Nueva grieta: los que la ven y los que no la ven

Nueva grieta: los que la ven y los que no la ven

Nueva grieta: los que la ven y los que no la ven

Un país acostumbrado a estar dividido y agrietado desde sus orígenes no puede desembarazarse fácilmente, de un día para el otro, de su principal rasgo nacional, donde todos aceptan jugar en alguno de los dos bandos que siempre están en pugna. Sólo hay que ubicarse en uno u otro lado, en el que se sientan más cómodos, ya sea por identificación con ese grupo, o porque no se soporta al otro; con lo cual la ubicación no es por convicción política, ideológica o sentimental, sino por resentimiento… político, ideológico o sentimental.

Sea por las razones que sea, siempre hay excusas para subirse a uno u otro espacio, o elegir por cuál de los dos hacer barra y gritar sus goles, aunque más no sea jugando pésimo. Y gritarlos en la cara del adversario, tal como lo hizo el Cuti Romero a Mbappé en la final del Mundial. Aquí se juegan finales todos los días, es esto u lo otro; claro que ‘lo otro’ es el desastre nacional, el paso al abismo, el peor de lo peor de los escenarios; en fin, es seguir en estado de crisis permanente, lo que parece ser el estado natural del argentino.

En este país, donde Milei sumó en el balotaje a los que rechazaban -o detestaban- la opción peronista, por alguna de aquellas tres razones; en este país donde prefirieron al libertario para correr del escenario a los culpables de los últimos 70 peores años de la historia argentina -como se repite desde el antiperonismo- y también de lo últimos cuatro años donde la gestión anduvo a los tumbos y generó uno de los peores gobiernos en 40 años de democracia; en este país donde se hace un culto verbal de la necesidad de diálogo, pero nadie lo pone en práctica -menos cuando se está en el poder-; en este país de las genialidades y de las invenciones chicaneras permanentes, desde el poder se generó una nueva grieta. Ahora están los que la ven, y los que no la ven. Un avance sobre el ellos y nosotros.

Es una concepción ingeniosa y desafiante, un reto a subirse al tren de la buena vista y mejor imaginación, un desafío hasta de tinte casi religioso o místico, muy propio del libertario; y de las que sus seguidores deberán dar una prueba de fe apostando a su visión, sin oponerse. El mega DNU, por ejemplo, es innegociable, es el puntapié para empezar a salir de la postración; según Milei. Es una apuesta a que en 35 años seremos un país distinto, nuevo y desarrollado. Una visión a largo plazo, un camino hacia la Tierra Prometida, que a los hebreos les llevó cuarenta años. Aquí serán cinco años menos, y sin maná.

El Presidente está convencido de su visión y arroja plazos para empezar a ver los resultados de sus ideas, pero también desliza estimaciones que siembran dudas, no tanto entre los que se han sumado a su visión sino entre los que están cansados de los padecimientos permanentes, especialmente cuando dice que la inflación bajará en 24 meses. No es música para los oídos, precisamente, menos para un pueblo castigado con un índice de pobreza que ya es inmoral, una condición social que atrapa casi a la mitad de los argentinos. Sin embargo, es su visión, y en los términos que planteó el decreto 70/23 y la ley ómnibus, o están con él y aprueban todo, o nada cambiará.

Milei tiene a sus apóstoles libertarios, pocos pero fieles -aunque algún senador se haya retobado porque se afecta a la producción de su provincia con las iniciativas oficiales-, están convencidos de la palabra del líder, y están los que se sumaron a su religión sin condicionamientos -los halcones del PRO macrista- y los que aún dudan y desconfían, son los que necesitan milagros para abandonar su estado de incertidumbre, treparse al tren y acomodarse en los últimos asientos que les ofrece La Libertad Avanza.

Estos vendrían a ser algunos radicales, los que han salido decir que están de acuerdo en un 90% de las propuestas pero que ponen reparos más que nada por vergüenza partidaria, por razones ideológicas y por la historia propia de la UCR. Otros se mantienen en la reserva, son los que apuntan a ser una opción política alternativa, lo que sólo se puede conseguir no dejándose absorber por los libertarios y manteniendo un perfil propio.

Hay llamativos silencios en el partido de Alem, posiblemente alimentando una visión distinta; están agazapados, a la espera de su momento. Los correligionarios, lo repetimos, pueden ocupar un rol protagónico en el tiempo que se viene, por cuanto pueden inclinar la balanza para un lado o para el otro, manteniendo su propia identidad política; y si juegan bien hasta pueden convertirse nuevamente en una alternativa de poder, más ahora que estalló Juntos por el Cambio y que ya pueden romper las cadenas con el macrismo.

También dando vueltas en ese espacio que festejó la victoria del libertario -tal vez más la derrota del peronismo-, bordeando los límites internos y haciéndose preguntas incómodas, están los incrédulos; esos que cuestionan formas y contenidos. Serían los republicanos, los que dicen así no, y no tienen temores en decirlo, apuntando expresamente lo que rechazan, y hablan de constitucionalidad y de métodos democráticos. No son tibios estos muchachos, aunque se sumen a la senda del libertario; porque a la otra, a la del peronismo, no se suben ni volverán a hacerlo. Son los que a la visión del libertario le anteponen una lupa delante. La ven, pero quieren mayor precisión visual, enfocar bien el objetivo.

Para Milei está más que claro, están los que la ven, como él, y los que no la ven, como el resto, sean quienes sean. O están con él y su visión, o se viene lo peor. En este punto juega hasta con cierta picardía, especialmente cuando dice que es bueno que la inflación de diciembre haya sido de un 25% y no del 30%, cual si fuera un logro propio. No menciona ni siquiera la inercia de la influencia negativa de la gestión anterior en el resultado global del último índice del año, simplemente desliza que por causa de su gestión no fue peor. Creerle ya es una cuestión de fe, es su visión.

De todas formas, en el país la fe en las gestiones gubernamentales tiene un límite de tolerancia cada vez más reducida: cuando empiezan a gritar los bolsillos vacíos de esperanza. ¿Cuándo se producirá eso?, ¿cuándo aparecerán los primeros síntomas favorables para los nuevos pobres? Si es como dice Cavallo -al que ensalzan por haber acertado en su pronóstico sobre el índice de diciembre-, que en enero la inflación rondará el 26%, no habrá mucho para aplaudir y festejar, sino para seguir dando muestras de fe en el libertario; los que le creen.

Sin embargo, el exitoso colaborador de Menem y fracasado ministro de De la Rúa, suma anticipos que favorecen la visión mileísta, lo hace cuando anticipa que los precios crecerán en febrero y en marzo entre un 19% y un 21%, y que luego la inflación se estabilizará en un 8%. Música para los oídos de los seguidores del libertarios, si tan sólo son dos meses más de desgracias económicas y luego la panacea; siempre y cuando el que hace sus evaluaciones a futuro sea el exitoso del menemismo y no el fracasado del radicalismo. Cavallo la ve por ahí.

Los que no la ven, o ven completamente distinto, son los peronistas condenados a ser oposición durante los próximos cuatro años, aunque no como aquellos opositores que han perdido la condición de tal y compraron el boleto de LLA, los que han adherido sin pruritos a la visión del libertario, pasando directamente a ser oficialistas sin detenerse en el vagón de los semioficialistas.

El peronismo, por resignación electoral y la izquierda, por razones ideológicas, están en la vereda de enfrente del Gobierno nacional. La única oposición visible y franca, por ahora. En el caso de los compañeros, esa oposición es con matices en función del espacio de poder que ocupan los protagonistas: no es lo mismo ser congresista que ser gobernador o intendente. El Parlamento es el poder político por excelencia, es la caja de resonancia donde estallan las diferencias políticas y hoy, más que nunca, está teniendo un rol protagónico enfrascado en el debate por la ley ómnibus y por el mega decreto de Milei. Allí chocan los que la ven y los que no la ven; en realidad, los que tienen distintas visiones de país.

Los mandatarios provinciales, especialmente los del PJ, tienen sus propios intereses que cuidar, muy ligados a su gestión, por lo que la relación con el poder central debe circular por otro carril, menos confrontativo y más de diálogo y de mesa de negociación institucional. En esa línea, algunos han conseguido frenar o alterar las iniciativas libertarias, sin necesidad de hacer valer su eventual peso sobre los diputados o senadores propios. Que estos discutan y defiendan sus intereses y miradas sectoriales, ya se verá cuándo las visiones políticas distintas choquen en todos los frentes.

En este clima de hostilidades por un lado y de tratativas por el otro, la Justicia ocupa y ocupará un rol clave, pues puede activar o desactivar objetivos y alterar visiones. El peronismo, a través del gremialismo, acudió al Poder Judicial y lo obligó a involucrarse. Habrá que ver si los magistrados responden atendiendo a lo institucional, limitándose a las interpretaciones jurídicas y al control de constitucionalidad, o bien si entran a jugar políticamente y a desnivelar la balanza.

El peronismo, como oposición, tiene una postura y una mirada sobre las propuestas del libertario mayoritariamente en contra, especialmente desde las formas. Sin embargo, su poder de fuego quedó limitado a la incidencia que pueda tener a causa de los números que maneja en Diputados y en el Senado, porque llega con muy malos índices de gestión como para dar cátedra y decir qué está bien y qué está mal. No están habilitados moralmente para cuestionar, no por lo menos hasta que los números propios de Milei empeoren. Si eso llegara a ocurrir podrán asomar la cabeza, tal como han sugerido algunos de los principales referentes de Unión por la Patria: no es el momento nuestro, es el de Milei; cuando la situación empeore, aparecemos. Es la línea de bajada.

Dos visiones, una dice que nos irá mejor, la otra sostiene que nos irá peor. Cuestión de fe, o de esperar a ver qué pasa.

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