El presidente, Javier Milei, volvió a endurecer su discurso contra la política tradicional; incluso calificó como “nido de ratas” al Congreso. Lo hizo justo antes de concurrir allí para pronunciar su discurso del 1 de marzo. ¿Lo hará otra vez de espaldas a “la casta”? Analistas tucumanos evalúan los pro y las contras de esta manera de gestionar del jefe de Estado. La efectividad de la confrontación frente a la falta de resultados concretos
Respaldo popular y escudo
Por Alexandra Morales
Politóloga-consultora Meraki
“La casta” no es un término nuevo ni que surgió con Javier Milei, es un concepto que hemos visto fluctuar de Europa a Latinoamérica, y ser utilizada tanto por personas que se ubicaban a la izquierda (Podemos en España en la crisis de 2008) o en la derecha con la actual presidenta Melonia, con un discurso anti inmigración.
En Argentina, nuestro presidente identificado como un outsider anarco capitalista libertario que está por fuera de la casta política, se apropió del término y lo insertó en una sociedad fuertemente fragmentada, rompiendo con la vieja polarización kirchnerismo versus antikirchnerismo, reforzada a partir de “La grieta”.
Uno de los primeros interrogantes suele ser ¿Por qué es necesario en la política confrontar fuertemente con el otro? Porque demostrando todo lo que nos separa y nos diferencia se consigue generar una nueva identificación sobre lo que yo represento en diferenciación al otro de mí. Tomando la teoría de Laclau, se centraba en la “lógica del amigo/enemigo” en la política, donde se construyen nuevas identidades a través de la diferenciación con “el otro”. Para Laclau esto se debía a que la política no se limita a la racionalidad de intereses, sino que implica la movilización de emociones. Y cuando se conecta con esas emociones positivas o negativas el trabajo está hecho.
Y sobre el concepto de “La casta” Milei, construyó una nueva identidad, en una sociedad exhausta, enojada con una política sumamente fragmentada donde “La casta política” se enmarco en el conjunto de políticos que llevaron a la argentina a la decadencia, aquellos que viven de los privilegios de la política y que no permiten que el país y su sociedad se recupere. Consignas e ideas que fuertemente conectaron con el justificado enojo de los argentinos
Potestad de decidir
Además, al haberse apropiado del término, Milei obtuvo la potestad de decidir también quién queda dentro de la casta y quién no. “Todos aquellos que abrazan las ideas liberales son bienvenidos” lo dijo en campaña y lo sigue sosteniendo en su gobierno. De la misma forma que todos que no lo acompañen o quieren limitarlo son “La Casta” protegiendo sus privilegios. Frases utilizadas recientemente, que buscan continuar con su línea narrativa de campaña aunque el lugar que hoy representa ya no es el de candidato.
Y esto tiene que ver, con que la construcción negativa de “La Casta” también fue alrededor del estado. Es por medio del estado que se adquieren y sostienen esos privilegios, e incluso se decide a quién beneficiar y a quien perjudicar desde el estado. Por lo que en su narrativa la destrucción del estado es inevitable y necesaria para acabar con la casta privilegiada aunque él sea quien lo conforme actualmente.
Y a partir de estos fundamentos es cuando vemos a un Milei atrapado en una retórica que mientras le sirve de escudo protector frente a un gran número de problemas que afecta a la ciudadanía como la inflación, desempleo y corrupción también lo aleja cada vez más de los acuerdos políticos necesarios para gobernar y llevar adelante transformaciones necesarias.
Considerando su patrón de comunicación y comportamiento hasta el momento, es probable que el 1 de marzo, Milei refuerce la idea de que la casta política sigue siendo responsable de los problemas preexistentes y los que puedan surgir en el futuro, incluyendo al Congreso como parte integral de esa casta política. Podría incluso ir más allá, afirmando que el Congreso alberga a aquellos que solo buscan sostener sus privilegios.
Desde que asumió la presidencia, Milei ha fundamentado sus decisiones en dos pilares teóricos clave. Uno es el apoyo ciudadano, respaldado por el 56% de los votos, lo que constituye la legitimidad de origen basada en el respaldo popular. El otro es la legitimidad de ejercicio, que se consolida positiva o negativamente según los resultados de su gestión. Aquí es donde, nuevamente, la figura de “La casta política” entra en juego, ya que Milei puede seguir utilizando este recurso para destacar las limitaciones impuestas por esta casta.
Falta de resultados
De esta forma, él seguirá reforzando la idea de confrontación para reafirmar su propia identificación y la falta de resultados en el corto plazo. Y esto llevará a que necesite seguir apelando a una comunicación que refuerce estas ideas desde lo simbólico. Como lo fue su primer discurso inaugural de espaldas al Congreso que podría repetirse.
Por otro lado, en caso de que se vea obligado a hacerlo dentro del recinto por el protocolo debemos esperar de él un recurso simbólico potente que sea igual de efectivo para terminar dirigiéndose al pueblo, y crear situaciones, en donde evidencie -con un discurso agresivo y directo- fiel a su estilo que la casta está ahí sentada y es esa casta la que detiene el progreso de todos.
Milei continuará promoviendo una narrativa que señala a los actores políticos tradicionales como responsables, estrategia que le brinda una prolongada aceptación y paciencia por parte de la ciudadanía mientras cuestiona la legitimidad del ejercicio político. Su respaldo popular emerge como su principal escudo y fortaleza, lo que convierte cada acto destacable o evento institucional en una oportunidad para reforzar ese vínculo mediante un enfoque confrontativo y, en ocasiones, beligerante. Esto se mantendrá, al menos, hasta que las condiciones económicas permitan una disminución en los niveles de confrontación, respaldada por evidencias de mejoras que refuercen su posición.
Columnista diagnosticador
Por Gabriel Garat
Politólogo
Creo que el Gobierno afronta un duro desafío político, porque hay una gran distancia entre su diagnóstico del momento, presentado en campaña y sostenido hasta el día de hoy como principal discurso para explicar el presente, y la verdadera posibilidad de realización de su utopía libertaria, que debe necesariamente transformarse en acciones de gobierno.
A medida que el panorama económico y político se complica, desde el oficialismo comienzan a surgir las apelaciones a los fenómenos identitarios, ya no solo como una herramienta comunicacional o de construcción de discurso, sino como acciones políticas en sí mismas. En las últimas semanas, diputados oficialistas enviaron un proyecto para derogar la IVE, el Presidente visitó en son de paz al Papa al que tildó como “el maligno” y también al Muro de los lamentos. Al mismo tiempo, aumentó fuertemente el nivel de confrontación y agresividad discursiva hacia figuras públicas populares como Lali Espósito, y tildó de delincuentes a muchos actores de la política que mostraron clara vocación de dialogar para posibilitar las reformas propuestas por su gobierno.
La inflexibilidad discursiva de Milei, y su manteniendo el mismo estilo confrontativo que durante la campaña electoral, lejos de ser una ventaja comparativa , en este momento representa un parteaguas, profundizando la dicotomía fuerzas del cielo vs la casta que no quiere el cambio. Y si bien esto le sirve para distraer a la conversación pública de los datos de inflación y del fracaso por la Ley Ómnibus, ayudandole a ganar tiempo mientras espera los dólares del campo que traerían alivio económico, lo que necesita el gobierno en este momento es tender puentes, tanto para con la política como hacia la sociedad que está afrontando la crisis, para legitimar las reformas que propone.
Esta mencionada inflexibilidad es lo que provoca que Milei no haya podido contagiar a muchos de los ciudadanos que lo votaron y que hoy no la están pasando bien, un sentimiento positivo que dé respuesta al porqué yo tengo que aguantar esto, una certeza acerca de a dónde nos lleva este presente. Su gran mérito durante la campaña presidencial, fue generar identificación con una gran masa de votantes que se sentía excluida de la oferta electoral, y del accionar del Estado en general. La libertad Avanza pudo definir y explicar el que pasó, pudo ilustrar el que pasará si siguen los mismos, pudo generar un vínculo empático con una porción mayoritaria de la sociedad que la estaba pasando mal. Para Milei, el diagnóstico del mal presente económico es evidente, por lo que no hay motivo alguno para oponerse, y mucho menos para que la sociedad no apoye las medidas que se toman para solucionar la crisis actual.
Por eso, así como Milei puede equivocarse si pretende saltearse al sistema y anular la política porque no coincide con sus ideales libertarios, no puede ignorar que el apoyo de la población hacia su imagen depende de las medidas que tome su gobierno, en pos de conseguir el éxito de las propuestas votadas las elecciones presidenciales.
Creyendo que su base de apoyo es el 56% del balotaje, y que ese apoyo es constante y uniformemente intenso, el gobierno no presenta una vocación firme por dirigir su comunicación hacia empatizar con el mal momento que pasa la gente.
Esta semana, ante una pregunta sobre “¿Cuánto puede aguantar la gente?” el proceso inflacionario y recesivo que atraviesa el país, Milei respondió con otra pregunta : “¿Cuál es la alternativa?”. En un debate, en una campaña, se permite una repregunta, una chicana twittera. Pero ese margen, en el gobierno, no lo tenés: la gente necesita respuestas. Y el diagnóstico técnico, racional, calculador, que sustenta el plan económico implementado, no es suficiente.
La confianza ciega de Milei en su diagnóstico económico no puede escindirse de la realidad: mientras espera los dólares para la estabilidad económica y la posible dolarización, hay argentinos que confían en su presidente y que lo votaron para terminar con la inflación, la pobreza, la inseguridad, y de paso con la casta, que son los culpables. La necesidad de una mejora en la calidad de vida es tan grande, que las expectativas de la gente no parecen satisfacerse con las explicaciones brindadas hasta el momento, y por eso algunas encuestas comienzan a mostrar una ligera merma en el apoyo a las medidas económicas. La figura de Milei, no obstante, no pierde su halo de gracia y su aceptabilidad general tan fácilmente, por lo que aún está a tiempo de cambiar su chip de columnista diagnosticador, hacia un presidente que puede entender, explicar, contagiar y finalmente, liderar.
De espaldas y tensión federal
Por Javier Ghío
Licenciado en ciencia política
Gobernar implica consensos, escuchar a quienes son mis adversarios y resolver problemas sabiendo que las necesidades son infinitas y los recursos escasos. La construcción de la gobernabilidad es un proceso de toma de decisiones que implica una compleja ingeniería de consultas y proyecciones.
La práctica cotidiana de la gestión de gobierno tiene momentos de tensión (elecciones), y momentos de distensión y construcción para tramitar las necesidades y los recursos del Estado. Para llevar adelante esas prácticas, la elección del sistema de gobierno en Occidente fue la democracia liberal. Sin embargo, con los cambios de paradigmas sociales y económicos, la democracia liberal representativa fue mutando.
En Latinoamérica Guillermo O´Donnell sostenía que el modelo era la Democracia Delegativa. Este modelo tiene elementos de los autoritarismos precedentes y una profunda debilidad en la rendición de cuentas y en el control. Este modelo no tiene ideología, lo utilizaron tanto gobiernos identificados con la izquierda como la derecha, pro mercado y pro estado, progresistas y conservadores.
Las Democracias Delegativas surgen a partir de una crisis preexistente y fomenta el surgimiento de un líder que se considera el único capaz de resolver esa crisis. Es el único que sabe cuál es el camino de salida y para ello debe tener las herramientas para poder resolver la situación. Las instituciones tradicionales de la República son en parte responsables de la situación caótica y por lo tanto son tan responsables como quienes forman parte de ellas y quienes las dirigieron, por ello son prescindibles o incluso enemigas del proceso de restauración del bienestar popular.
El líder delegativo gobierna solo para sus adeptos. Si le va bien se convierte en el salvador de la Patria, si fracasa no hay alternativas ni para él, ni para sus adeptos, ni para el pueblo que gobierna.
La actualidad del Ejecutivo nacional en su relación con los otros Poderes y los Gobernadores, nos llevan a pensar que se ajusta al modelo de Democracia Delegativa y por lo tanto es necesario pensar las mejores herramientas para que el gobierno tenga planes y programas alternativos y toda la responsabilidad no caiga en una sola persona generando un hiperpresidencialismo no deseado. El control de gestión y la rendición de cuentas de los actos de gobierno deben ser lo normal y no algo extraordinario. La responsabilidad de sostener las buenas prácticas democráticas obtenidas a lo largo de estos 40 años en nuestro país, y de desechar las prácticas autoritarias que quedaron como resabios de los distintos golpes de Estado a lo largo del Siglo XX, no es incumbencia de un gobierno, ni de un partido. No es tampoco la bandera de una ideología o de un sector social, es la responsabilidad de todos los partidos políticos que aceptan las reglas de juego, de los empresarios, de los poderes del Estado, de los medios de comunicación, de los grupos de presión entre tantos otros actores. Construir una democracia plural y sólida es un proceso que no se da de un día para otro, a veces tiene avances y otras veces retrocesos, y es en esos retrocesos donde la demanda social e institucional debe aparecer para hacer escuchar su voz.
La construcción de consensos es una obligación para los gobiernos de turno, la toma de decisión sobre políticas de gobierno debe estar sustentada en la escucha permanente de las necesidades de todos los sectores y como decía John Rawls en su Teoría de la Justicia, las sociedades son naturalmente desiguales, pero quién gobierna debe procurar eliminar o disminuir las desigualdades que generan perjuicios a los menos favorecidos.
Por ello, es necesario el fortalecimiento de los poderes del Estado, del control y la interdependencia de poderes. Más consensos, negociaciones y transparencia en la gestión son la clave de un republicanismo que permita el crecimiento y el fortalecimiento de un sistema de gobierno con alternativas para la resolución de conflictos y resortes que cuiden al Estado de los gobiernos de turno.
Poderes como obstáculos
Por Luis Karamaneff
Doctor en ciencia política-magister en gestión política
La decisión del presidente de hablar, una vez más, a espaldas del Congreso, se inscribe en la construcción de su narrativa repetida sobre la casta. La que se construyó porque una parte considerable de los argentinos se hartó de las formas políticas tradicionales y apostó por el candidato que prometió terminar con el sistema. La casta que es sinónimo de Estado. Y, como Milei entiende, el Estado solo sirve para que los políticos corruptos e incompetentes estafen al pueblo. Esa misma narrativa que también supone una paradoja porque es el presidente el que decide quién forma parte de ella y quién no. Bullrich y Scioli, hasta ayer símbolos de lo que se debía desterrar, ahora se convierten en cruzados de la causa, por el sólo designio presidencial.
En su concepción de la democracia, los otros poderes son vistos como obstáculos que se interponen en el cumplimiento del mandato que el pueblo le ha otorgado exclusivamente a él. Aunque parece estar ganando esa batalla discursiva, Milei es un presidente débil. No tiene muchos recursos políticos ni institucionales. Cuenta con 38 diputados de un total de 257 y 7 senadores sobre 72. No tiene gobernadores ni intendentes propios. Acusa al resto de la dirigencia, incluso rechaza otros apoyos institucionales, y publica listas de traidores que, en simultáneo, lloran ante las cámaras pidiéndole que se deje ayudar. Sin embargo, sobre esa debilidad sostiene su fortaleza narrativa. Y esto porque con su virginidad política construye contra la supuesta fuente de todos los males de Argentina: la casta.
Montado en esta narrativa, no quiere terminar con la política, sino retroceder en el tiempo. Como todos los reaccionarios ve el ideal al que quiere dirigirse en el pasado. En su caso quiere revivir el siglo XIX. Con esta pretensión de resetear la sociedad, sobreactúa fortaleza de voluntad y apuesta a mantener y renovar el respaldo que obtuvo en las elecciones mediante una constante apelación a la opinión pública. En la búsqueda de este vínculo directo, apela a una fuerte personalización del poder y a un liderazgo que ocupa el centro de la escena política, manteniendo la iniciativa y los agites de outsider en campaña. El problema es que ese capital político además de estar muy condicionado a los resultados -en particular en materia de inflación y de ingresos-, acaba supeditando la estabilidad del gobierno a los vaivenes de su popularidad. Hoy, Milei solo tiene a su favor la opinión pública, que siempre es volátil y no alcanza para sostener proyectos de cambio. Así como hasta hace muy poco “El Estado te salva” era un dogma que no se discutía, cuando el superhéroe solitario no cumpla con los resultados esperados, habrá gente que vuelva a pedir por la casta. El péndulo argentino, otra vez en movimiento.