Carlos Duguech
Analista internacional
En variadas ocasiones desde esta columna se hizo hincapié en aquello que desnaturaliza una eficiente gestión diplomática. Uno de los motivos para que ello ocurra está fuertemente ligado a la gestión de un diplomático que no es de carrera. En tales casos la gestión “diplomática” adolece de los atributos propios del sistema, lo que en no pocas ocasiones obliga a las recurrencias en apoyo desde Cancillería: la “usina” de la gestión de esa área de gobierno, el eslabón necesario para la conexión con los Estados del mundo.
Traemos a la memoria un caso típico de gestión diplomática que nada tenía de esa cualidad: la embajada argentina en China en tiempos del ex presidente Alberto Fernández. Por entonces Sabino Vaca Narvaja -embajador acreditado ante el gobierno de Xi Jinping- cometió una falta grosera. Mientras la presidenta de la Cámara de Representantes de los EEUU, Nancy Pelosi, visitaba Taiwan el 6 de agosto de 2022, muy suelto de cuerpo Vaca Narvaja expresó públicamente que esa visita era “una provocación y un problema para toda la comunidad internacional. Y agregó: “por eso queremos condenar esta visita y sumarnos a las voces de Latinoamérica pero también de Naciones Unidas”.
Semejante desatino en la actuación del embajador en China debe mirarse, además, desde las estrategias del gobierno que lo designó. De manera concomitante estaba empeñado el gobierno anterior en gestiones que pretendían el apoyo del presidente de los EEUU ante el FMI, nada menos. Es necesario agregar un agravio mayor al sistema de gestión en Cancillería: no le observaron su conducta, lo que implicaba consentir esa actuación del embajador en China.
Signos del descalabro
Primer caso: las recientes declaraciones de Javier Milei referidas al presidente colombiano Gustavo Petro ante periodistas de cadenas internacionales: “comunista, asesino, que está hundiendo a Colombia”. Claro que generó inmediatas reacciones en el gobierno de Colombia, que ordenó la expulsión de los diplomáticos argentinos, a la vez que retiró su embajador en Buenos Aires.
Segundo caso: con el presidente de México Andrés López Obrador, con el que intercambiaron, sin recato alguno, calificativos personales y sobre sus políticas.
El clima creado con otros países latinoamericanos con esta seguidilla de calificativos a uno y a otro en la persona de sus presidentes asesta un ruidoso golpe al sistema de las relaciones exteriores. Un desmadre semejante -y que muy probablemente se extienda a otros presidentes de la región o de otras partes del mundo- originará daños de importancia a la hora de implementar las relaciones comerciales de exportación-importación. Se orientan, mal que les pese a los que diseñan las políticas de crecimiento del país, a un parcial aislamiento, cuando lo que se manifiesta -y se necesita- es “insertar a la Argentina en el mundo”. Esta última frase viene siendo el caballito de batalla de todos los sistemas políticos que asumieron, a su tiempo, la responsabilidad de gobierno en el país.
El imprudente Macron
Francia padeció una de las más amargas experiencias en la Segunda Guerra Mundial. Fue cuando tropas de la Alemania nazi desfilaron por su “casa tomada” (permiso Cortázar, por parafrasearlo), pasando triunfantes nada menos que bajo el Arco de Triunfo de París el 22 de junio de 1940. Tras cuatro años de ocupación y de revueltas populares que intentaban liberarlos del dominio militar nazi, finalmente el 25 de agosto de 1944 las tropas vencedoras aliadas desfilaron bajo el Arco de Triunfo. Fue la consagración del general francés Charles De Gaulle, líder indiscutido de la Francia Libre. ¿Aspiraría Emmanuel Macron a ser un nuevo De Gaulle con sus desaforadas ideas de involucrar a la OTAN en Ucrania?
Esta introducción allana el camino para comprender los graves riesgos del imprudente y riesgoso proyecto del presidente Macron: enviar tropas a Ucrania. Esta columna se ocupó de calificar esta idea -que ya lleva más de 30 días- como de gran imprudencia. Ello implicaba que la OTAN -de la que forma parte Francia- accediera a los reiterados pedidos de Zelenski de que Ucrania fuese admitida en la Alianza del Atlántico Norte. Ya le habían expresado, hace casi un año, “todavía no”. Se valoró ese “pas encore” en este mismo espacio, oportunamente.
La razón se expuso aquí hace unos meses: sería dar carta libre para los primeros ruidos de una Tercera Guerra Mundial, porque la Rusia de Putin no iba a quedarse de brazos cruzados. Ya dejó constancia no sólo de ufanarse de sus arsenales nucleares. Concretamente dijo que si se desplegaran tropas de la OTAN para intervenir en el frente con Ucrania hay el riesgo cierto de la utilización de armas nucleares.
Síndrome de “H.N.”
Hiroshima-Nagasaki instalaron desde 1945 en la conciencia colectiva de la Humanidad lo que jamás debería repetirse en ningún otro escenario bélico. La “prueba de campo” realizada por los EEUU en esas dos ciudades japonesas bastaron en su tiempo -y ahora- para imaginar la irracionalidad de una confrontación bélica en la que se empleasen “armas atómicas”, esa denominación primigenia. Desde entonces (1945) se sucedieron cuatro países que adquirieron la tecnología de armas nucleares, en este orden: Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia y República Popular China.
A la fecha -y según el informe oficial del SIPRI, (Instituto Internacional de Estocolmo de Investigación para la Paz)- existen en condiciones de operar 12.512 cabezas nucleares en el planeta, a enero de 2023. Son nueve los países poseedores: entre EEUU y Rusia acumulan 11.000 ojivas nucleares. Le siguen, lejos, China con 410; Francia 290; Reino Unido 225; Pakistán 170; India 164; Israel 90 y Corea del Norte 30.
El miércoles último Putin, ante medios locales que lo entrevistaron, no se guardó de reiterar sus ya repetidas referencias al arsenal nuclear de Rusia. “Estamos listos para utilizar armas nucleares si existiera una amenaza a la existencia del Estado ruso. Aclaró que todavía tal necesidad no ocurrió.
El secretario General de la ONU, Antonio Guterres, refiriéndose al “riesgo nuclear” decía: “incluso durante las fases más tensas de la Guerra Fría las potencias nucleares redujeron significativamente su arsenal nuclear. Había amplio consenso en contra de su utilización y la proliferación de las armas y los ensayos nucleares. Hoy día corremos el riesgo de olvidar lo que aprendimos de los que sucedió en 1945”.
Tratados y más tratados
Aquellos que se refieren a los ensayos nucleares aportan su cuota de racionalidad al suspenderlos por los daños ambientales y sus repercusiones en la salud de los vecinos de las zonas elegidas para esos ensayos.
¿Y el TNP? Ese tratado (en vigencia desde el 05/03/1970) tiene un propósito enunciado de buen fuste, pero tramposo. Llamarse “Tratado de no proliferación nuclear” restringe la posesión de armas nucleares -por aquello de “la no proliferación”- a los que no las poseen. Pero las permite a los cinco grandes. Y, oh casualidad, son los del Consejo de Seguridad de la ONU. Tras 54 años el TNP no ha servido para disminuir los arsenales de los cinco poseedores “permitidos”. Crecieron, además. Los únicos países que no lo firmaron son Israel, India, Pakistán y Sudán del Sur. Conclusión. Tras 54 años de TNP no se redujeron los arsenales. Se incrementaron
Un tratado valioso es el de Tlatelolco (1967). Como expresó a este columnista el mexicano Rafael García Robles, ganador del Premio Nobel de la Paz (1982), y durante su paso por Tucumán: “el de Tatlelolco es un tratado que proscribe totalmente las armas nucleares en América Latina y el Caribe”.
En cambio, el “Tratado de prohibición de las armas nucleares” (2017), valioso logro, jurídicamente vinculante desde el 22 de enero de 2021, fue boicoteado por los estados poseedores de armas nucleares y por los miembros de la OTAN (salvo Países Bajos, que votó en contra). Argentina no lo aceptó todavía. Hay suficientes bombas nucleares como para destruir el planeta.