Divorcio entre el fondo y las formas, una carencia que Milei no sabe cómo resolver

Divorcio entre el fondo y las formas, una carencia que Milei no sabe cómo resolver

Divorcio entre el fondo y las formas, una carencia que Milei no sabe cómo resolver
03 Febrero 2024

Por Hugo E.Grimaldi

La participación del Congreso es siempre más que bienvenida porque el Legislativo representa a la ciudadanía en las proporciones que, en el caso de un país federal, está repartida en sus 24 jurisdicciones. Más democrático no se consigue desde las formas: allí está lo que la gente votó. Eso es verdad (pero no toda la verdad, podría decir Guido Kaczka) porque la irrespetuosa vidriera que sugiere esa posición de diversidades requiere sostener de fondo no sólo posiciones republicanas, sino también de valores y méritos y no todos los representantes parecen consustanciados con esas premisas democráticas.      

Probablemente, debido a la lista-sábana que nunca termina de morir, la Cámara de Diputados hoy más que nunca es un cambalache, con números de bancas que no juegan a favor de la Casa Rosada, con lo cual se requieren otras artes que tampoco La Libertad Avanza sabe muy bien dónde se consiguen, ya que le falta experiencia, pero sobre todo coordinación. Serruchar y atar todo con alambres no puede ser un éxito, tal como se tildó a lo que malamente quedó en pie de la llamada “Ley Ómnibus”, siempre y cuando la votación en particular no la acorte más aún. Es obvio que los proyectos siempre son de máxima, pero un rejunte de este calibre necesitaba cerebro y muñeca y ambos elementos hoy por hoy no abundan dentro del oficialismo.

Mientras tanto, están apareciendo muchos votantes de Javier Milei del grupo periférico del 56% de noviembre que decidió bajarle el pulgar al pasado estatista y corporativo, aunque parece estar repensando más con temor que con serenidad aquel voto. Aunque siguen estando de acuerdo con la decisión mayoritaria de rechazar la locura en la que se había convertido el kirchnerismo, tras 16 de los últimos 20 años al comando del país, hoy le temen a la velocidad de los cambios y, sobre todo, a la inexperiencia de los ejecutores.

En general, en ese grupo no hay quien se arrepienta de su elección, ya que saben que hoy se están pagando los costos del bartoleo final de Sergio Massa, pero están asustados de la montaña rusa que se vive desde que Milei es Presidente. El punto es que recelan de las formas y, aunque hay más de intuición que de sabiduría, fondo y formas son para ellos algo demasiado importante que se complementan mutuamente.

Las formas se centran en la apariencia y en la organización externa, mientras que el fondo se relaciona con la esencia, el contenido y la sustancia de cada cuestión. El fondo procesa la razón, la lógica y los factores sustanciales que influyen en una decisión, mientras que las formas involucran al proceso y al método que se utilizan para tomar decisiones. Las unas sin lo otro son algo imposible de congeniar y ese grupo de ciudadanos se crispa porque hoy las ve demasiado divorciadas.

Mauricio Macri le recomendó a Milei no caer en el gradualismo que él mismo considera que lo dejó en su momento al costado del camino y por eso, le metió fichas (como si las necesitara) para que encare el shock actual, cuyo principal problema es que no se visualiza quien maneja el artefacto. “Es la velocidad lo que mete miedo”; “Es algo demasiado agresivo”; “No volver para atrás, pero ir más despacio”, así clarifican su sentimiento tres personas de diferentes estratos sociales a las que consulta el periodista. No es nada técnico ni medible y aunque lo cierto es que ninguno de los tres se conoce, piensan lo mismo. Y, lejos de los ultras de izquierda y de derecha, el sentimiento se propaga.

El Gobierno cree que ese grupo de ciudadanos está siendo empujado con esos argumentos por la oposición dura y por las redes sociales que les dan letra. Nada más alejado de la realidad. Deberían investigar un poco para darse cuenta que hay que salir de los microclimas. El principal problema de todos los asustados es la nominalidad, el golpe de los varios ceros que ahora valen las cosas mientras los ingresos casi siempre, y con suerte, se agotan a la mitad del mes.

Muchos gremios ya negocian acuerdos mensuales y lo que parece que viene mejor es la inflación de enero, ya que la suba de precios se frenó algo en la segunda quincena y ahora apunta a 20% o a menos. Febrero será otro cantar y los jubilados, por ejemplo, seguirán perdiendo poder adquisitivo. Gracias a Massa, dos datos: a) Oct-Nov-Dic/23 dio una inflación de 53,3% y el ajuste jubilatorio fue en diciembre de 20,9%; b) Todo el año pasado fue de terror para quienes no ganan la mínima porque sin bonos recibieron una suba de sólo 110,9%, frente a una inflación que llegó a 211,4%. Y durante este primer trimestre seguirán perdiendo. ¿Y ahora, en marzo, cuál será el número que los compense?

Con el mismo panorama, allá por 1991 cuando la inflación lo mutilaba todo, Carlos Menem acuñó el famoso latiguillo de "Estamos mal, pero vamos bien".  Nadie nació sabiendo, pero al diputado Martín Menem le queda grande el apellido para manejar los piolines. Le faltan varios golpes de horno, dicen en las tertulias. Igualmente, al actual titular de la Cámara Baja lo dejaron demasiado solo y le desmembraron la Ley Ómnibus desde los cuatro costados, aunque no estríctamente a él sino al mismísimo Jefe del Ejecutivo quien dice que igualmente “se ha preservado la base”, de seguro para no reconocer los desatinos cometidos en tan irregular trayecto. Tras tantas idas y vueltas, a esta altura ya no se sabe bien cuál era esa base, menos sin que se toque, por ejemplo, el Régimen de Promoción de Tierra del Fuego.

Lo cierto es que el actual Menem es quien va a pagar los platos rotos de todos los males que vivió el Gobierno en estos días en el Congreso, cuando la verdadera culpa del serruchazo de artículos (el Presidente tuvo que retirar el capítulo fiscal, varias empresas a privatizar y tendrá la mitad de las emergencias que pidió) nace de la improvisación de la que hace gala la estudiantina libertaria, algo que claramente tiene que ver con la falta de criterio político de los teóricos, con Milei en primer lugar, pero también de los que creen que se las saben todas porque inciden en la cabeza presidencial, los que nunca faltan en cualquier gobierno y han subido a bordo a Daniel Scioli, por ejemplo.

Una vez más, pero en esta ocasión con mayor necesidad debido al notable deterioro del contexto económico personal y social, se requiere tener al comando de la misión no a pasantes, sino a personajes ejecutores que saquen pecho para bancar la situación base, algo extremadamente difícil de manejar, como la del inicio de un gobierno con minorías legislativas. Lo cierto también es que al Gobierno además le faltan mentes que ordenen no sólo los debates, sino la secuencia de ejecución de cada cosa, tiempistas que vean con antelación la próxima jugada.

Otro elemento que notoriamente faltó entre los diputados de todos los colores fue el de la palabra. Entre los diputados nadie convence a nadie y los discursos sólo sirven para decorar y darle minutos de cobertura a los canales de noticias. En Roma, las habilidades oratorias se consideraban esenciales; la educación en retórica y oratoria era parte integral de la formación de los líderes y el arte de hablar en público era altamente valorado en la cultura política de la época. Pese a la imposibilidad de seguir uno por uno a cada orador, quienes evalúan los discursos dicen que hasta ahora sólo se han salvado unos pocos diputados y ninguno libertario: Miguel Pichetto por su lógica política, Silvia Lospenatto por su precisión y Ricardo López Murphy por su coherencia. 

Una serie adicional de discrepancias entre forma y fondo se dan especialmente también dentro de la grieta. Hay un grupo libertario duro que acepta todo lo que se le pone por delante de las narices, pero también una masa compacta de kirchneristas, capaces de dinamitar todo para que se haga su voluntad, al igual que sus socios de ocasión, la izquierda más recalcitrante. Son extremos que se comportan como barras-brava y que son capaces de generar acción y reacción, de provocar y de generar la violencia que consume y fogonea la televisión.  

Estos dos actores estuvieron más preocupados por echarle nafta al fuego que se buscaba encender en la calle que a lo que se planteaba en el recinto, como si su misión fuese la de mostrar resistencia y no mucho más. En general, ésa es su estrategia: como lo nuestro ya fracasó y es irremontable, ahora tenemos que mostrar que “no pasarán”. Fue notoria también la bajada de línea en las redes sociales, convenientemente fogoneadas por los zócalos televisivos donde la palabra “represión” siempre es garantía de rating, aunque la evaluación quede para improvisados. “¿Inflación, pobreza, inseguridad… y estos tipos no tuvieron nada que ver?”, podría haber dicho un marciano recién aterrizado en la Plaza de los dos Congresos.

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