“¿Acaso no es lindo pensar que mañana es un nuevo día sin ningún error en él todavía?”, escribió L. M. Montgomery, autora canadiense, reconocida por la serie de novelas “Anne, de los tejados verdes”. Un pensamiento optimista y esperanzador que podemos aplicar todas las mañanas: el día sin estrenar se abre ante nosotros con sus infinitas posibilidades, poniendo a prueba nuestra capacidad de ser más felices que ayer. Indudablemente es una buena manera de encarar cada jornada. ¡Y cuánta más expectativa le podremos entonces a un año nuevo! Algunos lo encuentran absurdo: cambia un número, no es gran cosa… ¿por qué tanta historia? La respuesta es más que sencilla: termina un ciclo y empieza otro.
Hay todo un simbolismo en ese hecho y es difícil que nos resulte indiferente. Por eso solemos practicar ciertos rituales: reunirnos, festejar, estrenar ropa o arreglarnos más, enviar y recibir saludos, brindar, desearnos buenos augurios para el año que comienza.
Y también proponernos objetivos, cambios que queremos lograr: un trabajo distinto, ganar más plata, bajar de peso, tener una pareja (o separarnos de la actual), manejar la ansiedad, tener más amigos, aprender determinada habilidad, terminar la carrera, consultar a un especialista en sexología…
Empatía y compasión
Si bien para lograr cambios resulta clave que actuemos con firmeza, que pongamos manos a la obra, la actitud mental que adoptemos es sumamente importante. Está perfecto tener en claro -incluso “soñar” o “visualizar”- todo aquello que podemos o queremos ser. Pero cuidado con transformar los “podrías” en “deberías”: “debería meditar”, “debería meditar más”, “debería mejorar mi alimentación”, “debería hacer más ejercicio”, “¿qué me pasa que sigo estancada?”, “debería trabajar más para lograr lo que quiero”… Nuestra lista de los “debería” puede ser interminable. Y los auto-reproches nos mantienen en ese rulo mental donde nuestros defectos se siguen acumulando. Lamentablemente, si así vemos las cosas nos sentiremos desalentados, desconfiados de nuestro poder para alcanzar lo que nos propongamos.
Por eso resulta fundamental ser empáticos con nosotros mismos. Compasivos con ese aspecto que todavía tiene mucho por evolucionar. Lo cierto es que pocas personas viven 100% de acuerdo con sus ideales y expectativas. Y, si bien es muy sano trabajar para ser cada vez más coherentes, castigarnos y meternos culpa por las veces que hemos fallado no nos conduce a nada. Menos aún a alcanzar los cambios que esperamos.
Lo más probable es que, mientras una parte nuestra quiera esos cambios, otra se resista (casi siempre, por miedo). Por eso es clave aceptar que somos seres complejos, que tenemos muchos aspectos. Algunos más notorios, otros menos evidentes, en sombra. Este rasgo, tan humano, produce una lucha interna, la cual no es otra cosa que el llamado a que esos distintos aspectos sean reconocidos y puedan dialogar, ponerse de acuerdo.
Esa comunicación interna es también la forma de apaciguar los miedos y de atrevernos, porqué no, a un nuevo intento.