Cuando Delfina se siente ansiosa el cuerpo no le responde
Delfina es una de las 256 jóvenes de Tucumán que respondieron la encuesta realizada por LA GACETA sobre qué lleva a los tucumanos de entre 18 y 30 años al psicólogo. “Pensaba en las pruebas y me largaba a llorar. Pasaba días en la cama hasta llegar a no presentarme al examen”, relata acerca de su caso de ansiedad.
Delfina es una tucumana veinteañera que se sintió ansiosa toda la vida, aunque antes no sabía reconocerlo. Hubo un episodio revelador. Un día de examen oral en el Instituto, ya en la etapa pospandemia, se sentó y no pudo pararse. Su profesor le pidió que se levantara, pero el cuerpo no reaccionaba: se paralizó, pese a que su cabeza volaba. “Le ordenaba a mi cuerpo que se moviera, pero no me respondía. Sentía que no estaba en mí misma; me dio miedo y comencé a llorar sin poder calmarme”, describe. Delfina no se llama realmente así: es el nombre que se usará para contar su historia de ansiedad.
Después de lo sucedido, Delfina decidió buscar ayuda psicológica. “Me cuesta hablar con las personas, no tengo confianza con todo el mundo”, refiere como primera dificultad en su búsqueda. Comenta que le costaba abrirse incluso con gente cercana. Ella relata que, cuando se juntaba con amigos, su mente pensaba permanentemente lo que deseaba decir, pero no le salían los sonidos. “Al final, era como un fantasma”, explica con preocupación.
Delfina es una de las 256 personas encuestadas, dejó su contacto y, por ese motivo, fue convocada a seguir la conversación. Delfina asistió a un colegio privado de San Miguel de Tucumán: recuerda haber visitado la Redacción de LA GACETA para hacer un trabajo práctico, anécdota que cuenta con una sonrisa cálida. Estudió algunos años en la Universidad Nacional de Tucumán, pero, luego de una serie de crisis, decidió cambiarse a una institución terciaria.
Delfina evaluó que si su psicóloga no era de Tucumán, sería más sencillo hablar. Si estaban lejos físicamente, no podrían cruzarse nunca por la calle: esta idea la aliviaba. En la plataforma TuTerapia encontró la respuesta. Entró; marcó lo que más o menos imaginaba para su terapia, y la página le sugirió una psicóloga de Buenos Aires. Resueltas las dificultades, inició el tratamiento. Detalla que sigue trabajando sus malestares con la misma profesional con la que comenzó. Fue un buen “match”.
Perros y sobrinos
Una vez que Delfina pudo verbalizar lo que le estaba sucediendo, su psicóloga enunció la devolución que aquella necesitaba. “Me explicó que todos los síntomas que tenía corresponden al trastorno de ansiedad”, refiere. Ella se había sentido mal en clases. “Pasar de un aula de 40 estudiantes a una de 100 o más fue mucho”, analiza sobre experiencia en la universidad pública. Pero también se había visto desafiada por una pérdida afectiva. “En este momento murió mi abuela”, agrega. Luego tuvo que decirle a su mamá que iba a cambiarse de carrera. “A ella tampoco le gustaba lo que yo estaba estudiando, pero yo sabía que, si le decía que iba a dejar, ella me preguntaría qué quería hacer. Eso me daba miedo”, rememora.
Delfina ya sabe lo que quiere y lo que le gusta. Tras definir qué quería estudiar, conoció el miedo de rendir y de desaprobar. “Fue un gran shock para mí”, admite. Después de eso, no rindió exámenes durante un año entero. “Pensaba en las pruebas y me largaba a llorar. Pasaba días en la cama hasta llegar a no presentarme al examen”, relata. Con su psicóloga probaron diferentes métodos hasta que el temor desapareció. Ella dice que aprendió que no pasa nada si las cosas no salen como lo desea. Resume: “me costó mucho, pero acepté que no puedo controlarlo todo. No soy perfecta ni tengo que serlo”.
Cómoda y firme en su silla, la joven tucumana comparte las herramientas que adquirió para frenar la ansiedad. “A mí me da miedo la noche. No la oscuridad, sino la soledad con mis pensamientos. Siempre veo videos con ruido blanco, como el mar o la lluvia. Eso me calma. Hay una serie en Netflix llamada Mindfulness que también me ayuda”, dice con una sonrisa. La escritura colabora. “El ejercicio de escribir sobre lo que me pasaba me ayudó a entenderlo”, revela como recurso útil.
Delfina descubrió que estar sola la ponía mal, pero le resultaba difícil resolverlo porque vivía con su mamá y ella debía salir a trabajar. Dos perros la ayudaron a salir adelante. “Ahora me levanto sabiendo que están ellos.Tengo que pensar cómo cuidar sus vidas y eso me hace pensar también en cómo cuidar la mía”, razona. “También tengo sobrinitos. Yo quiero estar para ellos y verlos crecer. Ahora sueño con una casa grande, con habitaciones para mis sobrinitos y perritos”, cuenta con la mirada brillosa.
Inequívoca, Delfina avanza. Cree que sus crisis no van a cesar por completo, pero hoy dispone de recursos para atravesarlas de otra manera. “Sé que me van a suceder, pero ya no con la intensidad de antes. Cuando siento que me voy a morir, sé que es la ansiedad. El malestar dura unas horas y después me recupero. Hoy sé que voy a estar bien”, declara con una confianza contagiosa.