Cartas de lectores: el dilema de la exageración

Cartas de lectores: el dilema de la exageración

28 Marzo 2024

La retórica de Javier Milei es harto analizada en su literalidad, tonos discursivos y puesta en escena. Sin embargo pocos se han detenido a observarla en la exageración de los argumentos. A diferencia del discurso político tradicional que construye conclusiones lógicas a partir de premisas verosímiles, el Presidente eleva sus prejuicios a la cima del debate público sin ninguna formulación razonable. Ayer se despachó en una diatriba contra la educación pública sin ningún sustento fáctico o pruebas certeras para fundar la aseveración. “La educación pública ha hecho muchísimo daño lavando el cerebro de la gente”, lanzó en el IEFA Latam Forum, un foro económico con presencia de empresarios. Milei por momentos habla como si estuviera en campaña permanente: señala a sus rivales y los ataca con todo lo que tenga a su alcance, si hay datos, mejor; en caso contrario, exagera sus prejuicios. “El Estado es una organización criminal”, declaró durante la apertura de sesiones ordinarias ante el Congreso, al que previamente había bautizado como “un nido de ratas”. Incluso podríamos preguntarnos hasta qué punto su éxito electoral no está asociado a dicha exageración. ¿Qué era la casta sino la exageración del hartazgo social a la clase dirigente? ¿Acaso la motosierra no era la exageración del recorte del gasto público que encabezaba la prioridad ciudadana en casi todos los sondeos de opinión? ¿O la dolarización no era una exageración para revertir la inestabilidad de nuestra moneda y resolver el problema cambiario? Pero la palabra formulada desde una tribuna partidaria no tiene el mismo valor que el mensaje emanado por el presidente. En la teoría del acto del habla se denominan enunciados performativos a aquellos por los cuales el sujeto que lo enuncia no sólo describe un hecho, sino que también realiza ese hecho. El ejemplo clásico es el oficial del Registro Civil que cuando anuncia la fórmula matrimonial también los convierte en esponsales. Del mismo modo, los mensajes presidenciales gozan de un estatus superior a cualquier discurso de tribuna por la investidura de la propia autoridad. Si el Presidente se burla de las personas con síndrome de down o celebra el despido de empleados públicos, trasluce la indiferencia que tendrán esos colectivos en la agenda gubernamental durante su mandato. De ahí la significancia que acarrea el reducir la palabra presidencial a meras exageraciones, lo cual representa una degradación inadmisible para la conversación democrática.

Francisco Prado 

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