De Tucumán a trabajar en “La Sociedad de la Nieve”
Siempre se interesó por la moda. Un día dejó Tucumán en pos de un anhelo, sin pensar en todo lo que la vida tendría planeado para ella. Estudió, se preparó, volvió a trabajar aquí y se fue otra vez en búsqueda de algo más grande. “¡Qué va! Jamás imaginé que iba a hacer vestuario para cine”, le reconoce a LA GACETA, aún incrédula. Vistió a Ben Whishaw y a Rachel Hurd-Wood en “Perfume: la historia de un asesino”; participó del armado del vestuario para “La promesa” (con Christian Bale) y hasta le diseñó ropa a Peter Dinklage para un comercial de una reconocida cerveza catalana. Mía Miranda Méndez es estilista y diseñadora de vestuario. Y recientemente lució todo su talento en “La sociedad de la nieve”, el filme de Juan Antonio Bayona nominado a dos premios Oscar: película extranjera y maquillaje y peluquería.
Se define a sí misma como “sastra” (así se le dice a los modistas en España). Retornó a la provincia después de 15 años para visitar a la familia y para analizar la idea de echar raíces en su patria. “Quiero apostar por Tucumán”, dice entusiasmada. Es que Mía abandonó la provincia en su corta adultez para estudiar Diseño de Moda en Córdoba. “Después regresé para poner una tienda de alta costura. Estuve dos años y me fui a Buenos Aires a probar suerte. Ahí, un amigo de España me sugirió ir para allá a intentar crecer. Llegué a Barcelona y me enamoré; y empecé un máster en moda, estilismo y diseño para teatro, cine y televisión”, relata.
Con el pasar de los años, comenzó a codearse con aquellos creadores que admiraba. Un día, sin pensarlo, se encontró trabajando en televisión, en desfiles y en producciones de revistas; más tarde ingresó al Gran Teatre del Liceu de Barcelona, lugar en el que produce vestuario en su taller y en las obras para óperas. Y en un abrir y cerrar de ojos, conquistó el cine.
De lustrar zapatos
“Un día llegó a Barcelona la primera gran producción de Hollywood: ‘Perfume: la historia de un asesino’. Empezaron a llamar a compañeras mías del teatro, pero muchas dejaban porque era muchísimo esfuerzo, a veces con jornadas de 18 horas de trabajo. Me presenté, como el cuento de la Cenicienta, sin ninguna aspiración. Pedían francés, y yo sólo tenía una base... pero entré lustrando zapatos para los extras. Hasta que un día el diseñador preguntó ‘¿quién sabe coser?’ y yo levanté la mano, a lo lejos. Inmediatamente pasé a trabajar al lado de él (se refiere al reconocido vestuarista Piérre Yves Gayraud)”, cuenta con emoción la diseñadora. “Esa película me marcó”, admite. Después vinieron otras, como “El amor en su lugar”, “Su majestad Minor” y algunas escenas de la versión francesa de “La bella y la bestia”.
El proceso -explica- es siempre similar: el vestuarista “jefe” contrata sastras (o sastres, si son hombres) para los talleres de diseño de las películas. Ellas o ellos se encargan de buscar las telas, y del diseño y del montaje de las prendas.
De esa misma manera llegó a “La sociedad de la nieve”. “Me llamó el diseñador argentino Julio Suárez, desde aquí. Él ya tenía preparados los personajes principales en un taller en la Argentina, pero faltaban algunos, sobre todo para las mujeres y para algunos de los chicos que fallecen en el impacto. Y como la productora de la película está en Barcelona, querían hacer otra base ahí. Necesitaban montar un taller y necesitaba dos sastras, con sus asistentes, y tres costureras. Todo eso lo fui organizando yo. También me pidió que vaya a Sierra Nevada (dónde se filmó gran parte de la película), pero me negué -afirma entre risas-. Cuando filmamos ‘La promesa’ me congelé y me enfermé. No me gusta hacer plató; prefiero estar en el taller y no moverme de ahí”.
Un trabajo complejo
Llevar a cabo las prendas para el filme no fue tarea fácil -advierte-, porque la producción del proyecto se realizó en 2021. “Todavía seguíamos en pandemia. Había que comprar las telas on line y, por supuesto, los colores estaban distorsionados... fue difícil. Además, Bayona tenía muy claro lo que quería; con él hicimos las primeras pruebas, en el invierno de Madrid. Había que ser exactos con las prendas; seguir las fotos fue lo más divertido, porque la propuesta no era de época, entonces no era mucho lo que teníamos que imaginar de vestuario, más que un pantalón o un jean. Era todo un desafío copiar a la perfección las fotos -reconoce-; una vez me enviaron imágenes del Museo de Uruguay y alguna información más para hacer una capucha con tela del asiento. Tuve que ponerme a buscar imágenes de aviones militares de esa época para dar con el patrón de la tela; después necesité un molde de los asientos para poder unir el gorro como lo hacían ellos, con alambre”.
Pasaron muchos años desde que Mía dejó Tucumán, y aún le sorprende lo que ha conseguido en su carrera. “Uno se va con el pensamiento de que llegás al primer mundo, de que no tenés una base... después me di cuenta que los argentinos somos muy creativos y autodidactas, algo que allá no pasa. Nosotros podemos hacer de todo; en el teatro puedo armar desde un traje, un sombrero o un vestido de época. Y todo eso es gracias a la preparación y al amor a la profesión; eso es lo que te impulsa a seguir, y a ir alcanzando metas sin proponértelas”, reflexiona. Ahora que ha vuelto -y que planea quedarse por un tiempo en su tierra- está trabajando en un nuevo espacio que se llama Raíces Sagradas, con el que lanzará una cápsula de prendas sustentables “para empoderar a las mujeres, con colores, con un estudio del cuerpo y con telas naturales”. Además -adelanta- tiene ganas de empezar a gestar una productora para potenciar el arte y a los artistas tucumanos.