La memoria funciona de manera particular, a veces paradójica. Así como en ocasiones tenemos que hacer un esfuerzo para recordar lo que almorzamos ayer, también somos capaces de revivir -y relatar- con lujo de detalles un suceso acontecido hace años, incluso décadas. En muchos casos, es la intensidad de esos momentos los que hacen que se queden grabados a fuego. Y eso fue lo que le ocurrió a Martín Martínez: a pesar de lo mucho que vivió en estos últimos 20 años, recuerda como si hubiera sido ayer aquel día de 2004 en el que, de un instante a otro, su vida cambió a raíz de un fuerte golpe en la cabeza que sufrió durante un partido de rugby.
Hasta ese momento, la historia de Martín se parecía a la de muchos otros jóvenes de su Aguilares natal. Al terminar el secundario, por mandato materno se inscribió junto a su hermano Walter en la carrera de Ingeniería en Sistemas, pero no tardaron en confirmar lo que en el fondo ya sabían: eso no era para ellos. Menos para Martín, que ya desde varios años antes incubaba una pasión: el fitness. "Cuando decidí dejar la facultad, mi vieja Beatriz Aída Alarcón, me preguntó qué tenía pensado hacer de mi vida. Y yo le dije: quiero hacer fitness. Ella me miró y me dijo: vos estás mal de la cabeza. Yo venía de una familia de profesores de Educación Física, pero no quería hacer eso. Me llamaba la atención el tema del fitness, la nutrición, la biomecánica. De hecho, ya desde la secundaria daba clases en un gimnasio, sin que mi vieja supiera. Compraba revistas americanas que llegaban sólo por pedido cada dos meses, y a una amiga le encargaba que me las tradujera del inglés", cuenta Martín, graficando hasta qué punto le apasionaba la materia.
Finalmente decidió mudarse a Córdoba para hacer la licenciatura en Kinesiología y Fisioterapia, aunque en el fondo seguía albergando la ilusión de dedicarse a lo que realmente le interesaba. Por eso, también intentó anotarse anotarse en el curso de Preparador Físico, Personal Trainner e Instructor en Musculación que dictaban en la Facultad de Medicina algunos referentes nacionales de la materia, como Mario Di Santo o los hermanos Luis y Eduardo Mazzeo. Sin embargo, no pudo pasar de la puerta. "La chica que atendía me dijo que el curso estaba reservado sólo para quienes ya tenían un título universitario, ya fuera de médico, nutricionista, preparador físico o algo de eso. Insistí para que me dejaran tomar las clases de oyente al menos, no me interesaba tanto tener el papel, pero no me dejaron. Así que me fui desilusionado, pero en los años siguientes fui interactuando con muchos especialistas en química, biología y biomecánica, de los que aprendí mucho", asegura.
Un duro golpe
Durante sus años en Córdoba, Martín comenzó a jugar al rugby en Jockey Club de Villa María. "Yo era un loco del físico. Si hacía la diferencia, no era con la técnica, sino con el físico. Era un wing muy rápido y potente, de 95 kilos", se describe. "Pasa que tengo un trastorno obsesivo compulsivo. Todo lo que hago, lo hago al extremo. Mi vieja siempre me retaba por eso, porque volvía de hacer natación y me iba al gimnasio o a correr", cuenta.
Sin embargo, todo eso se derrumbaría de un instante a otro durante un partido entre su club y Córdoba Rugby. "Fui rasante a tacklear a un rival, pero el cayó hacia adelante y yo pasé directo al suelo con la cabeza. Sufrí un traumatismo craneoencefálico con hematoma subdural. Igual, no tuve pérdida de conocimiento, así que me levanté y seguí jugando, y en los días siguientes me fui a entrenar con normalidad. Pero después empecé a sentir dolores de cabeza, hormigueos en la cara, se me caían cosas de las manos. El médico me había hecho los tests neurológicos y todo había salido bien, pero al parecer había comenzado a salir líquido subaracnoideo y en un momento fue tanto líquido que comenzaron los síntomas", rememora.
A pesar de que sus amigos intentaban tranquilizarlo, el sentía que algo andaba mal, y por eso decidió pegar la vuelta a Tucumán. "El primer neurólogo me pidió una resonancia, y cuando estaba en la clínica para hacérmela, se me amortiguaron los glúteos y dejé de sentir las piernas. Me acostaron en unas sillas y me hacían masajes, pero no sentía nada. Ahí me quebré, porque confirmé que me pasaba algo", relata.
La orden directa fue llevarlo al hospital Padilla para operarlo de urgencia. Cuenta Martín que entre quienes lo operaron estaban tres figuras del rugby tucumano: Pablo Buabse, Pablo Garretón y Juan Rodríguez Rey. "Me salvaron la vida. Estuve 21 días en terapia intensiva, de los cuales los primeros 10 los pasé inconsciente. Cuando me desperté no entendía nada, no sabía ni dónde estaba. Mi vieja me explicó todo lo que había pasado. Me quería ir de ahí, pero no me podía levantar. Y cuando me destaparon, quedé shockeado: estaba mucho más flaco. En la balanza confirmé que había perdido 20 kilos. Había perdido todo lo que había ganado en años de gimnasio y nutrición. Siempre tuve metabolismo muy rápido, así que me costaba ganar peso. Y me había costado mucho trabajo llegar a esa condición física", explica.
Por recomendación de los médicos, Martín debía guardar reposo y abstenerse de hacer actividad física intensa. "Yo no puedo estar encerrado, así que me volví a Córdoba. Cuando me llegué por el club a saludar a mis amigos de rugby, no sabían quién era. No me reconocían. Mi psicóloga me recomendó cambiar de grupo de amigos, así que empecé a interactuar más con la gente de la facultad, cosa que no hacía. Yo iba a clases, pero no hablaba con nadie. Salía, agarraba el bolso y me iba a entrenarme. Pero en ese momento, al ya no tener el rugby, el trastorno obsesivo compulsivo me llevó a enfocarme en la facultad. Estudiaba día y noche, me pasaba 15 horas por día con eso, así que me terminé recibiendo rápido de la licenciatura de Kinesiología y Fisioterapia. Al tiempo, cuando regresé al rugby, lo hice con otra perspectiva. Ya no estaba obsesionado con el físico, me sentía otra persona, más con los pies en la tierra y no tan superficial", recuerda. Eso sí: la hiperactividad nunca se fue. "Tomaba clases, y como hacía la residencia por la mañana, le pagaba a una chica para que fuera a otras clases y me tomara apuntes. Mi vieja me pagaba un bar para que no perdiera tiempo cocinando, y después me iba a entrenar. Y de jueves a sábado trabajaba como barman en un boliche por la noche", describe.
Obtener el título universitario de kinesiólogo y fisioterapeuta le permitió darse una dulce revancha. "El mismo día en que fui a retirarlo, me llegué a la Facultad de Medicina donde dictaban el curso ese que yo había querido hacer años antes y no había podido. Estaba la misma chica atendiendo, y al verme me reconoció. Le dije: acá tenés el título. Y ella me respondió: felicitaciones. Sos bienvenido. Empezás el 15 de febrero".
Renacer
Para Martín, lo que vino después del accidente fue casi como volver a nacer. Tras hacer la residencia hospitalaria en el club Talleres de Córdoba, lo contrataron para seguir trabajando allí durante tres años. Y aunque luego surgió una oferta de trabajo en el fútbol italiano, bastante tentadora desde lo económico, Martínez tenía en claro que su futuro lo quería en Tucumán. Y con el tiempo se fue ligando a diferentes deportes. Por caso, colaboró con el staff de Los Pumas en un test match contra Italia, y luego lo hizo durante varios años con Huirapuca. Incluso llegó a trabar una buena amistad con el Puma Matías Orlando, de cuya preparación física se ocupó durante la pandemia. Cuenta que actualmente trabaja a la distancia dando rutinas a las parejas de varios jugadores tucumanos del seleccionado argentino.
"También estuve trabajando en su momento con (Juan José) Gil de Marchi y con Gerónimo Padilla, siempre en el ámbito de la preparación física, aunque este año no estoy haciendo rally. Estuve un poco estresado y tengo un hijo de 11 años que necesita que esté un poco más cerca", explica. Mientras tanto, sí está vinculado al ciclismo, trabajando con Juan Manuel Nardolillo (campeón del mundo XCO 2023, con quien viajará al Mundial de Mountain Bike en Australia) y con Guadalupe Suárez Casadey.
Casi como un recordatorio de lo que vivió, y de lo que superó, Martín lleva un tatuaje en todo su brazo derecho que resume su filosofía: "es un Dios de la Fuerza, una espada y una frase: stay strong, es decir, mantente fuerte".