Una vez más el fondo y las formas se confunden en una sociedad que desea fervientemente lo bueno que pueda venir, pero que mira a todos los políticos con desconfianza, aún a los que ha elegido para cambiar. Hoy, el gobierno nacional se asemeja peligrosamente a una máquina de estirar los tiempos, cuando las urgencias están a la vuelta de la esquina. Lo que se observa es una película donde los sobresaltos constantes son invocados por su director de manera efectiva, pero sólo para crear impacto y para mostrar su mano, mientras parece que está haciendo un curso tardío de inmersión a la política.
La narración a la que apela el gobierno de Javier Milei, tiene épica, pero también tiene momentos de asombro, un gancho de oro para que el espectador se aferre a su butaca y considere primordial la figura del protagonista. Si no es el cierre de Télam ha sido el desguace del INADI o el cambio de nombre del Salón de las Mujeres o algún tuit venenoso contra propios o extraños, medidas y situaciones al menos controvertidas o desgarrantes, como la que se vivirá mañana con relato y contra-relato en relación al golpe del 24M.
Rosario y las Fuerzas Armadas, la ley Ómnibus, los recortes de personal en el Estado o aún el ajuste jubilatorio que saldrá por Decreto con migajas para compensar la inflación pasada, licuadora pura, han sido movidas algo más elaboradas, pero su propósito primario ha tenido éxito, ya que han sido anuncios que no dejaron de copar la agenda. Lo cierto es que a cada momento pasan cosas en el gobierno nacional.
En ese día tras día, Milei está dejando de ser un economista de laboratorio y está en proceso de convertirse en un político especializado en instalar en la mente de la opinión pública tema tras tema, algunos impensados. Su propia cabeza es seguramente un hervidero constante, aún para sus propios laderos, con el agravante que muchas veces no se entiende muy bien para dónde marcha, pero eso parece ser el leitmotiv de su naturaleza: la sorpresa es el plato de la casa, mientras las dificultades del ajuste se expanden.
Durante la última semana, bajo la excusa de que es más que probable que las medidas económicas que está tomando o que va a tomar necesitarán un aval de la Corte Suprema para garantizar la continuidad del plan, Milei sacó de la galera la propuesta de sumarle dos nuevos magistrados al Tribunal y el nombre y apellido de uno de ellos levantó polvareda: Ariel Lijo. Para muchos, la nominación del actual juez federal es un escupitajo a la cara de los argentinos, por su pasado de enjuagues y por su presente de espectador pasivo de muchas causas que fatalmente se demoran para favorecer a diferentes actores de la política.
Lo concreto es que sólo por haber sido propuesto, Lijo generó una fisura insalvable entre los simpatizantes y aún entre los seguidores del propio gobierno, salvo que el Presidente reflexione, ya que eventualmente por blindar la seguridad jurídica, algo que siempre solicitan quienes quieren hundir alguna inversión en la Argentina (aún los empresarios o las PYME locales) y en sus borbotones para generar barullo, Milei le ha metido un insólito gol en contra a la mismísima… seguridad jurídica.
Hoy, muchos de los detractores que se ubican desde el centro hacia la derecha le marcan al Presidente que su repudio a la casta parece ser sólo una pantalla para llenar las redes sociales y que la verdad que se esconde detrás de él es que, a la vieja usanza, está dispuesto a pactar con quien sea. El jolgorio de los senadores kirchneristas ha sido tan evidente ante la nominación de alguien que tanto los ha favorecido que lo que queda por pensar es que todo se trata de una componenda de cambio de figuritas por debajo de la mesa: hoy por ti, mañana por mí. Negociar es lícito, algo propio de la política, pero hacerlo en las sombras es casta pura.
El momento de la centralidad de Milei se expande porque él es la contracara perfecta de Alberto Fernández, un Presidente deslucido que estuvo cuatro años sujeto por las riendas de su mentora, aunque a veces mostró rebeldías que nunca llegó a ejercer. Esa pasividad de su antecesor exalta aún más la presencia constante del actual, que muchos ciudadanos agradecen. Éste es un Presidente activo que ocupa el centro del ring de modo constante con temas que no parecen fáciles de abordar, cuestiones que, cuando baja la espuma, son inmediatamente reemplazadas por otras.
Su espíritu creativo está en constante ebullición y eso le sucede a quienes elaboran de modo permanente, describen los sicólogos. El caso del número uno de un país es bastante diferente, porque de su prolijidad dependen millones de personas. Pero, ya se sabe que Milei es desprolijo por naturaleza debido a que algunas mentes saltarinas, como la suya, son inherentemente inconstantes, probablemente debido a su creatividad. Sus pensamientos pueden saltar de una idea a otra rápidamente, exploran múltiples caminos y posibilidades y suelen dejan en offside a quienes que creen que cierto tema está cerrado. A veces, buscan la perfección y eso los lleva a cambiar de enfoque o a nuevas formas de expresión, lo que quizás podría percibirse como inseguridad.
Quienes tratan de desencriptarlo de buena fe, desde sus más firmes seguidores, quienes aún están en la luna de miel de no verle ni un solo defecto, hasta los que más sufren por el ajuste o aún los inversores que quieren saber que se puede esperar de él, se están resignando a admitir que es como es: volátil y hasta a veces caprichoso. ¿Hay una estrategia pensada para gobernar o el Presidente mueve los trebejos a cómo dé lugar casi por inspiración, estado que generalmente se confunde con improvisación? Este es el gran interrogante a dilucidar sobre su proceder.
La deriva actual de Milei sugiere que se está reconvirtiendo. Un economista es en general alguien más riguroso que un político, ya que está habituado a convivir al menos con una planilla de Exxel para que lo conduzca a algún destino. En cambio, el político es alguien en general, por naturaleza, poco cuidadoso con las formas y su marca registrada le impone salir de los laberintos por arriba, aun traicionando si fuese menester. Esa mutación de ropaje, de uno a otro rol es la que todavía está transitando Milei, potenciado por el cargo que ha sabido conseguir para llegar a la cúspide y por su amor incondicional a las redes sociales.
Desde hace algo más de 100 días, el Presidente no ha hecho otra cosa que buscar centralidad comunicacional y política a como diere lugar. Se muestra impredecible, aun en sus provocaciones a propios y extraños y va cambiando de destino aunque se encuentre remando en mitad del río. Va y viene, bailotea a lo Nicolino Locche y cuando parece que está encerrado, contragolpea y su mandoble empareja la situación y empieza de nuevo. No le importa demasiado, casi que lo disfruta, pese a que a veces pierde bastante tiempo, en momentos en que la urgencia necesita darle paso a medidas de fondo que tranquilicen a una ciudadanía golpeada que depende cada día más de sus planes y no sólo de su humor.
Como todos quienes han vivido en reclusión durante tanto tiempo, salir al mundo encandila y Milei pasó del laboratorio de la escuela austríaca a la avenida de la política, casi sin ninguna pausa. Lo han caracterizado en estampitas promocionales como San Martín, Rosas, Sarmiento y ahora como Napoleón, aunque recién esté haciendo el curso de la materia “calle” en política, Y ya se sabe que en este rubro suelen triunfar los demonios. Mientras tanto, gran parte de la sociedad que sabe que el camino es el correcto, sigue mirando estupefacta algunos peces de colores que le vende el relato.