El fútbol argentino parece desdoblado en un par de vidas que corren paralelas, sin rozarse. Como si se tratase de dos planetas conviviendo en la misma galaxia, pero alineados en distintos sistemas solares. Por un lado refulge el equipo campeón del mundo, el de la Selección embanderada detrás de Messi que tanta alegría proporciona. En contrapartida, la competencia doméstica viaja de crisis en crisis, atada al descrédito y a los escándalos. Los episodios de los últimos días, proyectados desde lo deportivo hacia la crónica policial, subrayan lo profundo de esta caída. Es que pasan demasiadas cosas y al mismo tiempo:
- La violencia se cierne sobre Atlético Tucumán a caballo de los malos resultados. Primero fueron las amenazas al presidente de club, Mario Leito; se sumó la noche del miércoles, tras la derrota del equipo a manos de Banfield, un cóctel virulento a la salida del estadio que motivó la represión a puro balazo de goma. Se viven horas de extrema tensión en lo institucional.
- El cuestionable arbitraje de Pablo Dóvalo en el partido Barracas Central-Independiente (2 a 2) hizo explotar a Carlos Tevez, al punto de que trató de ladrón al juez durante la conferencia de prensa posterior al juego. La escalada está lejos de culminar. Dóvalo y el cuerpo colegiado de árbitros promueven una causa judicial contra Tevez, con el respaldo de Pablo Toviggino, tesorero y uno de los “hombres fuertes” de la AFA. Los intercambios en redes sociales entre Tevez, Toviggino y un grupo de satélites que orbitan en torno a los protagonistas son de una bajeza inusitada.
- La Selección tenía programados este mes dos partidos amistosos en China, en el marco de una “fecha FIFA”. Esto implica que los clubes ceden a los jugadores para estos partidos; en otras palabras, el fabuloso “cachet Messi” con el que se alimenta la AFA parecía asegurado. Pero esta minigira se canceló y en su lugar aparecieron partidos de emergencia en Estados Unidos. ¿Qué pasó en el medio?
- La denuncia radicada por una mujer contra cuatro jugadores de Vélez Sarsfield por abuso sexual explotó ayer, con esquirlas que se trasladaron desde Tucumán a la prensa internacional. No es la primera vez que futbolistas de Primera división de ese club quedan envueltos en esta clase de situación. El episodio narrado por la denunciante se habría desarrollado pasada la medianoche, en el pospartido de Atlético-Vélez, y en la habitación que ocupaba uno de los acusados en el hotel Hilton.
Este compendio de noticias, que a simple vista no guardan conexión, habita bajo un paraguas común: el de un fútbol prestigiado fronteras afuera y visiblemente desprestigiado por las miserias que va generando semana a semana. Lo llamativo es que se trata de la misma AFA, tan capaz de elaborar políticas virtuosas cuando de las selecciones se trata, como de cometer desaguisado tras desaguisado en el plano local.
Hay un entramado demasiado poderoso en lo que concierne al fútbol como espectáculo, como negocio y como factor de poder en la Argentina; tan poderoso que los intereses se mezclan, se confunden y todo queda bajo sospecha. La violencia está a la vista, el caos hace tiempo dejó de ser una sensación. Messi y los suyos habitan una isla feliz; el resto está ahogándose en el medio del océano.