Las tribulaciones del verdadero periodismo

Las tribulaciones del verdadero periodismo

Por Juan Ángel Cabaleiro para LA GACETA

11 Febrero 2024

Alguien dijo una vez que los buenos periódicos son los que enojan a una tercera parte de sus lectores, con la condición de que esa tercera parte no sea siempre la misma. ¿En qué sentido? El precepto, desafiante y curioso, nos obliga a imaginar, primero, los modos y las formas de ese enojo; porque una cosa es la reacción visceral ante el cinismo, la mentira o la simple vacuidad de los argumentos, y otra muy distinta la incomodidad que surge al constatar que nuestras convicciones no son tan sólidas como pensábamos, que hay alguien al acecho para sembrar la duda y recordarnos las zonas grises del pensamiento o de la realidad que preferimos barrer con frecuencia bajo la alfombra. A esta última, imagino, se referirá el autor desconocido de la frase: una forma de incomodidad que nos enoja, en el fondo, con nosotros mismos, porque desnuda nuestras flaquezas y nos impone el esfuerzo de pensar o repensar los temas.

La frase nos obliga a suponer, también, que hay cierto tipo de lectores, los más idóneos, aquellos capaces de enojarse circunstancialmente con el medio sin sucumbir al impulso de abandonarlo. Lectores tolerantes por definición y predispuestos a desafiarse e inmolar ante el papel o la pantalla alguna que otra certeza. O descubrir y perdonarle al medio sus equivocaciones. Se conforma así un tal para cual que los relaciona productiva y enriquecedoramente.

Y hay, por contraste, un elemento denunciado en la misma frase: los medios y lectores que circulan por conductos ciegos de la realidad, no queriendo ver más que lo que satisface una oscura y viciosa pulsión: sentirse en todo momento confirmados, consumir una suerte de droga informativa que relaja y conforta, pero también adormece. Estos últimos son hoy una triste y perniciosa tendencia: medios de prensa que han ido desplazando como al descuido su legítima identidad ideológica y línea editorial hacia el seguidismo más o menos obsecuente de un determinado liderazgo político. Así, los medios, muchos, se han ido convirtiendo en la adormidera del pensamiento crítico, y sus consumidores en una pura receptividad conformista. ¿Desde cuándo? Supongo que en la era de las «redes sociales», entendidas en un sentido amplio, como redes que atrapan consumidores de una misma especie para formar comunidades virtuales de gustos y pensamientos afines. La humanidad segmentada para maximizar las estrategias de comercialización. Fue así que la realidad se convirtió en un variado jardín de senderos que se bifurcan, se contraponen, se rozan a veces, pero casi nunca se mezclan. Se puede circular por ellos sin contradicción ni enojo, recogiendo los frutos y las flores de nuestro privado paraíso, la realidad cada vez más virtual en la que vivimos.

Vuelvo a la frase del inicio y me pregunto si ese enojo de una tercera parte de los lectores, lejos de cualquier planificación o estrategia, no será consecuencia del liso y llano intento de hacer las cosas bien, honestamente, por parte de quienes escriben. Y si no pasa lo mismo con la vida individual de las personas, porque el hipócrita que dice siempre lo que otros quieren oír no tendrá dificultades en acumular adhesiones, pero quien anda por la vida diciendo crudamente la verdad, ofenderá a muchos y se ganará enemigos. Y me pregunto, por fin, si esta «regla del tercio enojado» podría valer de alguna manera más allá del periodismo: para el ejercicio del gobierno y de la docencia, para la literatura, para la amistad y para la vida, incluso.

PD: Sabato y Savater

Estas reflexiones me surgen por una noticia aparecida recientemente en España: que el filósofo Fernando Savater fue echado del diario El País, en el que colaboraba desde su fundación, en 1976. ¿Cuál fue la causa? Las duras críticas vertidas recientemente contra el diario fueron la gota que rebasó el vaso: según Savater, El País «pasó a convertirse en un risible epítome de la prensa al servicio de la política» y «se ha convertido en el portavoz del peor gobierno de la democracia». Pero había entre el escritor y el medio una disonancia creciente y de larga data, a mi juicio, el verdadero fundamento de su ostracismo. Savater, al igual que nuestro Ernesto Sabato en su momento y no muchos intelectuales más, cometió el único pecado imperdonable que rige en el ámbito de la cultura: condenar moralmente a la izquierda, denunciar sus barbaridades y estupideces. Ambos lo hicieron y fueron expulsados del paraíso mediático, descanonizados, condenados al olvido. No diré que fueron valientes ni enumeraré sus razones, para que nadie se enoje conmigo.

© LA GACETA

Juan Ángel Cabaleiro – Escritor.

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