Sexualmente hablando: la tecnología del orgasmo

Sexualmente hablando: la tecnología del orgasmo

Sexualmente hablando: la tecnología del orgasmo

Rachel Pearl Maines, académica norteamericana nacida en 1950, especializada en historia de la tecnología, publicó a finales de los 90 un interesante estudio titulado “The Technology of Orgasm”. El libro le valió el premio Herbert Feis de la Asociación Histórica Estadounidense y sirvió de inspiración para la película “Hysteria” y la obra de teatro “In the Next Room (or The Vibrator Play)”. La autora reveló hasta qué punto ciertos progresos en la historia del orgasmo femenino ocurrieron en forma clandestina y de lo más curiosa.

¿Cómo es eso? Investigando sobre el tejido y la costura en el siglo XIX, Maines recurrió al Museo Bakken de la Electricidad en la Vida Diaria, en Minneapolis, Minnesota. Y se encontró con que los encargados del lugar habían dejado sin clasificar una serie de artículos, al no poder desentrañar qué uso se les daba en los hogares. Los objetos, de diferentes diseños, estaban bien conservados, por lo que todavía podían ser utilizados, pero la confusión acerca de su función los había confinado al sótano del museo. El más antiguo había sido fabricado por la Weiss Instrument Manufacturing Company, ubicada en Manhattan.

Pero Maines no tuvo dudas sobre lo que hacían las mujeres con estos misteriosos adminículos. De hecho, ya había notado ambiguas publicidades sobre artículos eléctricos para la casa en revistas de la época, donde se los presentaba como aplicables “a todas las tareas del hogar”, aunque las ilustraciones mostraban a mujeres usándolos para masajearse el cuello o la espalda. Los efectos se describían como “electrizantes”, “emocionantes”, “vigorizantes” o “revitalizantes”, junto con promesas tales como “todos los placeres penetrantes de tu juventud volverán a palpitar dentro tuyo”. Otros anuncios, dedicados a los hombres, aseguraban que su utilización les devolvería a las esposas “el brillo en la mirada y la tonalidad rosada en las mejillas”.

Según Maines, los primeros artículos que publicó refiriéndose a estos antecedentes de los vibradores (previos al libro), le hicieron perder su puesto como profesora asociada en la Universidad Clarkson en 1986: la institución estaba convencida de que la naturaleza de sus investigaciones ahuyentaría a los benefactores y ex alumnos donantes.

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