbólica, el lado que conecta esos dos vértices es de una fortaleza y permanencia de acero inoxidable.
Esa figuración de la política exterior encorsetada entre lo que no y lo que sí, llevará -ya está ocurriendo- a una Argentina proclive a los extremos. Una configuración tan opuesta a la gestión de una diplomacia inteligente que priorice un lugar para el país en el “concierto de las naciones” en la que no seamos un atril de las partituras -de otros músicos- sino un instrumento de buena afinación ensamblado en la masa orquestal. ¿Y por qué no compositores con capacidad de agregar o modificar o suprimir algo en las partituras internacionales?
Enumerar los hitos que jalonan y direccionan la política de relaciones exteriores obliga a interpretar (y hasta predecir) lo que puede resultar, en suma, para nuestro país. Entre beneficios y perjuicios, tan encadenadas resultantes del álgebra de las relaciones entre Estados soberanos.
De cara al mundo
El ostensible modo de la actual política de relaciones exteriores de nuestro país lo muestra con preferencia casi excluyente de un eje en el hemisferio norte, que arranca en los EEUU y culmina en Israel. Occidente-Medio Oriente, bien definidos como objetivos de una alianza de Argentina. Dicho esto, todo lo demás debe subordinarse a ese eje horizontal que en sí mismo conserva la alianza desde casi siempre entre Washington y Tel Aviv.
Ucrania en guerra
Que Argentina apoyara a Ucrania, país víctima de una guerra desgastante que lanzó la Rusia de Vladimir Putin, era de esperar. Llegar a proponer ayuda militar, sin precisiones sobre su naturaleza encuentra, sin embargo, huecos sin llenar. Uno de ellos, con unas poco menos que desmanteladas Fuerzas Armadas, abrir un “frente de combate” en otras latitudes es impensable. Y, además, muy oneroso para las arcas oficiales que, con medidas extremas nunca antes resueltas, procura recomponer la economía.
Por añadidura, hay un alto riesgo cierto de sumar un enemigo de guerra: Rusia, la de Putin. Ya el presidente de Francia, Emmanuel Macron, había sugerido -imprudentemente como se señaló en esta columna varias veces- enviar tropas a Ucrania. Ello era halar el gatillo de la OTAN y, consecuentemente, involucrar a todos sus integrantes (31 países) en una guerra total con Rusia y algún eventual aliado que entonces surgiría (¿Bielorusia, China?).
¿Argentina en la OTAN?
Cuando el presidente Bill Clinton, que simpatizaba con Carlos Menem, accedió a proponer a nuestro país como “Aliado extra OTAN” tal como pidiera el Presidente argentino en 1998, allanó un camino por el que transita la Argentina de hoy. El ministro de Defensa Luis Petri -se anunció- viaja a Bruselas, donde tiene su sede de la OTAN, para iniciar los trámites. Semejante pretensión de “potencia militar” (con “europeísmo” ciego) en caso de concretarse lo del envío de tropas a Ucrania y la incorporación a la OTAN (aun como aliado extra) empujaría a nuestro país a una situación de guerra inadmisible.
Sumaría a los variados padecimientos actuales una tromba insoportable sobre la población. Ya, para entonces, sería imposible frenar la bici con piñón fijo en el plano inclinado. Disposiciones de la política de relaciones exteriores muy ligadas al fundamentalismo de creernos poderosos y muy importantes en campos ajenos.
Israel-Irán
Los dos frentes que debió atender Israel el fin de semana reciente abrían tenebrosos panoramas en la región. Su guerra a destrucción y muerte en la franja de Gaza en “venganza” (Netanyahu dixit) por la brutal, despiadada y sangrienta acción terrorista de las brigadas de la muerte de Hamas del 7 de octubre último, no tiene plazos.
La acción ofensiva de Irán (justificada como derecho a la defensa por el ataque mortífero de Israel el 1 de abril a una sede diplomática iraní en Siria), se hizo con su batallón de drones explosivos y misiles de crucero. Esto alertó al mundo como si fuera el anticipo de la guerra total. Una maniobra militar de alta tecnología y por primera vez contra Israel en directo desde el propio Irán. La mayor parte de los misiles y de los drones fueron interceptados por sistemas estadounidenses e israelíes. No llegaron a producir los efectos previstos en territorio israelí.
Muchos se refieren a la diplomacia casi en tono despectivo en tanto se quiere minimizar su potencialidad para la resolución de los conflictos en ciernes, y más difícil aún, en aquellos en plena acción.
“Llamamos a todas las partes involucradas a que actúen con moderación. Esperamos que los Estados de la región resuelvan los problemas existentes por medios políticos y diplomáticos”. Nadie acertaría el nombre del presidente de un país que acaba de suscribir un comunicado oficial con ese texto. Como seguramente nadie acertará, esta columna lo revela: ¡Nada menos que Putin!
Cautela necesaria
Embajada de Israel (1992) y AMIA (1994) fueron blancos de sendos ataques terroristas, con 29 y 85 personas fallecidas, respectivamente. Después de 30 años la Cámara Federal de Casación Penal dictó un fallo: “Respondieron a un designio política y estratégico de la República Islámica de Irán y ambos atentados fueron ejecutados por la organización terrorista Hezbollah”.
¿Fue mera casualidad que entre el bombardeo de Israel a la sede diplomática iraní en Damasco (Siria) y el fallo de la Justicia argentina (que condena a los autores de hace 30 años, nada menos) sólo transcurrieran 11 días?
Un hecho de hace 30 años, finalmente, encuentra un final con determinaciones de autorías y complicidades. Se vive un tiempo crucial de las relaciones exteriores de un nuevo Gobierno en Argentina. Y se diseña con trazos gruesos el perfil de seguimiento fundamental a potencias del mundo. Entonces cabe esperar que las decisiones en política exterior deban ser sopesadas con rigurosidad. Por la seguridad de nuestro país necesitado de recomponer su tejido social y su economía para una convivencia sana, sin postergaciones, desigualdades, humillaciones ni abandonos.