Un sifón y un restaurante, Mastantuono y el “Colo” Barco

Un sifón y un restaurante, Mastantuono y el “Colo” Barco

11 Marzo 2024

Ricardo Rubén Romero

El sifón

Sin entrar en el tema de que la Inteligencia Artificial va a cambiar muchas cosas y solucionar muchos problemas, el hombre lo fue haciendo ya. Dos ejemplos pueden ser ilustrativos. A fines de los años setenta solo había sifones de vidrio; llenaban de burbujas el agua, y con el  líquido carbonatado se podía tomar un rico vino con soda o un refresco de granadina. La presión del gas, hacía surgir un grave problema cuando un sifón de vidrio lleno caía al suelo y desparramaba trozos de vidrio con una fuerza tal de poder penetrar la piel y romper una arteria importante.

Con la llegada del plástico pasaron dos cosas: 1) el vidrio se cubrió de una malla protectora que se usa hasta hoy y; 2) se reemplazó el peligroso sifón de vidrio por un inofensivo sifón de plástico.

Problema resuelto por el creativo hombre que sigue tomando soda. Una solución no influenciada por una ideología sino por el bienestar y seguridad de las personas humanas. El tema del sifón de soda no tiene inserta una ideología en su cambio de material de construcción.

El restaurante

Hacia finales de los setenta, las ciudades del interior de la Argentina eran visitadas por ejércitos de viajantes de comercio que tenían la misión de levantar pedidos para sus casas matrices ubicadas en Buenos Aires (CABA o Provincia), Santa Fe o Córdoba. Los hoteles y restaurantes tenían muy buena ocupación de lunes a jueves con estos hombres de venta.

Un mundo sin internet, sin videoconferencias, con líneas telefónicas difíciles de conseguir, cuando no imposibles; se nutría de los viajantes de comercio para recibir novedades, percibir tendencias y otras cuestiones que a la juventud de hoy le resultaría imposible de comprender.

En un restaurante del centro de Salta, con una considerable cantidad de mesas, luego de la privatización de la telefonía, la aparición del fax y otras formas de comunicación, comenzaron a escasear los clientes viajantes de comercio, el avance de la televisión produjo una mejoría notable en la forma de publicitar los productos de una manera eficiente y eficaz. No se llenaban las mesas de lunes a jueves, pero todavía quedaban las familias que sí las llenaban los fines de semana.

Pero eso terminó cuando se construyó una peatonal frente al restaurante y este perdió esa clientela por dificultad en el estacionamiento. El asesor que se contrató para buscar una solución al problema dio a la familia propietaria del restaurante, la idea de cambiar el rubro, argumentó que el modelo de negocios del servicio comer a la carta en el centro de la ciudad sin tener comodidad para estacionar, llevaba a las familias a elegir lugares accesibles con comidas distintas más parecidas a la comida chatarra; los platos elaborados habían llegado a su fin.

Cada vez que el asesor hablaba, la familia propietaria del prestigioso restaurante le respondía que “acá nada debe cambiar”, para caer seguidamente en el recuerdo del fundador, de la memoria de las primeras épocas, de la tradición, de las buenas épocas y de que “acá nada debe cambiar”.

Con el tiempo, no solo cerraron el restaurante sino que quedaron llenos de deudas, juicios y bienes personales rematados. Fue la consecuencia de cerrarse en sostener una ideología sobre algo que parecía vivo, pero que ya se le sentía el olor a muerto.

La historia de este restaurante, basada en hechos reales, podría completarse con un modelo de negocios que funciona en muchas ciudades desde hace años: las pizzerías. A no más de cuatro cuadras del restaurante que inspira esta historia, en un mercado de frutas y verduras, una pizzería llena sus mesas todos los días, casi a toda hora. También se rechazó la idea de convertir al inviable restaurante en una gran pizzería. El problema no es la actitud negativa hacia cualquier cambio, sino el convencimiento de que la idea de seguir con la vieja metodología es lo más conveniente, solo por un pensamiento ideológico sin fundamentos lógicos.

Allí radica el problema; pizzería no podía ser porque en el santuario de la buena comida nunca se serviría eso. Este relato trae a la mente imágenes actuales de una Argentina donde hay muchos dirigentes políticos que siguen esperando a los viajantes de comercio y a las familias de los domingos. En el típico caso de una ideología insana que mata un gran negocio.

Mastantuono y Barco

En el plantel de la selección argentina que ganó el mundial, solo había un jugador que se desempeñaba en un equipo de nuestro país. Ocurre que aún siendo adolescentes, los equipos europeos o de otros continentes, se llevan nuestros mejores jugadores. Franco Mastantuono y Sebastián Barco ya están preparando las valijas. ¿Por qué se van a ir?,

Porque somos pobres, un país de pobres, con sponsors pobres. Los que se llevaron a Mastantuono, a Barco y al resto, son los que pusieron la pizzería, la sandwichería, los que inventaron las grandes cadenas de locales de comida; los que entendieron que el sifón de vidrio te puede matar y lo cambiaron por el de plástico. No podemos pagar el costo que deberían tener las entradas para ver los partidos para conservar a nuestros cracks, somos pobres. Tenemos empresas pobres que no sponsorean a nuestros clubes, porque en un país de pobres no tienen retorno de sus inversiones, como sí tienen las empresas que invierten en publicidad en clubes europeos y otros lugares.

Somos un país que tiene una familia de dirigentes políticos que nos trae a la mente a la familia gastronómica del relato. Nos hace falta un cambio que nos lleve a aprender a triunfar y erradique la idea de que nunca sabremos que hacer para lograrlo. ¿Qué nos aconsejaría la Inteligencia Artificial? Es probable que los argentinos logremos que la IA tenga en nuestro país pobre, su primer fracaso.

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