Desde el retorno de la democracia, en diciembre de 1983, todos los Presidentes que rigieron los destinos del país vivieron crisis con sus vicepresidentes. En algunos casos, los quiebres resultaron más notorios que en otros. Y entonces se hicieron escándalos públicos; y hasta terminaron en renuncias.
La fórmula de la Unión Cívica Radical (UCR) que gobernaba el país desde diciembre de 1983 -integrada por Raúl Alfonsín y por Víctor Martínez- protagonizó choques, aunque siempre en el ámbito interno. Pese a las pujas, pusieron énfasis en proteger la institucionalidad. Una de las discusiones más fuerte se había desatado a raíz de la decisión de Alfonsín de avanzar con el juicio a las Juntas Militares. Martínez se habría resistido a esto. De hecho, cuando se dio el levantamiento carapintada en la Semana Santa de 1987, algunas versiones señalaban que el vicepresidente intentaría quedarse con el cargo de Alfonsín si se daba un nuevo golpe de Estado. Martínez echó por tierra todos esos rumores. “Si renuncia el Presidente yo me iré con él. Eso hace un compañero de fórmula”, había afirmado.
Todos los cruces entre Alfonsín y Martínez se dieron de manera subrepticia. Todo lo contrario al Gobierno que sucedió a aquel. A dos años de haber resultado electo, el binomio entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde empezó a mostrar fisuras. En ese momento, el entonces vicepresidente dejó su cargo para postularse a la Gobernación de Buenos Aires, comicios que ganó, en 1991.
Ese divorcio se volvió a destacar cuando Menem eligió a otro compañero -Carlos Ruckauf- para perseguir su reelección, en 1995. Pero la nueva sociedad tampoco transitó sin chispazos; y se manifestó con fuerza cuando el Presidente quiso forzar una interpretación de la Constitución -cuya reforma él mismo había acordado en 1994-, que lo hubiese habilitado para una nueva reelección. Ruckauf se opuso, y militó la postulación de Duhalde, en 1999.
Finalmente, Duhalde, con el menemismo en contra, perdió aquella elección presidencial ante la fórmula de la Alianza, integrada por Fernando de la Rúa (UCR) y por Carlos “Chacho” Álvarez (Frepaso). Estos dos protagonizaron una de las rupturas más resonantes entre un Presidente y su vicepresidente desde la vuelta de la democracia. A menos de 10 meses de Gobierno, el 6 de octubre de 2000, “Chacho” renunció a su cargo, indignado por las denuncias sobre sobornos en el Senado. Según la acusación, el Gobierno de la Alianza habría coimeado a los senadores -con dinero de la Secretaría de Inteligencia- para que aprueben una polémica reforma laboral. La partida de Álvarez debilitó aun más a De la Rúa, que terminó abandonando la Casa Rosada en helicóptero en diciembre de 2001, en el marco de la peor crisis política y económica desde 1983.
En 2003 llegó al Gobierno la dupla integrada por Néstor Kirchner y por Daniel Scioli. El primero se había distanciado del memenismo, mientras que el ex motonauta -actual funcionario del Gobierno de Javier Milei- era un político “inventado” por Menem. Esas diferencias no demoraron en surgir: el vicepresidente criticó políticas de su propio Gobierno y avaló reclamos de empresarios. Kirchner reaccionó, y a partir de allí mantuvo una gélida relación con Scioli durante los cuatro años de gestión.
Ni hablar de lo que siguió. En 2007, Cristina Fernández sucedió a su esposo. En la fórmula la secundaba el entonces “radical K” Julio César Cleto Cobos. Un año duró la sociedad política: en medio de una fuerte disputa con el campo, la norma que pretendía establecer retenciones móviles a la exportación de granos -la resolución 125- llegó al Senado. Tan cerrada resultó la votación que Cobos debió desempatar. Entonces pronunció una frase que lo sentenció: “mi voto no es positivo”. Esas palabras quebraron definitivamente la relación con la entonces Presidenta.
Frente a ello, la mandataria buscó a Amado Boudou para que la acompañe en la carrera por la reelección -que finalmente ganó-. No se conocieron cruces entre la Presidenta y el ex ministro de Economía mientras fueron Gobierno. Pero las denuncias por corrupción que cayeron sobre Boudou motivaron que Cristina se muestre cada vez menos en público junto a aquel.
En 2015 llegó al Gobierno la fórmula de Cambiemos, integrada por Mauricio Macri y por Gabriela Michetti, la misma dupla que había conducido la Ciudad Autónoma de Buenos Aires entre 2007 y 2011. Durante mucho tiempo circularon versiones de peleas entre ambos, que fueron desmentidas por los dos. “Si me voy a pelear con Mauricio, no lo voy a hacer adelante de todo el mundo”, había dicho la entonces vicepresidenta. Sin embargo, Macri no la volvió a elegir para pujar por su reelección, en 2019. Y ella se alejó de la política.
Para esa elección, Cristina Fernández postuló a Alberto Fernández para Presidente, y se reservó el lugar de compañera de fórmula. Ambos se habían distanciado en el pasado, pero se asociaron en pos de garantizar el triunfo, junto a otros sectores -como el Frente Renovador, liderado por Sergio Massa-.
A poco tiempo de gestión del binomio de los Fernández ya surgieron las diferencias entre ambos; y estas fueron in crescendo y se hicieron cada vez más notorias. Fiel a su estilo, Cristina alternaba largos períodos de silencio con pronunciamientos en forma de carta, o de posteo en su cuenta de X (ex Twitter), o declaraciones en un acto -en este contexto denunció que en el Gobierno había “funcionarios que no funcionan”, y le exigió a Alberto que “agarre la lapicera”. La ruptura resultó insalvable. El sector cristinista, incluso, se pronunció fuertemente en contra de que el Presidente busque su reelección. Finalmente, todos se encolumnaron detrás de Massa, que acabó derrotado.