“No es casual el ataque a las ciencias sociales, porque son las que desarman argumentos”
La editorial universitaria publicó “Aguada”, una tesis de licenciatura que demoró más de 30 años en ver la luz. Su autora, Alejandra Korstanje, explica por qué es valioso este libro, y habla de la actualidad de la ciencia en el país.
Perseverancia y sueño cumplido. Mucho de eso hay en la publicación de “Aguada”, nacido como tesis de licenciatura a fines de los 80 y concretado hoy en forma de libro ilustrado, una de las primeras novedades que ofrece este año la Editorial de la Universidad Nacional de Tucumán. Para Alejandra Korstanje esta historia es circular: el volumen ve la luz al cabo de más de 34 años y en coincidencia con su jubilación. Por eso la emoción con la que habla de este momento y de mucho más; en especial, de los embates a los que se ve sometida la ciencia argentina. “Aguada”, precisamente, es fruto de una investigación primigenia en el Instituto de Arqueología de la UNT. Ciencia en estado puro.
- ¿Por qué crees que es importante la edición de esta tesis, tantos años después de su elaboración?
- Es llamativo que se publique una tesis de licenciatura después de tantos años, pero tiene varios condimentos que hacen valiosa su presentación en formato libro. Fue la primera tesis de arqueología del Instituto de Arqueología y la dirigió Víctor Núñez Regueiro, que fue un investigador muy importante para Tucumán. Él creó la carrera de Arqueología -en la UNT-, reorganizó el instituto y yo fui su primera becaria. Al tema lo eligió un poco él; pensó que era valioso trabajar con la colección Paz Posse (muy conocida en la provincia, está depositada en el Instituto de Arqueología y Museo de la Facultad de Ciencias Naturales). A Núñez Regueiro le parecía que era relevante que alguien empezara a seguir los rastros de esas iconografías de Aguada, un momento dentro de los estudios prehispánicos que van más o menos del 500 años antes de Cristo a 500 años después de Cristo.
- ¿Cómo fue aquel proceso?
- Tomamos esa colección y dijimos: ‘bueno, vamos a estudiar esto’. Pero además es un trabajo hecho con los métodos de aquel entonces, o sea que dibujé piezas y fragmentos, con plumín, después con rotring, con lápiz, midiendo. Las computadoras no existían, hasta la fotografía era muy cara. Todo es un trabajo artesanal y hubo que aprenderlo.
- ¿Cómo resultó aquella vinculación con un director tan prestigioso?
- Yo era estudiante de Historia y me apasionaba, pero no sabía dibujar. Entonces tuve ese director que se sentó a mi lado a enseñarme los primeros pasos para hacer lo que fueron las sombras, los volúmenes, todo eso. Víctor acababa de volver del exilio, había sido un investigador brillante antes de irse, entonces accedí a bibliografía que no había en la carrera de Historia. Tuve acceso a otros materiales y a una mirada un poco más moderna de la arqueología.
- ¿Cómo culminó esa pequeña historia?
- Terminé la tesis en medio de un paro universitario muy grande y tenía que recibirme sí o sí, porque el día siguiente entraba con la beca del Conicet. No podía esperar ni un día más, así que me tomaron el examen a escondidas. No tengo fotos, no fue mi familia, nada, y fue con muchas felicitaciones, porque la verdad es que era una linda tesis.
- ¿Te acordás del tribunal?
- Claro, estaban Núñez Regueiro, la profesora Barassa de Font y Jorgelina García Azcárate. Me tocó rendir en el viejo Instituto de Arqueología, que también es parte de la anécdota. Quedaba en San Martín al 900, un edificio de la universidad que hoy está abandonado. Ahí estaban todas las colecciones, en estanterías de madera, a la vista, llenas de polvo, a veces una vasija dentro de otra; era un estado de deterioro muy grande. Con la llegada de Núñez Regueiro y de Marta Tartusi, su mujer, se empezó a re-registrar todo eso. Yo entré en ese momento y les ayudaba a organizar las cosas.
- ¿Qué pasó con la edición del libro?
- Intenté hacerlo muchas veces, de hecho tengo un certificado que dice que estaba en prensa (en 1990), pero no sucedió. Para mí era importante publicarlo porque es un compromiso con la educación pública que yo defiendo, la Universidad de Tucumán que me abrió las puertas y en la que estudié gratuitamente con muy buenos profesores en la Facultad de Filosofía y Letras. Estudié Historia, como te digo, porque no existía la carrera de Arqueología en ese entonces. Y también había un creciente compromiso con los pueblos originarios, que no estaba marcado con tanta claridad como hoy, pero con los cuales empezábamos a relacionarnos.
- Por ejemplo, ¿de qué manera?
- Hay otro valor de la tesis. Como son dibujos de la iconografía antigua tenía muchos pedidos de los artesanos, ellos sabían que yo había dibujado todo eso. Ellos lo replicaban y era un negocio, por supuesto, pero con respeto hacia lo originario, que era incipiente en ese momento. No se trataba solamente de poner una figura bonita, era una reconstrucción identitaria del Noroeste.
- ¿Cómó tomó forma este volumen que publica Edunt?
- Busqué a una colega, Inés Gordillo, que hace un aggiornamiento de la parte arqueológica. Es la especialista en Aguada y escribió un capítulo de este libro con información actualizada. Ahí cambió un poco el panorama. Con el tiempo volví a Edunt, cuando la dirigía Rossana Nofal y se entusiasmó, pero justo vino la pandemia. Finalmente salió y se lo agradezco enormemente a Soledad Martínez Zuccardi (actual directora de la editorial). Susana Alonso, que vive en Barcelona y es amiga mía, hizo el diseño del libro, que es muy cuidado, muy hermoso.
- Veamos un poco de divulgación. ¿Qué es Aguada?
- Hoy no hablamos de Cultura Aguada, sino de un periodo determinado donde hay ciertas características, que son más o menos mil años. En el momento en que escribí la tesis era considerada una cultura prehispánica, definida así por Rex González, que fue un arqueólogo muy famoso, y que incluía una cerámica muy especial, diferente a las demás. No sabemos cómo se llamaba esta gente a sí misma, está muy lejos de la llegada de los españoles, no ha perdurado.
- ¿Qué sabemos de ellos?
- Básicamente, el centro de Aguada es el Valle de Ambato, en Catamarca, pero hay Aguada en distintos lugares, por ejemplo en los Valles, aunque no llega hasta Jujuy. Hay un lugar que se llama Iglesia de los Indios, un sitio arqueológico con pirámides, con rampas, único en la región. La historia prehispánica argentina está planteada en distintas etapas: los primeros cazadores, después los agricultores iniciales, que es el periodo en el que me especializo ahora, y este momento intermedio de Aguada, cuando empiezan a notarse jerarquías desde el punto de vista del poder. Está muy asociada una ritualidad relacionada con el felino, toda la iconografía está muy relacionada con ese animal. Se piensa que tiene que ver con el momento de transformación del chamán en este ser uturunco o felino. Por eso ha sido muy atractiva esta cerámica, preciosa en calidad y en iconografía.
- ¿Qué sentiste al encontrarte con la tesis impresa?
- Fue una emoción muy grande. Fijate que el mismo día que me dijeron que el libro había salido de imprenta, me avisaron que me había jubilado. Fue como un círculo. En fin, esta es mi vida, esta es mi carrera, empecé con arqueología y estoy terminando también como arqueóloga, una profesión que me encanta. Y me emociona ver que a esa colección que estudié, en muy malas condiciones en aquel momento, hoy es un lujo cómo la podemos mostrar.
- Esto habla de un cambio de época también...
- Siempre se puede mejorar, todas las cosas necesitan mucho trabajo, la conservación es muy difícil, no muy valorada generalmente por las instituciones. No se dan cuenta hasta que no se está rompiendo del todo, y ya es tarde. Pero el Instituto de Arqueología y Museo, del que fui directora dos veces, es una institución que quiero mucho y donde enseño, y ha mejorado muchísimo. Por eso, además de la presentación tradicional del libro (el miércoles a las 19, en el Munt) vamos a contar la historia de las colecciones.
- Desde hace décadas te dedicás a la investigación científica. ¿Cómo vivís este momento de cuestionamiento al Conicet?
- El primero que tiene que verlo es el Gobierno, hay como una una cosa premeditada. Estamos con uno de los índices más altos de ciencia de Latinoamérica; Conicet es un orgullo para la Argentina. He viajado muchísimo, tuve becas en el exterior, conozco el sistema científico en el mundo. Estuve en China, en África, y siempre vuelvo emocionada por lo que podemos hacer nosotros, de los resultados que tenemos, incluso en ciencias sociales, que por supuesto han sido las más denostadas.
- ¿Y entonces?
- Lo que mostramos no llega a los medios, no se divulga con la misma fuerza. Entonces, sigue quedando la imagen de que esto es un lugar de la administración pública donde nadie hace nada. Y justamente es todo lo contrario. Es uno de los lugares más virtuosos del Estado; la gente entra por concursos, que son muy difíciles. Hacemos una carrera muy cuidada, muy controlada. No sé, la verdad es que no puedo entenderlo. También creo que tiene que ver con un ataque mundial a la ciencia; se está planteando que la ciencia no tiene lugar, entonces el conocimiento racional no tiene lugar. Hay mucho de lo irracional, de lo impulsivo, de lo emotivo. Así la ciencia pasa a ser enemiga porque contrasta eso y te dice: ‘bueno, mostrame cómo, por qué estás diciendo esto’. Pero al final vale más un meme que una buena investigación.
- Te desempeñaste en el Instituto Superior de Estudios Sociales, al que llegaste a dirigir. ¿Por qué tantos golpes contra las ciencias sociales?
- No es casual, porque justamente las ciencias sociales son las que confrontan, las que interpelan, las que desarman argumentos. Creo que son maravillosas las ciencias sociales en Argentina, impresionantes los trabajos y la gente que hay.
- Te jubilaste al cabo de 30 años en la universidad. ¿Cuál es tu mirada de la institución?
- Ahí voy a ser menos entusiasta, porque no la veo bien. Pero no es de ahora, no tiene que ver con una gestión en particular, sino con algo que se instaló en algún momento, cuando la institución académica se convirtió en un campo político. Y no tengo nada en contra de la política, ¿eh?, soy una militante. Pero no en la forma que se da en la UNT. Yo entré en el 83 a una universidad que venía de la dictadura, así que hubo que recomponer mucho y la democracia fue una herramienta importante para esa modificación. No quiero decir que no haya cosas positivas: hay recursos humanos maravillosos, la asociación con Conicet es muy importante, los cargos se concursan, hay una perspectiva de género y de inclusión; está el trabajo con comunidades indígenas y el llevar la universidad a distintos lugares de la provincia. Pero en la mirada general tengo que reiterar que no la veo bien.
PERFIL
› M. ALEJANDRA KORSTANJE
Fue la primera estudiante de grado que hizo una tesis de arqueología desde la reforma del Instituto de Arqueología de la UNT. Es profesora asociada en la Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo (UNT). Fue directora del Instituto Superior de Estudios Sociales (Conicet-UNT); directora del Instituto de Arqueología y Museo de la UNT (2005-2009 y 2018-2020); y presidenta de la Fundación Tiempos (2012-2023). Es coordinadora académica del Museo Rural Comunitario en Barranca Larga (Catamarca).