Hoy se cumplen quince años del fallecimiento de Raúl Alfonsín, denostado por unos y señalado por otros como un ausente en el Salón de los Próceres de la Casa Rosada. ¿Merecería estar?
El gobierno nacional pareciera destacar lo económico y tal vez por eso figure allí Carlos Menem. Es que si la economía fuera lo determinante Alfonsín no aprueba. Su gobierno fue un fracaso. Al margen de la deuda externa heredada, la desconfianza mundial, los malos precios internacionales, los trece paros generales de la CGT, un recalcitrante Senado peronista, el alza de la tasa de interés por la Reserva Federal de los EEUU, entre otras variables que jugaron en contra, simplemente la estrategia económica estaba errada. La suba de 196,63 por ciento del IPC entre junio y julio de 1989 es toda suya, como el 3.611,27 por ciento entre julio de 1988 y de 1989.
Para Alfonsín el Estado debía tener un papel preponderante en la vida económica. Su visión del sector privado era un consumidor o trabajador amenazado por empresarios siempre abusivos. El Estado debía regular las relaciones, ser actor en la distribución del ingreso y también impulsor de la economía. Además, la guía general debía ser la “ética de la solidaridad”, que implicaba el proyecto de cambiar al ser humano para que la economía funcione y crezca sin desigualdades. Todo eso en un mundo de países centrales explotadores, directamente o a través de multinacionales y de organismos internacionales. Y todo eso, equivocado.
La base del análisis económico no es que los empresarios sean egoístas y los no empresarios sean sufridos altruistas sino que como prevención lo mejor es suponer que todos son egoístas y pensar en un orden institucional que encauce el egoísmo, con diseños como mercados abiertos, transparencia, no interferencia en el sistema de precios y seguridad jurídica, entre otros. En resumen, que las decisiones esenciales de las interacciones sean privadas, no gubernamentales.
Desde tal enfoque no se crece ni se combate la inflación con solidaridad sino con iniciativa privada y responsabilidad fiscal y monetaria. Alfonsín falló en eso. Sí tuvo aproximaciones correctas, como plantear modernizar el Estado o buscar un socio privado para Aerolíneas Argentinas (idea rechazada por el peronismo acusando de vendepatria al gobierno, el mismo peronismo que poco después la privatizó) pero no sostuvo la línea.
Gracias al desastre que dejó Alfonsín, Menem pudo tomar decisiones contrarias a los ejes anteriores. En parte, con buenos resultados. Como ejemplo no menor, si antes para tener un teléfono había que esperar años y hoy se consiguen celulares en cualquier cuadra es por Menem. Lo mismo que internet o las notebooks usadas para escribir críticas al menemismo; las hay en Argentina por las reformas de los 90. Apertura de la economía, desregulación, estabilidad de precios, son algunos de los logros. Junto al alineamiento con Occidente (o lo que se consideraba Occidente, esencialmente un capitalismo con pocas restricciones) sería lo que tiene en mente el gobierno para pensar en Menem como prócer.
Pero no todo fue exitoso. Atraso cambiario, déficit fiscal estructural cubierto con deuda externa (sólo un par de años hubo superávit, por privatizaciones), reversión de varias reformas por intentar la re-reelección, deterioraron los logros iniciales. Menem también dejó una pesada herencia, incluyendo errores económicos de efectos políticos como levantar sin prudencia el ferrocarril lo que derivó en el transporte sostenido en camiones, fundando el poder de los Moyano. ¿Debería Milei poner sólo medio cuadro?
Ahora bien, un gobierno no es sólo economía y Alfonsín merece que se considere el resto de su gestión, sobre todo por las exigencias de la época. Sí, la economía era importante, pero terminar con el ciclo de golpes de Estado era primordial. Y ahí la actuación de Alfonsín fue para aplaudir. El sistema no sufrió erosiones a pesar de tres levantamientos militares y uno guerrillero (Semana Santa, Monte Caseros, Villa Martelli y La Tablada).
Por supuesto, con claroscuros. Era verticalista dentro del partido, consolidó el presidencialismo con el Pacto de Olivos y colaboró con la inestabilidad del gobierno de Fernando de la Rúa. Pero como gobernante fue inobjetable en el respeto a la investidura presidencial y al funcionamiento institucional. Para repasar lo positivo en política (mayor a lo negativo), en la exterior resaltan la paz con Chile y la integración con Brasil, y para lo interno destaca su posición moral frente a las violaciones a los derechos humanos incluso durante la dictadura, exponiendo su vida al abogar contra la represión ilegal. Como Presidente impulsó los juicios a las cúpulas militares y guerrilleras cuando los militares acusados tenían poder sobre la tropa, no como ahora. El adanismo K sostiene que la defensa de los derechos humanos comenzó en 2003, pero no es cierto. El kirchnerismo no reconoce la valentía de Alfonsín ni que el peronismo apoyó la amnistía a los militares y se borró para investigar las violaciones a los derechos humanos desde la Conadep. Punto final y obediencia debida merecen otro análisis, pero recuérdese que la última fue planteada en la campaña (los tres niveles de responsabilidad) y estaba en el proyecto de Código de Justicia Militar presentado en 1983, modificado por el Congreso. No cualquiera se hubiera animado a los juicios, menos cuando traían más conflictos que votos.
Alfonsín planteó que con la democracia se come, se cura y se educa porque necesita ser eficiente para justificarse en lo material pues no alcanza con la filosofía política. Ahí fracasó, pero ayudó a consolidar el sistema, lo que permite buscar pacíficamente esos resultados.
Todos los próceres tienen manchas porque son humanos. Lo importante es si superaron sus taras, si dejaron un saldo positivo, qué hicieron ante los desafíos fundamentales de su época. Sería sano que los homenajes oficiales a políticos esperaran 25 o 50 años del fallecimiento de la persona, para que las peleas partidarias pierdan influencia y puedan hacerse evaluaciones mesuradas. Pero Alfonsín es candidato, sin dudas.