Por José María Posse para LA GACETA
El 13 de octubre de 1972, el vuelo numerado 571 de un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya se perdió de los radares que lo monitoreaban. Luego se supo que se había estrellado en la cordillera de Los Andes. Trasladaba 45 personas abordo, muchos de ellos integrantes de un equipo de rugby que habían fletado el aeroplano para viajar a Chile a disputar partidos. Sólo 16 sobrevivirían, luego de vivir durante 72 días en condiciones horrorosas.
Vivencia
Por entonces yo tenía ocho años, pero esta historia quedó impregnada en mí por varios motivos. Vivía entonces con nosotros mi abuela paterna, una matrona uruguaya quien descendía de familias fundadoras de Montevideo, y al leer los nombres de los desaparecidos en la montaña, creía adivinar tal o cual parentesco o amistad con algunas de las familias de las víctimas.
De allí que participaba activamente de los rosarios diarios que organizaba mi abuela, quien estaba atenta a cada noticia que LA GACETA o alguna radio transmitía. Ni que contar su algarabía al enterarse, un 22 de diciembre, del milagro que supuso la supervivencia de esos muchachos; como también el silencio impenetrable cuando llegaron los detalles de lo que habían tenido que hacer para sobrevivir, alimentándose con los cuerpos de sus amigos, a 3.600 metros de altura soportando 40 grados bajo cero en condiciones infrahumanas.
Mi abuela murió centenaria, nunca olvidó aquellos días y en efecto, uno de los muchachos fallecidos tenía un lejano parentesco.
Protagonistas
Con los años, tuve la suerte de conocer y escuchar personalmente de boca de alguno de ellos lo vivido: Fernando Parrado, Carlos Páez y Antonio Vizintín narraron acerca de cómo fue posible que esos jóvenes inexpertos, muchos de los cuales, además de ser niños mimados, alejados de cualquier privación mundana y que ni siquiera conocían la nieve, lograran sobrevivir en la soledad más absoluta, rodeados de un traicionero manto blanco que en cualquier momento se les podía venir encima, sepultándolos definitivamente.
Una reciente película, basada en el libro “La Sociedad de la Nieve”, de Pablo Vierci, quien tiene la originalidad de contar con los testimonios de los sobrevivientes, ha sacado nuevamente a luz detalles que verdaderamente sorprenden y renuevan nuestras preguntas: ¡¿Cómo fue que lo lograron?!
Nando
Nando Parrado es quien, para mí, mejor interpreta las razones y circunstancias de la supervivencia del grupo.
En su libro “Milagro en los Andes”, intenta explicar al lector profano al deporte del rugby cuáles fueron las claves de la persistencia del grupo. Para él, fue esencial la formación misma del equipo, instruidos en su colegio por los Irish Brothers del Colegio Stella Maris en Montevideo.
Para ellos el principal objetivo de la educación católica era formar el carácter, no el intelecto. Sus métodos de enseñanza ponían énfasis en la disciplina, la misericordia, el altruismo y el respeto. Para alentar estos valores fomentaban en sus alumnos la práctica del rugby, ya que para dominar este deporte se requerían las mismas características que uno necesitaba para llevar una vida católica: humildad, tenacidad, disciplina y devoción por los demás.
Espíritu de cuerpo
El rugby exige una estrategia sólida, rapidez de decisión y agilidad, por tanto es considerado un juego que requiere que los integrantes del equipo desarrollen un firme sentimiento de confianza y hermandad. Cuando un jugador es tackleado y queda en el pasto, los demás deben sacrificarse para protegerle. El caído debe saber que puede contar con los demás.
Para los hermanos Irlandeses, el rugby “más que un juego, era un deporte elevado al estatus de disciplina moral. El núcleo de todo ello es que ningún otro deporte enseña de modo tan devoto la importancia del esfuerzo, el sufrimiento y el sacrificio en la búsqueda de un objetivo común. Todo el laborioso trabajo de combate de fowards y bakcs, se convierte en una danza magnífica en la que nadie puede atribuirse el mérito, dado que se llega al ingoal centímetro a centímetro, gracias a la acumulación del esfuerzo individual y, al margen de quién marque el try, el mérito es de todos.”
Nando Parrado reflexiona: “en el scrum no sabes dónde acaba tu fuerza y empiezan los esfuerzos de los demás. En cierto sentido, ya no existes como ser humano aislado. Durante un breve instante, te olvidas de tí mismo y pasas a formar parte de algo más grande y poderoso de lo que tú podrías ser. Tu esfuerzo y tu empeño se desvanecen en el empeño colectivo del equipo y, si este empeño se aúna y se concentra, el equipo avanza”.
Esto es para Parrado la esencia misma del rugby: “ningún otro deporte te da una sensación tan intensa de altruismo y de compartir un objetivo. Ese sentimiento de hermandad es lo que crea tanta pasión por este deporte en el mundo entero.”
En un reportaje que le hiciera el portal Rugbtime, manifestó: “Veníamos de años antes, éramos un equipo de rugby muy unido. Si hubiera sido un avión comercial donde nadie se conoce, de distintas edades, idiomas, gente con distinta cultura, gente viajando sola, hubiera sido un caos, con un resultado inimaginable. Nosotros, media hora después del accidente ya estábamos trabajando como un equipo. Cada uno tenía una tarea asignada y el capitán comandaba lo que debía hacerse. El rugby fue absolutamente fundamental en todo eso”, afirma.
Nuestros Andes
La gente reconoce en la historia de los sobrevivientes de los Andes su historia, su propia lucha. Es una experiencia que da escalofríos, pero también ánimo porque uno se da cuenta de que, a pesar de vivir el más cruel de los sufrimientos, y de tenerlo todo en contra, se puede resistir y prevalecer. Antes de morir, Arturo Nogueira, uno de los más valientes del grupo, repetía una y otra vez: “Incluso en este lugar, incluso aunque suframos, vale la pena vivir la vida”.
“Se dice que el 10% de la vida está relacionada con lo que te ocurre y el 90% restante es el resultante de la forma como reaccionas ante ello. No tenemos control sobre el 10% de los que nos sucede: escapa a nuestra facultad, que en virtud de un error humano, el avión en el que viajamos se estrelle contra una montaña. El otro 90% se determina por el control que podamos ejercer sobre nuestra reacción”, reflexiona Parrado.
El rugby es un deporte que enseña a tomar rápidas decisiones, las cuales, una vez determinadas deben ser llevadas hasta el final de esa jugada.
El aprendizaje
Cierta vez le preguntaron a Fernando Parrado cuál había sido la lección de vida más importante que había aprendido en los Andes. Contestó que aprendió a tomar decisiones; aunque suene extraño, eso fue lo más importante. “Siempre digo que allá arriba tomé la decisión más importante de mi vida en 20 segundos. Estábamos en la expedición con Roberto [Canessa]; desde hacía días caminábamos para tratar de llegar a algún lado, pero lo único que veíamos era nieve y montañas. En una de las escaladas llegamos hasta una cumbre convencidos de que del otro lado veríamos algo que nos diera una mínima esperanza. Subimos hasta lo más alto, levantamos la cabeza y, en lugar de ver un valle verde, nos dimos cuenta de que seguíamos en medio de la Cordillera. En ese momento yo elegí cómo morir, me paré frente a Roberto y le dije: O nos morimos mirándonos a los ojos o nos morimos caminando. Yo quiero morirme luchando. En ese tiempo sin tiempo, seguro debe haber venido a su mente la frase que mil veces le habían repetido los curas de su colegio: EL DEBER ES NUESTRO, LAS CONSECUENCIAS SON DE DIOS”.
Parrado agrega: “Desde el momento del accidente me impuse un objetivo, que proviene del rugby; si me iba a morir, si nos íbamos a morir, lo haríamos actuando, dando más de lo que podíamos, en mi caso caminando, más tarde formando parte del equipo expedicionario. Es decir, iba a morir de pie, no postrado sobre esas chapas contraídas del avión. Y eso era un principio que traía de los Hermanos Cristianos Irlandeses del colegio, como si todo lo que me habían enseñado en aquellos 10 años de formación durante la primaria y la secundaria fuera para ponerlo a prueba en esta circunstancia dramática de los Andes”.
Tintín
Antonio (Tintín) Vicentín agrega sus impresiones cuando fue elegido en el puesto de pilar del equipo por el técnico de la primera división de los Old Christians: “…confiaba que yo tenía los valores que él creía imprescindibles para ocupar ese puesto tan sufrido, el pilar, delante de todos en la montonera del scrum, el que recibe más golpes y el que debe llevar la carga más dura. Son los hoplitas de las falanges griegas, los que van adelante, contra lo que venga. Los hermanos eran y son unos irlandeses muy duros, curtidos y frontales, cuya filosofía se basa en la integridad, en actuar según lo que se dice, y yo en todo momento sentí en los Andes que estaba haciendo lo que ellos esperaban que hiciera… Creo que no es coincidencia que los tres expedicionarios fuéramos rugbiers, con una filosofía muy parecida, y dos de ellos -Nando y yo- del scrum, la posición más sacrificada, sin buscar la gloria o el destaque individual. Y en el scrum es donde más se percibe el espíritu de equipo, sufrir en silencio, y si te lastimas, continúas, como en la expedición final de la montaña”.
Vicentín, en la escalada final, fue quien cargó con las bolsas más pesadas, tuvo que regresarse en soledad para dejar más comida a los otros dos (Parrado y Canessa), más enteros para continuar. Nadie puede decir entonces: “yo te salvé la vida”, porque la verdad es que “nosotros ayudamos a que nos salvaras la vida”. En ello claramente se refleja la médula de las enseñanzas tanto deportivas como morales y filosóficas aprendidas en su colegio católico.
Sentido de vida
El ex capitán de Los Pumas, Hugo Miguens, en relación a este tema, me hizo llegar estas reflexiones, basadas en pensamientos del Padre Ignacio Larrañaga. ¿Cuál es el sentido de nuestra vida?: “Es aquel valor que da valor a todos los demás valores”. Está en cada uno de nosotros elegir ese valor que marcará profundamente nuestras vidas, definiendo su rumbo. Ese valor tiene esencialmente dos opciones extremas: SER o tener. LA GENEROSIDAD o el egoísmo. Por ello, la vida puede tener en esos extremos dos motores que también uno elige y que impulsan en ese sentido: SERVIR o servirme. Claro que entre esos dos extremos hay infinitos puntos intermedios, entre los que el hombre va zigzagueando durante su vida. Las ansias desmesuradas de gloria y riqueza alejan al hombre de la vocación de servir y lo orientan a ser egoísta, a sólo pensar en él.
Por el contrario, las ansias generosas de servir, ayudar y darse a los demás, lo acercan al mundo, al cual transforma, para bien de los que lo rodean y de las comunidades que integra. Tal es la vida de un rugbista que se precie de saber jugar en equipo y por el equipo.
Miguenz continúa su reflexión afirmando: “El deporte FORMA AL SER, es que gracias al espíritu deportivo APRENDEMOS A SER. Todo deportista debe saber que en la cancha de juego se anticipa y se puede corregir, lo que vivirá en la cancha de la vida. En un campo de juego el joven ve y experimenta, lo que luego verá y vivirá de adulto”.
Explica: “El deportista debe aprender fundamentalmente a vencerse a sí mismo, incorporando esto como un hábito. Asimismo sabe que sólo fracasa cuando se da por vencido”. “El árbitro máximo, o sea Dios, no nos calificará en función de si ganamos o perdimos, sino por cómo jugamos. Es fundamental determinarnos a vivir como verdaderos deportistas: con GENEROSIDAD.” Miguenz aún va más allá al afirmar: “Hace más de 2.100 años Cicerón nos decía que el motivo principal de nuestras acciones es la honradez. Esta tiene cuatro fuentes, que son cuatro virtudes: La Prudencia (sabiduría), La Justicia, La Fortaleza y La Templanza”. “Son esas cuatro virtudes cardinales las que iluminan nuestro camino interior PARA SER. Esas virtudes tiene tres fuentes que las alimentan: La Fe, La Esperanza y ESENCIALMENTE EL AMOR”, añade.
Inquebrantables
Cuando le preguntaron a Parrado cuál fue la fuerza que lo impulsó a cruzar Los Andes para salvar a sus amigos y a sí mismo, el manifestó QUE FUE EL AMOR POR SU PADRE, a quién imaginaba sufriendo la ausencia de su mujer e hijos, sin duda fue el mayor acicate que lo llevó a la hazaña de vencer la montaña y sus propias limitaciones. Claramente también el amor por sus compañeros/hermanos a quienes sabía desfallecientes del otro lado de la montaña, padeciendo lo impensable.
Parrado y Canessa fueron finalmente los héroes quienes lograron lo que en los papeles parecía imposible: atravesar los Andes y salvar a sus hermanos. Fueron 72 días de un horror sin cuento, que finalizó el 22 de diciembre, cuando comenzó el rescate en circunstancias tanto difíciles como dramáticas debido al mal tiempo, por helicópteros chilenos, cuyos pilotos también tienen su parte de heroísmo. Desde entonces, dieron charlas y conferencias motivacionales por todo el mundo; desde grandes empresas a modestos clubes, llegando con su mensaje superador a cientos de miles de personas de distintas culturas, razas y religiones.
Quizás todo se resuma en lo que dejó escrito en un papel Numa Turcatti, el último en morir en la montaña: NO HAY MAYOR AMOR QUE EL DAR LA VIDA POR UN AMIGO. Con ello, los autorizaba, llegado el caso, de alimentarse de su carne para poder seguir viviendo.
Aquellos que sólo ven en el rugby la rudeza del deporte, no deben olvidar que la vida misma es dura y se debe estar preparado para sus embates. No importa cuantos golpes te den, debes preparar el cuerpo, la mente y el espíritu para superarlos y seguir adelante.
A la cima de nuestros propios Andes se llega, no superando a otros, sino superándose asimismo.