Amigos de verdad, amigos de la verdad

Amigos de verdad, amigos de la verdad

Amigos de verdad, amigos de la verdad
07 Abril 2024

Por Santiago Garmendia

Uno de los temas filosóficos más relevantes, además de uno de los más relevantes a secas, es el de la amistad. Qué es, qué debiera ser, quiénes pueden serlo y quienes lo simulan es una cuestión fundamental en cualquier comunidad humana donde hay que confiar en algun momento de la vida al menos. De allí la gracia de la “definición” de Ambrose Bierce: “Espalda: Parte del cuerpo de un amigo que uno tiene el privilegio de contemplar en la adversidad”

La amistad es un concepto muy cercano aunque difícil de definir; es más sencillo usar la estrategia de Bierce que señala con claridad lo que no es un amigo. En algunos casos su abordaje explícito se ha cobrado amistades. Giorgio Agamben cuenta que con su amigo Jean Luc Nancy, instigados por el libro de Jaques Derrida “Políticas de la amistad”, comenzaron un intercambio epistolar a los fines de dar con la o las ideas de amistad. Se pelearon a la segunda carta y siguen distanciados.

En todo a medias

Quizás el filósofo más resonante en el asunto sea Michel de Montaigne (1533-1592). La muerte de su amigo Etienne de la Boétie hizo que escribiera las frases más sentidas en lo que la amistad refiere. La matemática es que perder un amigo es quedar siendo una disminuida porción de lo que fueron juntos, la mitad de la mitad si se quiere: Mi vida, comparada toda ella con los cuatro años que me fue dado disfrutar de la dulce compañía y camaradería de este personaje, no es más que humo, no es sino una noche oscura e inclemente. Desde el día en que le perdí voy arrastrándome alicaído; y aun los placeres que se me ofrecen, en lugar de consolarme, redoblan en mí el dolor de su pérdida. Íbamos en todo a medias: ahora me parece que le estoy quitando su parte. Estaba tan hecho y acostumbrado a ser en todo uno de dos, que ahora me parece ser solamente medio.

Montaigne lloró la muerte de su gran amigo también por culpa, no era un hombre sociable y de la Boétie lo requería demasiado a su gusto. Cómo diríamos hoy, no le atendía el teléfono, y lo hizo cuando ya la peste había avanzado. Montaigne lo recogió y le dio sus últimos cuidados, siendo el último ser que vio cada uno de ellos. Tarde amigo, aunque debemos decir que trajo al mundo los “Ensayos”, una de las obras más extraordinarias de la filosofía.

Recuerdo que Fontanarrosa decía que no hay nada que dé más orgullo que la alegría de los amigos al ver al hijo e invitarlo a jugar. No es mala definición de amistad, una sonrisa contenida, una alegría de estar juntos.

Polémica en el diario

En las páginas de este diario supo darse una polémica casi en farsa, aunque del todo interesante. Samuel Schkolnik, en una reflexión sobre las limitantes de la amistad señaló la barrera etaria y la de género. Señalaba el sabio de las plazas de barrio sur: Lo que torna posible esa cohabitación espiritual en que consiste la amistad, es alguna clase de afinidad. Ésta puede ser relativa al rumbo con que se navega (según lo antes sugerido), pero no es forzoso que quienes son amigos hayan apuntado sus proas en la misma dirección. Más importantes que los vientos elegidos es, para aquella afinidad, el modo de elegirlos, y lo que en general podríamos llamar el estilo de navegación. Por eso se ha visto amigos que aparentemente no compartían casi nada: ni el oficio, ni la condición social, ni las circunstancias de la vida cotidiana. Ahora bien, hay diferencias que imposibilitan de raíz la amistad; entre las más notables, se cuentan las de edad y género.

En “de la amistad y los géneros”, en la semana siguiente a la afirmación de Schkolnik, Genié Valentié le contesta con toda la tranquilidad y conociendo en profundidad al amigo Schkolnik: Querido Lito: acabo de leer tu artículo sobre la amistad y he quedado bastante desconcertada. Yo creía ser amiga tuya, pero ahora resulta que no era así. Y la causa es el hecho de que pertenezco al “segundo sexo”, tan maltratado a través de la historia, y, como también es muy dudoso que las mujeres puedan ser amigas entre ellas, resulta entonces que no soy amiga de nadie. (09/2007).

Se cierra la polémica con un reconocimiento del filósofo de haber sido refutado. En “carta de Pesadumbre” se lee a un Montaigne que teme perder a su de la Boétie: Querida Génie: Le ruego disculpe mi torpeza y siga considerándome su amigo Si yo hubiera consultado mi experiencia, habría encontrado, en el vínculo entrañable que me liga a usted desde hace tantos años, un decisivo mentís de la afirmación según la cual no cabe la amistad entre hombres y mujeres. Pero no consulté mi experiencia; en vez de eso, me embarqué en gruesas generalizaciones que me condujeron a decir lo que no hubiera querido haber dicho. He sido injusto con usted y con algunas otras personas, lo que me tiene contrito y apesadumbrado. Sólo me resta esperar que esas personas -pero sobre todo usted, Génie- acepten esta declaración de mi error, esperanza que no puedo abrigar sino con el manto de la amistad.

Una condición de Lito era realmente su actitud solícita a considerarse refutado. Un ejemplo en el que no está involucrado su vida social inmediata -se puede decir que Genié lo acorraló amablemente- fue con una idea muy cercana a la que se le recrimina: que las mujeres escriben diferente, algo que tenía como altamente verosímil, aunque con espíritu cientifico, era un decimonónico recalcitrante, hizo un experimento de lectura ciega de Cartas al Director de este diario, ocultando la firma. La campana de Gauss no le dio la razón o al menos justificación científica ya que era poco común y parecía depender de cierta sensibilidad del lector antes del género que blande la pluma.

En busca de un empujón

Quisiera concluir con un hecho también relacionado. Mi situación era la siguiente. A finales de los 90 yo me estaba acercando al fin de mi carrera de licenciado en Filosofía y la recomendación y los avales de gente de trayectoria eran, para quienes necesitábamos conseguir un empujón académico, muy importantes. Si me permiten, eran un género literario entre lo periodístico y la fábula. Dos cosas eran altamente deseables para poder viajar a una beca o una residencia: 1. La carta escrita según las normas que se estilaban y los datos esenciales, pero con creatividad y calidad . Ese texto no sólo hablaba sobre uno sino que hablaba por uno. 2. La otra presea era que alguien relevante avalara la carta.

Pocos jóvenes éramos talentosos aún en la escritura para, vamos, venderse bien dando idea de profundidad y además de capacidades que van más allá de la disciplina. Al menos yo nunca formé parte de ese grupo. Se recurría, con pudor -el orgullo es alto en estas carreras- a gente de la comunidad que era muy solidaria. La mejor escritora a mi ver era y es, a quien la misma M.Valentié llamaba “Carmencita”, con quien me une todavía una deuda existencial. Tenía yo entonces gratis una excelente escritora.

En ese entonces Genie era la avaladora perfecta de mi postulación a aquella beca en Munich ( que sigo esperando que me la den).

El asunto es que -he aquí la relevancia del tema - eran ellas amigas, aunque las generaciones sean distintas, y los grados académicos también. En esa época solicité a Carmencita su ayuda en la redacción de mi propio aviso calificado para Alemania: me destrozó cada oración que de mi autoría y no tuve más que agachar la cabeza y corregir cada observación a su favor. Me dio vergüenza lo ínfimo que quedó de lo mío.

Después me fui a la Génie para que me firmara el aval de la nota supuestamente escrita por mí. Al llegar al edificio de calle Junín, la perra Flora de la epicuro tucumana me miró con cara de “sinvergüenza, vos no la escribiste”. No iba a aflojar: tenía que sostener que la carta era mía. La Génie leyó en voz alta la carta con deleite; la verdad que hubiera contratado al estudiante avanzado del que hablaba y se llamaba como yo y firmaba yo. Se me caía la cara.

Terminó de leer la carta. Pensé que todo había pasado. La firmó y me solicitó el sello suyo que estaba detrás, para darle más solemnidad. Con el largo Pallmall en la boca le vi esa sonrisa y ese brillo de orgullo en los ojos del que habla Fontanarrosa y me dijo: ¡Qué lindo que escribe la Carmencita! ¿No?

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